Pimstein, el Maestrín

¡Vale! Un nombre conocido de la televisión, quizá. Un extranjero, probablemente, un amigo, desde luego. Valentín Pimstein murió hace menos de una semana y su familia, generalmente repartida entre Europa y las Américas, debe aún estar reunida en la shivá que seguramente organizaron en su casa de Cachahua, en Chile, cerca de Zapallar en la región de Valparaiso, para acompañarlo en su último viaje terrestre.

Valentín fue un hombre alegre, sencillo, inteligente, divertido, ágil, curioso, sensible. Sabía escuchar, hacer preguntas y gustaba de dar respuestas a través de las acciones. Trabajador infatigable y bien organizado Valentín, formó a varias generaciones de productores.

Maestrín, le decíamos los amigos y un poco en serio, un poco jugando, Valentín trabajaba el cotidiano de sus conversaciones con el hilo fino de sus preguntas y de su curiosidad sin límites.

Don Valentín fue tan sofisticado y tan sencillo como se lo exigía el entorno. Le gustaba tomar taxis porque decía que es allí donde aprendía el lenguaje, las preocupaciones, entendía la política, la economía y la religión. Se lanzaba a largas conversaciones en el supermercado o con el personal de servicio de las casas que frecuentaba y sabía discutir de política con los representantes públicos con quienes coincidía en la mundanidad de la vida y a quienes aplicaba su ingenuidad sofisticada.

En su cartera siempre había una imagen bien conservada de la virgen de Guadalupe. Se declaraba judío guadalupano y no encontraba contradicción alguna en los términos.

Viajamos juntos muchas veces a Barcelona donde visitamos varias veces a su hijo Víctor, un artista plástico extraordinario, con gran sensibilidad y cuya obra influenciada de alguna manera por su abuelo Rattinof, no es ajena a los temas religiosos y profanos también.

En varios países en Europa nos entrevistamos con muchos productores amigos personales algunos y de catálogo otros, interesados más en su algoritmo que en su obra. Buscamos co-producciones y logramos hacer algunos buenos tratos que se quedaron inhibidos en el algún cajón de la alta burocracia televisosa. Recorrimos Madrid, París, algunas ciudades alemanas, la Federación Rusa, Dinamarca, Italia y compartimos haciendo estos caminos muchas historias de vida. Valentín me enseñó a observar la conducta y a recortarla en trocitos para utilizarse después en narrativas improbables.

Como administrador, fue buen ecónomo, esta actitud se reflejaba en su metódica aplicación de vestuarios, de escenarios, de locaciones. El hábito hace al monje y gustaba de reiterar en los capítulos las formas del vestuario de sus personajes principales, para entrañarlos, para distinguirlos y acentuarlos.

Recuerdo con nostalgia y cariño sus aventuras personales. Su decisión de abandonar Chile, sus pininos como piloto aéreo y dejar atrás la vidriera del padre en las afueras de la ciudad de Santiago. Tomar con él un café con piernas, en los barecitos del centro de Santiago o recorrer la costa chilena para visitar Isla Negra, Cartagena, Valparaiso, Viña y muchos pequeños puertos de pescadores en las caletillas donde los marinos arrean sus barcazas y sus redes siempre con esperanza y a menudo con insospechadas y deliciosas abundancias, de esa mar fría y generosa.

En Nueva York, nos divertía recorrer los restaurantes populares y los barrios elegantes donde hallábamos siempre un tranquilo espacio para continuar nuestras conversaciones. Hablábamos de nuestros amigos comunes y ponderemos siempre las virtudes de algunos (…). Con Valentín es fácil alcanzar el estado simple de la sonrisa que dibuja pensamientos. Muchas veces nos acompañó Victoria, su mujer, altiva, sospechosa, celosa y observadora.

Victoria gozaba y padecía a Valentín, la televisión, cierto, es una buena alcahueta, pero Valentín fue siempre menos travieso de lo que ella sospechaba. Universitaria, fue amiga de los Kirchner, sobre todo de Néstor con quien había compartido algunos años en la facultad de la Plata.  Victoria viene de un linaje de terratenientes con propiedades importantes en el sur de Chile. Gozó de su madre hasta hace pocos años y la frecuentaba a menudo en su departamento de Santiago donde vivió sus últimos días.

