Juan José Baz nunca pudo realizar su sueño dorado: demoler a cañonazos la Catedral de la Ciudad de México.

Se dice que cuando este militar tapatío pasaba por una iglesia, suspiraba e imaginaba cuántas casas, escuelas y edificios se podrían construir con aquella cantera y terreno. En efecto: Baz “el demoledor” fue una de las más grandes amenazas que hemos tenido contra el patrimonio arquitectónico en nuestra historia.

Nacido en 1820 fue hijo de una familia distinguida de ascendencia aristócrata. Su padre, Diego Baz, español y realista hasta las cachas, llegó a ser de los más ricos de Nueva Galicia. Quién fuera a decir que su tumba quedaría al lado de la de Benito Juárez, en el Panteón de San Fernando de la Ciudad de México.

Juan José participó en las batallas contra la invasión francesa y norteamericana. Su carácter, en palabras del escritor y académico Enrique Fernández Ledesma, era «impulsivo, tozudo, delirante de acción; anticlerical, insolente y hasta obsceno cuando le ganaba la exaltación; gustaba de las exhibiciones de su valor, siempre lleno de ardores y de penachos haciéndose llamar el inmaculado«.

Fue cuatro veces gobernador de la Ciudad de México, la primera a los 26 años y a instancias de Benito Juárez, quien vio en el güerito a alguien astuto y lleno de energía, no para sacar adelante a una ciudad en crisis, sino para arremeter contra de ella.

¿Por qué Baz veía a la Catedral como su peor enemigo?

En el siglo XIX, durante la Semana Santa, era costumbre invitar al presidente en turno a participar en la misa de Jueves Santo en la Catedral, donde se le ofrecían las llaves del recinto como símbolo de obediencia de la Iglesia al gobierno. Todos los presidentes habían cumplido con la ceremonia hasta 1857 cuando cayeron las Leyes de Reforma, las cuales prácticamente desplumaron a la Iglesia de sus propiedades y privilegios religiosos. Por supuesto, Baz era del bando que veía en el clero a una pandilla de explotadores que por siglos venían enriqueciéndose del pueblo.

Obviamente, ese año la Iglesia mandó una no-invitación al entonces presidente Ignacio Comonfort, otro anticlerical, pero Comonfort decidió mandar en su representación al terrible Baz. Sin embargo, cuando éste se presentó en Catedral le negaron rotundamente la entrada. No era para menos: Baz quería entrar a misa montado en su caballo.

La negativa de los curas lo indignó de tal manera que al día siguiente regresó con la artillería, misma que dispuso frente y a los lados del sagrado inmueble. El pueblo reaccionó de inmediato: en medio del fervor religioso que caracteriza tales fechas hizo frente a la milicia. La situación se puso tensa y a punto de estallar, por lo que Baz prefirió la retirada. Así, el radical comecuras se quedó con las ganas de reventar en mil pedazos la iglesiota.

A los pocos días el escritor Ignacio Aguilar y Marocho publicó un panfleto titulado La Batalla de Jueves Santo ridiculizando el hecho y a Baz. Varias ediciones circularon por las calles de la ciudad mientras que “militares y paisanos, amas de cría, arrapiezos y hasta señoras repetían sus versos de memoria:

Fija, cual buen general/

su primera paralela en medio de la Plazuela,/

para sitiar la Catedral…

Pero, ¡oh, sorpresa!, cuando más tarde Comonfort publicó un comunicado donde, entre otras cosas, decretaba la demolición de edificios religiosos y la ocupación de terrenos para causa de la utilidad pública.

cdmx

No pudo haber mejores noticias para Juan José Baz, quien con entusiasmo de termita en aserradero comenzó a demoler todo a su paso, principalmente si con ello fastidiaba al clero.

Pocos dirigentes han logrado en tan corto tiempo cambiar radicalmente el paisaje urbano de una ciudad. El escritor Vicente Quirarte dice: “Entre 1861 y 1867, bajo el mandato de Baz, se demolieron total o parcialmente los conventos de San Francisco, Santo Domingo, San Agustín, San Fernando, La Merced, La Concepción y Santa Isabel.”

