Los acuerdos Ross-Guajardo. Decisiones y encrucijadas

Hay algunas decisiones que son difíciles de tomar. Unas suelen retar nuestras más reconocidas habilidades hasta el punto de inflexión. Decisiones en medio de encrucijadas que surgieron desde las sombras del tiempo, como si lo que estuviera ocurriendo fuera el cobro de un grave adeudo que quedó sin saldar. Difíciles todas mientras más afectaciones o mayores beneficios tengan para una sociedad. Todas ellas dejan una imborrable muesca en el cerebro, una marca indeleble, una cicatriz, pero jamás una medalla.

Los medios están colmados de noticias y opiniones diversas sobre el mismo tema pero tamizadas por mallas de diámetros diferentes. Los más viejos juzgan desde sus cansados caballos recordando antiguas luchas, defendiendo sus propias batallas y lo mucho que dejaron en ellas. Los contemporáneos suelen olvidar el pasado y elucubrar nuevas recetas basadas en intrincados algoritmos que arrojan respuestas y recomendaciones de una frialdad hiriente. Para completar la troica generacional, están justamente los que irradian más presión: los destinatarios de nuestras decisiones, los herederos de nuestras obras y acciones. Difíciles son entonces las decisiones. Claro está.

Hace más de dos décadas los tomadores de decisiones fueron duramente criticados por incursionar en terrenos poco conocidos por México. Salían de las sombras antiguos guerreros que evocaban esas viejas batallas históricas libradas por ilustres mexicanos y, por si fuera poco, graves advertencias sobre el futuro del país. Finalmente una generación cuestionada y masivamente atacada por todos los flancos, firmó el Tratado de Libre Comercio de América del Norte.

El Secretario de Economía, Ildefonso Guajardo, formó parte de aquel equipo de hace más de dos décadas, que tomó decisiones con retos y oportunidades, presiones y consignas de todo tipo. Les auguraban el fracaso y un caudal de reclamos históricos. Al cabo del tiempo vimos que las cosas ciertamente no resultaron fáciles, pero muchas más fueron altamente positivas para el país.

Los agoreros de los annus horribilis continuarán tejiendo escenarios y atisbando horizontes complejos, pero el tiempo finalmente llegó. Los primeros encuentros entre los responsables de la relación comercial entre Estados Unidos y México finalmente ya están sucediendo, y no será para sostener amenas charlas sobre temas triviales sino para acordar una ruta de negociación sobre asuntos del más alto interés para ambas partes. Los canadienses esperan su turno, pero con ellos son menores las aristas, habrá acuerdo con Canadá.

El Canciller Videgaray aprovecha cada foro para enviar un mensaje sobre cualquier tema, incluyendo los comerciales. Es un hombre aplicado. En la política internacional jamás hay que perder la valiosa oportunidad de no hablar. Estar pendiente de todos los temas internacionales, no significa que se deban desglosar todos. La prudencia y la contundencia, cuando estas interactúan inteligentemente, son plataformas monumentales, verdaderos faros luminosos.

Los acuerdos Ross-Guajardo dejarán un sello por las siguientes dos décadas, por lo menos, pero esas decisiones incidirán en el desarrollo de varias generaciones de estadounidenses, canadienses y mexicanos. En temas de comercio no hay nada escrito, estos dos protagonistas están llamados a hacerlo bien; y no hay mejor acuerdo comercial que aquel en cuyas reglas se garantice oportunidad para hacer negocios, para generar empleos, riqueza y bienestar. Es muy posible que nadie quiera un socio pobre, y a estos niveles, tampoco se pretende un socio débil.

La encrucijada será para todos. Habrá elecciones en México y con toda seguridad el destino del TLCAN dejará caer su influencia en los temas de debate en el proceso de sucesión presidencial, eso es un insumo de gran importancia en la toma de decisiones, ni duda cabe, pero deberá asumirse. Estados Unidos también vivirá las consecuencias de sus decisiones y se asumirán en sus respectivas elecciones, principalmente en los estados con mayor intercambio comercial con México, y en aquellos en cuya economía influya la mano de obra de los migrantes.

Los acuerdos Ross-Guajardo apenas empiezan. El responsable de la política economía de México ha sido el protagonista más tranquilo del gabinete del Presidente Peña, pero no el menos activo. Ha tomado el papel que justamente le corresponde. Como si fuera un hábil jugador de naipes, sus expresiones no acusan la mano que le ha tocado, pero conoce las consecuencias que devienen de cada carta sobre la mesa. Lo mismo hace Ross. Sus diálogos son cortos, concisos, diáfanos, pero también es inexpresivo. Procura rechazar la floritura de las expresiones del Presidente Trump; su larga vida y experiencia empresarial constituyen un cajón lleno de sorpresas.

Hasta el cierre de esta modesta columna de opinión, las noticias sobre el encuentro entre Wilbur Ross e Ildefonso Guajardo aún no surgen. Las tamizaremos en su momento. Mientras tanto sólo podemos advertir la alta responsabilidad que pesa sobre ellos en la toma de decisiones y la encrucijada que envuelve las circunstancias.

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