El “burnout” está presente

Sin duda alguna el trabajo, en cualquiera de sus formas legítimas, es una de las más nobles encomiendas humanas que debería cumplir la misión fundamental de generar salud, riqueza y mejorar la calidad de vida, a niveles individual y colectivo. Incluso, la Constitución Mexicana ordena que a ninguna persona podrá impedirse que se dedique a la profesión, industria, comercio o trabajo que le acomode, siendo lícitos, y que toda persona tiene derecho a la protección de la salud.

Sin embargo, más allá de su potencial de trascendencia, satisfacción, deber cumplido, encomienda o dignificación, esta actividad laboral a la que los seres humanos dedicamos en promedio más de 10 años efectivos de nuestra existencia -considerando el promedio de vida de una persona común que alcanza los 75 años de edad-, también conlleva severas contrariedades y graves daños a la integridad personal.

Aunque se supone que ya dejamos atrás las concepciones del trabajo asociadas a la inhumana esclavitud, la explotación y abusos laborales, lo cierto es que, en las ajetreadas agendas de hoy, específicamente en las grandes urbes o megalópolis, la actividad laboral enfrenta preocupantes desafíos; esencialmente, el terrible estrés.

Efectos irreversibles

De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), el estrés laboral es un riesgo para la salud mental y física de los trabajadores, sin importar su nivel socioeconómico. Al realizar sus funciones generalmente bajo presión, estén donde estén, las personas suelen volverse enfermizas, depresivas, irascibles, ansiosas, hiperactivas, con déficit de atención, poco eficientes y/o desmotivadas. En casos extremos, la tensión y sobredosis de información puede originar problemas psicológicos, emocionales, disfuncionales o trastornos psiquiátricos y, consecuentemente, ausentismo, adicción e incapacidad, exteriorizadas de distintas maneras.

Los efectos son tan evidentes y dañinos que configuran un cuadro clínico que está afectando también a los gobernantes y a los empresarios, es decir, a esos líderes que tienen encomendadas las atribuciones para generar orden, riqueza y mejorar la calidad de vida a niveles individual y colectivo en nuestra sociedad. A tales efectos se les conoce como síndrome de burnout, “fatiga laboral o fatiga emocional”, y ha sido descrito como una disfunción psicológica provocada por altos niveles de tensión y presiones en el trabajo, agravadas por las caóticas urbes, la rigidez conductual, el mal manejo de frustraciones e inadecuadas actitudes para enfrentar situaciones de crisis o conflictivas. Tan sólo en México 4 de cada 10 trabajadores reconocen, por sí mismos, sufrir estrés laboral (Organización Internacional del Trabajo, OIT).

Líderes con fatiga laboral y emocional

Los estudiosos del Managment corporativo inundan de literatura, programas y consejos a las víctimas de tan terrible síndrome. Generalmente muchos de estos estudios se concentran en el ámbito privado de las empresas. Pero el padecimiento también se manifiesta en la esfera pública, en el terreno de la política y el ejercicio del poder público. De hecho, si hay una actividad en la que la probabilidad de aparición y contagio de este síndrome sea alta, muy alta, es el de la política y las contiendas electorales, cada vez más feroces; esas donde el fin justifica cualquier medio. Estas situaciones de potenciales síndromes de burnout en la esfera pública son muy preocupantes, pues estamos hablando del sector público, de las personas que nos gobiernan, de las personas que toman decisiones en nuestro nombre y representación como gobernantes y que, además, supuestamente definen mucho del destino de los ciudadanos y de la sociedad en su conjunto. ¿Cuántos políticos y gobernantes esconden su agotamiento emocional-laboral con o sin diagnóstico de sus médicos neurólogos, terapeutas, chamanes o gurús? ¿Cuántos de ellos se niegan o contienen sus emociones por temor y miedo a ser predecibles? ¿Estamos hablando de fakehumans y sus tendencias alexitímicas?

Por si no fuera suficiente, las enloquecedoras ciudades a lo largo y ancho del país, la inagotable euforia política por alcanzar el poder a cualquier costo en las próximas elecciones presidenciales 2018, y las fuertes dosis de estrés provocadas por la burocracia mexicana, siempre compleja e improductiva, contextualizan un propicio caldo de cultivo para fatigas de todo tipo. A tales hombres del poder burocrático sólo les interesa alabar al jefe, consolidar compadrazgos, generar complicidades, proteger sus intereses y los de su grupo político y obtener más o mejor “hueso”. No sorprendería que esos políticos mexicanos padezcan el síndrome de burnout generalizado el cual, lamentablemente, están transfiriendo a los ciudadanos honestos, cada vez más llenos de hartazgo, apatía, desinterés, angustia, frustración y enojo. Perder a México, no es opción.

El bien común es la cura

Un artículo especializado de la Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría señala que la palabra burnout inicialmente se hizo popular en la jerga deportiva y artística como referencia a una situación en la que, en contra de las expectativas de la persona, ésta no lograba obtener los resultados esperados por más que hubiera entrenado arduamente para conseguirlos.

En español burnout significa “estar quemado” y, coincidentemente, esta traducción gramatical resulta perfecta para describir a muchos políticos y gobernantes de México, quienes ignoran que una clave para el progreso social no está en hacer muchas cosas, sino en hacerlas bien y en favor del bien común. Como decían los abuelos: la salud se cuida cuando se tiene. Es momento de realizar acciones para un México saludable, en todos los sentidos.

Leyes para tu Bien ®

Acción social, Carlos Requena

0 0 voto
Calificación del artículo
Subscribir
Notificar a
guest
0 Comentarios
Comentarios en línea
Ver todos los comentarios
0
Danos tu opinión.x
()
x