Para derribar tanto edificio clerical, construcciones originalmente concebidas para funcionar como fortalezas medievales, Baz gustaba de usar un método que perfeccionó con cariño: “Untar de brea grandes vigas para atorarlas entre piso y techo y posteriormente prenderles fuego para que el edificio se derrumbara”, y si no, pues siempre había un buen cañón a la mano.

Además, el gobernador de la ciudad era un destructor rapidísimo: cuando Benito Juárez visitó el cadáver de Maximiliano, dispuesto éste en la iglesia de San Andrés, temía que el recinto se convirtiera en una especie de centro de peregrinación de los partidarios del imperio. Entonces Baz, solícito se ofreció a destruir el templo, cosa que consiguió en una sola noche.

De igual forma, en una sola noche, abrió la calle de Independencia y derribó parte del convento de San Francisco. También abrió la calle de Cinco de Mayo, de la que el poeta López Velarde escribió: “Le soy adicto, a sabiendas de su carácter utilitario, porque racionalmente no podemos separarla de las engañosas cortesanas que la fatigan en carruaje, abatiendo, con los tobillos cruzados, la virtud de los comerciantes…”.

Sorprendentemente, sobre todo para un demoledor tan atareado, Juan José Baz tuvo tiempo para construir la Escuela Industrial de Huérfanos, una institución que pasó a ser un verdadero modelo en su género, pues además de la esmerada instrucción primaria que se ofrecía, se enseñaban artes artesanales y mecánicas, como carpintería, herrería, imprenta, zapatería, sastrería, etc. El plantel llegó a albergar a 400 alumnos masculinos.

Mientras ejercía su sexta vuelta como gobernador de la ciudad, Juan José Baz murió en 1887.

En el barrio de La Merced hay una plaza pequeña y monona que lleva su nombre, aunque se le conoce más como La Plaza de la Aguilita, pues se dice que fue ahí donde los aztecas hallaron el águila devorando la serpiente.


Comentarios

9 respuestas a «El demoledor atareado»

  1. Avatar de Alfonso García
    Alfonso García

    Interesante artículo y en mi opinión muy bien documentado.
    Comentario, que no crítica: ¿Artes artesanales no es un pleonasmo?
    Saludos.

    1. Avatar de Gerardo Australia
      Gerardo Australia

      Muchas gracias por leer, don Alfonso.
      Fíjese que tiene razón en el pleonasmo.
      Lo escribí un poco con el sentido de diferenciar las artes (pintura, escultura. etc.), de las artes artesanales, aquellas que ademas de ser un arte son un oficio, como la carpintería, la platería, etc.

  2. Avatar de Dagoberto Depablos
    Dagoberto Depablos

    Bastante ilustrativa la historia. Para mi como extranjero debo decir que México guarda gran cantidad de historias que con su cotidianidad tienen la capacidad de incrustarse tanto en ella que se vuelven un icono, y más si están tan bien redactada, da gusto leerla la verdad. Saludos.

    1. Avatar de Gerardo Australia
      Gerardo Australia

      Muchísimas gracias don Dagoberto!!!

  3. Avatar de Laura Prado Bravata
    Laura Prado Bravata

    Muy entretenido con ganas qué no acabe!

  4. Avatar de Héctor García
    Héctor García

    Mi estimadisimo y bien ponderado autor, bastante buena la historia, creo que en cierta manera el buen Baz fue dogmatico reaccionario a las circunstancias, pero no deja de ser un bello y sublime dinamitero loco, YEPA

    1. Avatar de Gerardo Australia
      Gerardo Australia

      ¡¡Jajajajajaja!!!, toda la razón, don Héctor….De hecho los Muppets tenían un personaje fantástico que era el «dinamitero loco», igual y se basaron en Baz…Gracias

  5. Avatar de Luis Enrique Avila Guzmán
    Luis Enrique Avila Guzmán

    Excelente, muy interesante, ilustrativo y entretenido.

  6. Avatar de Pedro García Carrasco
    Pedro García Carrasco

    Cuantas historias por conocer , ademas me gusta mucho su narrativa , me puedo imaginar a Baz con cara de pujido al no poder derribar la Catedral

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