La Orestíada

“Mientras una soberbia antigua suele engendrar una soberbia nueva” dice el coro en La Orestíada de Esquilo, advirtiendo la tragedia que inundará de sangre la casa de Agamenón. Pasó el tiempo de la tragedia, hoy son tiempos moralígenos, somos una civilización soberbia, despreciamos las pasiones, los maniqueos señalan lo bueno y lo malo. En el Teatro El Galeón presentaron La Orestíada en una versión del dramaturgo inglés Robert Icke, dirigida por Lorena Maza. Es teatro a la medida de la fácil psicología contemporánea, “cristianizado” con personajes “más humanos”, es decir, más mediocres, sin heroísmo. La anécdota no fue adaptada, fue simplificada, reducida a la estatura de un pensamiento incapaz de retar a los dioses al enfrentar a su destino.

En la versión de Esquilo, la acción se desata cuando Agamenón sacrifica a su hija Ifigenia para ganar la Guerra de Troya, que ya lleva diez años de infortunios, la ata como a una cabritilla y la degüella, los dioses y Zeus son testigos de la sangre negra en el altar. Es tal el horror que Agamenón pide que la amordacen para que no lo maldiga. En esta versión políticamente correcta, Agamenón, “va al trabajo”, platica con sus hijos, Electra, Orestes e Ifigenia, les pregunta “cómo estuvo su día” y cenan en familia, el sacrifico de Ifigenia no existe, en una dulcificación apta para una serie de televisión, le recetan unas pastillas y muere dormida. Patético. La grandeza del sacrificio, ritual y dramático, se sustituye con una descripción efectista de las sustancias y las reacciones corporales.

La Orestíada.
El sacrificio de Ifigenia de Felice Torelli (1667-1748).

Clitemnestra y Agamenón son una pareja de telenovela, tienen una larga e inútil discusión sobre el asesinato de Ifigenia de “no la mates” y “si la mato”, que obviamente no llega a nada. El juicio de Orestes por matar a su madre parece terapia de las constelaciones familiares. Las actuaciones, algunas, son sobresalientes y compensan a los actores jóvenes esforzándose en parecer unos niñatos rebeldes; el asunto es que con un texto traicionado la tragedia se degrada en nota roja. La familia de Agamenón no es una familia de tantas, es mítica, y cada uno representa a un arquetipo intemporal, si lo “adaptan” lo caricaturizan, y la tragedia es desproporcionada para un personaje pedestre.

La escenografía sobre una larguísima mesa, recurso muy copiado del teatro polaco de hace años, y con elementos de arte VIP, imita los trapos manchados con “sangre de cadáver” que Margolles llevó a la Bienal de Venecia, y en el piso la grieta que se abre de Doris Salcedo de la Sala de Turbinas de la Tate en el colmo de la literalidad, como es una familia fracturada, pues la grieta, y como hay muchos muertos, pues los trapos, la metáfora aniquilada por la actualidad.

Los clásicos adaptados pueden ser muy certeros porque su poesía y filosofía son intemporales. Hamlet de Shakespeare es una versión excelente de Orestes, pero en esta versión de Ike el texto aniquila a la poesía. Es tiempo de ser correctos, resolver la vida con ansiolíticos y omeprazol.

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