Otro tipo de satisfacción: el duelo

El duelo es una enfermedad social de la que ninguno está exento, escribió el coronel Antonio Tovar en la introducción de su Código Nacional Mexicano del Duelo (1891): Sin embargo vale más morir por la honra que vivir deshonrado. Cierto, el duelo siempre fue una necesidad en los países civilizados, cuando uno no pide justicia, sino que se la hace. Los duelos tienen origen legendario, si bien los primeros en ser públicos y regulares fueron los practicados en Europa por las tribus germánicas que conquistaron la Galia durante el siglo V.

En México a fines del siglo XIX defender el honor era una práctica empapada de romanticismo afrancesado, y como todo lo francés, también el duelo estaba de moda, aunque sin regulación alguna. Así pues, los caballeros se mataban como podían, pero a la francesa. Algunos tenían acceso al entonces libro de cabecera del duelista madrugador, el Essai sur le duel (1836), del conde Châteauvillard, una guía didáctica de cómo se llevaba a cabo un duelo de principio a fin, siendo el Honor lo más sagrado. Ahora bien, para entonces en Francia el duelo había alcanzado su apogeo, por lo que madrugar para ir a empuñar la espada o sacar el pistolete comenzaba a aburrirle a la gente, aunque no faltaban los necios que buscaban nuevas y estrafalarias maneras de defender su honor, como cuando dos personas decidieron batirse a duelo en globos aerostáticos volando sobre París. Uno ganó aguijoneando el globo contrario, el otro cayó al vacío con todo y padrino dentro de una gran canasta de picnic.

libro sobre duelos
“Essai sur le duel” (Foto: http://livresanciens-tarascon.blogspot.com).

En México el concepto de honor era un verdadero rompecabezas. Para ser honorable un hombre no sólo debía tener valentía, honradez, integridad, inteligencia, decencia y lealtad; también debían tener una madre, hermanas, esposa e hijas recatadas y, sobre todo, castas. Pero no bastaba que el hombre poseyera el enjambre de virtudes mencionadas, también era necesario que sus amigos lo consideraran un hombre de honor: De ahí la necesidad de conservar el buen nombre o la buena reputación, y de ahí el peso de un cuestionamiento o de una afrenta, porque el honor descansaba en acciones y opiniones. Quien lo perdía por acciones propias no podía recuperarlo, pero quien lo perdía a causa de acciones ajenas podía defenderlo y recuperarlo, dice la investigadora Elisa Spekman Guerra.

Entre la alta y mediana clase, poseer, preservar y defender el honor era lo más importante. Pero mientras estaba claro que el individuo injuriado debía buscar “satisfacción” a su honor, nadie se ponía de acuerdo sobre un código o reglamento llegando a consecuencias excéntricas, como cuando el coronel y diputado Francisco Romero sostuvo un duelo a martillazo limpio con un súbdito francés, de apellido Lefevre, quien había soltado una expresión despectiva contra los mexicanos (Lefevre sólo disponía de su herramienta de trabajo, era herrero).

Con la publicación del Código Nacional Mexicano del Duelo, cuyo prefacio curiosamente lo escribió el coronel Romero, Tovar se convirtió en la autoridad sobre el tema, dejando en claro desde el primer capítulo que sólo hay tres ofensas que ameritan el duelo: La pública, la privada y la de hecho: Las dos primeras pueden ser de palabra, por escrito, dibujo o gesto. La de hecho es pública o privada y debe estimarse en igual grado de gravedad. En las ofensas de hecho entran golpes o heridas proporcionadas intencionalmente, así como la seducción de la esposa, hija o hermana, cuando estas dos últimas sean menores de veinticinco años.

manual para duelistas
Código nacional mexicano de duelo (Foto: El Memo).

Por otra parte, la publicación del coronel Tovar tuvo una repercusión social más profunda y acertada, al tratar el tema de los rijosos periodistas. Me explico: durante el porfiriato no hubo partidos, por lo que los grandes debates entre políticos se daban a periodicazos. Muchas veces los escritos eran dardos hirientes que dañaban la moral de personas o familias enteras y el perjuicio quedaba impune, pues por lo regular se publicaban anónimamente. Gracias al Código del coronel Tovar (Cap.2, art.10) se obligó a que los periodistas firmaran sus artículos, porque si no la responsabilidad caía en el Director del periódico, quien tendría que responder el perjurio batiéndose a duelo con el siguiente en turno.

Un ejemplo muy sonado en la época de estos lances entre periodistas, fue cuando el poeta y escritor Santiago Sierra (hermano del fundador de la Universidad Nacional, Justo Sierra) se hizo de palabras a través de diversos artículos con Ireneo Paz (abuelo de Octavio Paz y quien imprimió el código duelista de Tovar). La cosa se puso roja hasta que uno retó al otro. Ninguno se echó para atrás y el resultado fue la muerte de Santiago, el 27 de abril de año de 1880 a las nueve de la mañana, de un balazo en la frente. Así se perdió a una de las más brillantes plumas mexicanas del siglo XIX.

padre de Octavio Paz
Ireneo Paz Flores (1836 – 1924).

¿Cómo se llevaba a cabo un duelo?

Una vez ofendido el caballero, dirigía su desafío al contrincante de manera verbal, escrita o por medio de su padrino. A continuación, se escogía una de las cuatro armas permitidas: Pistola, Florete, Espada o Sable (éste último de orden militar). Habiendo escogido con qué matarse, los caballeros pasaban al campo de batalla convenido. En el duelo a pistola la distancia correcta era treinta pasos a partir del centro y se podía estrechar la distancia avanzando los combatientes dos metros cada uno después de cada disparo convenido. Cuando el juez gritaba “¡uno!”, se apuntaba con el arma; “¡dos!”, se disparaba, y al “¡tres!” era obligatorio bajar el brazo. En el caso de la espada los combatientes se colocaban a cuatro metros uno del otro. Todo se valía menos tocar con la mano o brazo la espada del contrario, herirse después de un desarme, atacar cuando uno se caía o arrojar la espada como proyectil contra el contrario.

Volvería a ser el inquieto coronel Francisco Romero protagonista definitivo en la historia de los duelos, cuando en septiembre de 1854 desafió nada menos que al administrador de la renta del timbre, el copetudo José Verástegui, porque escuchó cuando lo tachaba de inepto, además de que los dos compartían la misma amante. Se pactó duelo con pistola a muerte en los alrededores del Panteón Español. Verástegui recibió la bala fatal. A Romero lo desaforaron y procesaron, algo sin precedente, pues por primera vez en la historia se condenaba a un duelista.

Este embate motivó al mismo Porfirio Díaz a decretar la prohibición del duelo en 1895.

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Gerardi A. Brabata Pontado

Como siempre excelente e interesante tema tocayo. Y sobre todo lo muy bien documentado. Saludos

Alfonso Cervera

Muy interesante, siempre aportando artículos que nos dejan aprendizaje!
Seguimos pendientes de tus publicaciones.
Saludos!

Alfonso Cervera

Muy interesante! Siempre aportando artículos que nos dejan aprendizaje.
Saludos!

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