Pantallas del terror

A cada continente sus problemas. No cabe duda de que, al menos en Europa, la presencia del islam como una amenaza de conquista política y sociocultural es verdadera. No en balde la novela de ficción política, Sumisión de Michel Houellebecq se convirtió en best seller en Francia, Italia y Alemania al poco tiempo de haberse publicado en enero de 2015. La obra tiene lugar en Francia en 2022 y trata sobre un profesor de literatura, especialista en el escritor Joris-Karl Huysmans (de visión pesimista, seguramente reflejo de su propia decadencia), cuya vida sentimental y profesional parece estar al borde del fin, lo mismo que el país lo está de una guerra civil por enfrentamientos entre jóvenes identitarios y salafistas. En este contexto, el candidato del partido ficticio “Fraternidad Musulmana” vence en segunda vuelta gracias al apoyo de los antiguos partidos tradicionales que se unen contra el Frente Nacional. Tras el radical cambio el país se pacifica, la tasa de desempleo disminuye, las mujeres pierden el derecho a trabajar, la poligamia se legaliza y las universidades se privatizan e islamizan por lo que, de querer continuar enseñando, profesores como el narrador y protagonista de la novela deberán convertirse al islam.

Presuntamente la novela fue pirateada antes de salir a la venta y durante unos días pudo descargarse de internet. Para el 6 de enero en que Houellebecq fue entrevistado al respecto de su obra, ésta ya causaba polémica. Y el 7 de enero, día en que fue publicada, dos miembros de Al-Qaeda perpetraron un ataque y mataron a doce personas de Charlie Hebdo, semanario satírico que ya había recibido amenazas tras la publicación de caricaturas del profeta Mahoma.

Charlie Hebdo.
Fotografía: Welt.

En cifras establecidas por el Centro Europeo de Lucha contra el Terrorismo (ECTC), en 2015 se registraron 150 víctimas y 135 en 2016, incluidas las ochenta y seis personas, entre ellas doce niños, que murieron en Niza en la fiesta del 14 de julio, cuando Mohamed Lahouaiej Bouhlel se lanzó contra la multitud en un camión de carga a lo largo del Paseo de los Ingleses. “La mayoría de los ataques son cometidos por terroristas locales radicalizados en su país de residencia y que no han viajado a zonas de conflicto”, indica el centro antiterrorista.

El cómo y el por qué surgen en Europa fanáticos extremistas capaces de llevar a cabo semejantes actos, queda en parte esclarecido para el público general en la excelente película El Cielo Esperará (Le Ciel Attendra, Francia, 2016). En ella se exponen los casos paralelos e independientes de dos adolescentes de cultura no musulmana. Sonia de 17 años que es arrestada antes de participar en un atentado terrorista, vuelve a casa bajo la custodia de sus padres, quienes viven con impotencia sus arranques histéricos ante la imposibilidad de reunirse con quienes llama sus “compañeros yihadistas”; constantemente quiere huir, realiza el Salat o conjunto de cinco oraciones que reza diariamente en árabe y es violenta con su familia. Melanie, por su parte, no ha sido iniciada, por lo que junto con ella, el espectador se convierte en víctima de la táctica de seducción utilizada por los yihadistas para atraer jóvenes vía redes sociales y experimenta de primera mano el poder de su alcance y peligrosidad.

Interrogada en entrevista sobre el porqué del cambio en la mentalidad de alguien que ha sido radicalizado, la directora de la cinta, Marie-Castille Mention-Schaar, habla sobre la falta de opciones trascendentes que ofrece la cultura moderna occidental, la vacuidad de acumular “likes” que resuena en los jóvenes y les afecta especialmente. Castille afirma que su cinta trata la adolescencia, zona de riesgo por excelencia, un período en el que se desea y se busca sentido a la vida y donde la pregunta, por qué estoy aquí, necesitaría un sueño como respuesta: salvar a los niños, acabar con la injusticia, contribuir a la transformación del mundo… Si éstas son ideas que a todos nos atraen, dice Castille, un adolescente vulnerable será fácilmente seducido por un experto en redes sociales y en psicología juvenil, quien le ofrece dichos sueños como opciones viables.

Los hermanos Dardenne abordan el mismo tema desde una perspectiva distinta en El joven Ahmed (premio mejor dirección, festival de Cannes 2019). Se trata de una pequeña gran película como suelen ser las suyas, es decir, corta, de narrativa sencilla y directa, pero que se refiere a un problema complejo de gran fondo social. Sobre todo –eso sí, inusual en ellos–, explora el área de acciones posibles para combatir el problema y siembra una semilla de optimismo quizá cosechable hacia el final de la cinta.

El joven Ahmed.
Fotograma de la película ‘El joven Ahmed’ (Jeune Ahmed), dirigida por Jean-Pierre y Luc Dardenne.

Después de La Chica Desconocida (Cannes 2016) Jean-Pierre y Luc Dardenne regresan a un reparto de actores no profesionales y demuestran una vez más su pericia para dirigirlos, con Idir Ben Addi en su papel de Ahmed, un chico de trece años que, fascinado por el imām de su mezquita, está dispuesto a matar a su maestra por considerarla impura. “Cuando empezamos a escribir el guión no sabíamos que estábamos creando un personaje tan hermético y esquivo que nos negaba la posibilidad de elaborar una estructura dramática de dónde rescatarlo para curar su locura asesina”, comentan los belgas. Quizá es por eso que en su cinta no intentan sondear de dónde viene la radicalización, no profundizan en la religión ni en los condicionantes familiares o sociales que  rodean a la persona. Simplemente miran a un niño perdido entre el despertar sexual y una obsesión de pureza como la de su primo “mártir” de la yihad, que está a punto de tomar el peor de los caminos.

La agradable sorpresa, al menos para quien viene de México como yo, es la existencia en Bélgica de centros especializados en la rehabilitación de los jóvenes, como el que aparece en la película. Tras ser detenido, a Ahmed se le asigna un responsable, quien lo invita a participar en las labores de una granja. Ahí comienza su reconversión y posible cura a través del trabajo físico y el contacto con los animales; sobre todo, gracias a su relación con Louise, una joven normal que vive su adolescencia sin atormentarse. Conscientes de la complejidad del problema, los hermanos directores y guionistas nos muestran que la vuelta desde el fanatismo no es tan fácil. Sin embargo, aún tras la reincidencia del pequeño asesino en potencia, cabe una esperanza.

En Europa, el caso de las comunidades musulmanas que se han mantenido al margen de la integración es habitual, aun llevando ya tres generaciones en el continente. Pero el panorama no es distinto al de otros grupos por todo el mundo que sufren un falta de pertenencia ideológica y cultural al lugar donde viven. A veces parece no haber soluciones. Una propuesta es que quizá hayamos errado la perspectiva al fomentar en los jóvenes el individualismo y la exclusiva preocupación por su éxito económico, sin hacer énfasis en el valor del servicio y el trabajo por el bien común. Quizá habría que enfocarnos en quienes viven marginados de la sociedad en cada país y en la creación de mecanismos para integrarlos, como una alternativa de ocupación con objetivos loables para nuestros jóvenes.

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