Elegante y ecónoma, Victoria administró bien los recursos de Valentín y supo multiplicarlos. Un exquisito departamento en el elegante upper east de Manhattan. La bellísima casa de Cachahua, la playa más elegante de los chilenos, donde las olas revientan fuerte en sus acantilados rocosos y se goza de una brisa fantástica. Los jardines de la casa de Cachahua, en las alturas del cerrito junto a Zapallar, son exquisitos y constituyen de alguna manera el orgullo de Victoria. En Miami la propiedad de los Pimstein está en el cayo Biscayne, que divide coconut grove del centro de la ciudad y donde vive también Verónica, la hija más consentida.

Las cinco Vés de Pimstein viven espléndidamente. Con Valentín, Victoria, Vivian, Verónica y Víctor, gozan la vida en sus dislocadas geografías. Les imagino sin embargo ahora, reunidos en algún salón, con su prenda desgarrada, acompañándose y pensando su amor por esa figura mayor que fue el padre, el esposo, el amigo, sobre todo, de cada uno de ellos y de nosotros.

Escribí con su orientación un argumento de novela que desarrollamos en larguísimas conversaciones. Nadia, debe Victoria tener nuestro último argumento y se lo pediré a sabiendas que querrá conservar los derechos de autor y poco me importa. Esos derechos, son algo que se considera en la familia Pimstein como un tesoro inalienable. Y es que Valentín retocaba los argumentos de los escritores y los hacía propios, de modo que asumía así, un derecho de autor que le reportó siempre recursos y le seguirá por cierto contribuyendo al patrimonio de la familia.

Quisimos hacer algún negocio juntos por allá de los años 2 mil, en pleno boom de las llamadas dot coms. Nos fue bien al principio y de unos cuantos cientos de miles de dólares pasamos rápidamente a los millones y luego a las nadas que legó la caída del fenómeno. Pero nos divertimos y no nos disgustamos por el mal resultado. Victoria debe conservar aún las pocas acciones devaluadas de aquel periodo difícil.

En cierta ocasión, a las 2 o tres de la mañana de un día cualquiera en el año 98 o 99, me llamó aprehensivo para decirme que habían secuestrado a Verónica, que reuniera algo de dinero y lo que pudiera en valores para llevar al rescate. Me vestí precipitadamente y pasé a buscarlo a su departamento de las lomas en la CDMX. Sobre el periférico los secuestradores nos dieron indicaciones que debía llegar Valentín solo y en taxi. Lo hicimos y a las pocas horas recuperamos a una Verónica más asustada que lastimada.

Don Vale adoraba a sus hijos, pero sentía una debilidad especial por su Verónica, un poco su discípula y la depositaria de toda su generosidad intelectual. Verónica Pimstein está cincelada por don Valentín y es ahora quizá, con su muerte, que la crisálida le proporcionará las alas necesarias para materializar sus no pocos proyectos.

Valentín nació el mismo año que mi padre en 1925 y mi relación con él fue de amistad, la amistad que no tuve con mi papá.  Nuestra relación me permitió entender que la diferencia de edad no es un obstáculo para comunicar sin inhibiciones. Recuerdo que, en nuestras salidas, de entre las más divertidas y joviales, fueron aquellas que hicimos con Augusto Marzagao, otro gran caballero, que completaba nuestra tercia latinoamericana. Augusto salpica siempre sus conversaciones con algún chiste. Es fantástico para contarlos.

El chileno Pimstein, el carioca Marzagao y el yucateco Melo, se divertían a lo grande en cualquier lugar del planeta y se contaron así en múltiples partidas, la vida, conciliaron una grande amistad y disfrutaron de profundidades y ligerezas.

No tengo prisa, menos ahora, en recordar tantas buenas conversaciones, pocas ganas tengo de hablar con Victoria y con los “niños” Pimstein, para espetarles los repetidos pésames de la ocasión, pero los pienso desde la mirada de Valentín con inmenso cariño.

Hasta la vista Maestrín, hasta que la muerte nos reúna de nuevo para continuar en otra dimensión el diálogo que comenzamos en ésta. Hace poco Valentín presentó un libro que le escribió la amiga Tere Vale, deben estar allí muchas más anécdotas de las que esta corta narrativa convoca.

La narrativa latinoamericana pierde con esta partida, una voz singular, una voz sencilla y clara. Un constructor de íconos, de princesas mundanas, de sueños.

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