Mis borrachos favoritos: un oso ensopado en… vodka

La mejor etapa de la vida para beber vodka es después de la lactancia y antes de la defunción.

Gerardo Deniz.

Boris Nikolayevich Yeltsin, uno de los líderes más importantes y controversiales del siglo XX, no sólo fue el primer presidente electo libremente en Rusia, en 1991, llevando a su país por primera vez a la democracia y al capitalismo, sino también fue el primer presidente en la historia en ser encontrado de noche afuera de la Casa Blanca, en Estados Unidos, totalmente borracho y en calzones, manoteando a un taxi para que lo llevara a comer pizza, esto en 1995. Cierto, el oso Yeltsin no se andaba con bobaliconadas.

Además, la cosa no quedó ahí: al día siguiente, sin recordar mucho de la noche anterior, el robusto ruso ensopado en vodka decidió que era mejor seguir la fiesta en un lugar más relajado que la Casa Pálida del entonces presidente Bill Clinton. Así que, eludiendo a los guardias, Yeltsin escapó por la puerta trasera, pero atravesando el jardín fue interceptado por otro cuerpo de seguridad, quien al confundirlo con un pordiosero ebrio y zigzagueante le aplicaron el tratamiento propio del oficio, hasta que agentes de un bando y otro llegaron a la escena a rescatar al zarandeado, explicando de quién se trataba.

expresidentes Rusia y Estados Unidos
Yeltsin y Clinton (Foto: AP).

Tampoco era el primer incidente internacional que provocaban los achispamientos del viejo Boris, mago en el arte de desaparecer martinis, político polémico siempre en contra de los protocolos, conocido por decir lo que le venía a la mente y de comportarse de manera sorpresiva en los lugares menos indicados. Muchas fueron sus travesurillas etílicas, por ejemplo:

  • En 1992 fue invitado a Kirguistán ‒región exsoviética y un país donde hoy en día se sigue practicando el fino deporte de robarse a las novias‒. Durante la comida oficial utilizó la cabeza calva del presidente Askar Akayev como tamborcillo, golpeándola con un par de cucharas.
  • En 1994, frente a todos los medios de comunicación, dejó esperando en la alfombra roja al Primer Ministro de Irlanda, Albert Reynolds, pues le fue imposible bajar del avión presidencial debido a “una gran fatiga” (después de todo eran muchas horas de vuelo entre Moscú y Dublín, ¡algo había que beber!).
  • Ese mismo año en Moscú, durante un picnic político a bordo de un barco, un Yeltsin rociado en brandy ordenó a sus guardias aventar al helado río Volga a su portavoz, Vyacheslav Kostikov.
  • Ese mismo año Rusia mandó a Berlín una delegación para presenciar la retirada de la última de sus tropas en territorio alemán. Había mucho que celebrar pues los rusos estaban enquistados ahí desde la Segunda Guerra Mundial. Como era de esperarse, sin que nadie lo invitara, Boris Nikolayevich Yeltsin se apuntó al plan de celebración. Durante el almuerzo principal, ensopado en champagne, Yeltsin se paró de la mesa y dando algunos tumbos fue a quitarle la batuta al director de la banda militar que amenizaba el evento, y comenzó a dirigir a los músicos efusivamente, mientras cantaba fuera de tono, bailaba y mandaba besos al público.
  • En 1995, durante un encuentro con corresponsales extranjeros, las cámaras lo tomaron pellizcando juguetonamente el trasero de una secretaria.
  • En 1996, durante la campaña electoral cuando fue reelegido, las cámaras lo mostraron bailando frenéticamente un twist en el escenario. Más tarde se supo que días antes había sufrido un ataque al corazón.
  • En 1997 visitó Suecia. Claramente en copas, Yeltsin subió al pódium donde dijo, para sorpresa de todos ‒sobre todo del Kremlin‒ que unilateralmente cortaría una tercera parte de las cabezas nucleares. Ya de pasada comparó las famosas albóndigas suecas con la cara del tenista Bjorn Borg, para por último despedirse de la audiencia tropezándose en el estrado y cayendo al piso.
Rusia
Yeltsin haciendo honores a la bandera sueca, durante su visita al país en 1997.

Nacido en 1931 en la cuarta ciudad más grande del país ‒la actual Yekaterinburg, en la región de los Urales‒ Boris y sus dos hermanos vivían en el típico edificio comunal soviético, donde a la infeliz rutina diaria, siempre en condiciones precarias, había que sumarle el terror y la paranoia del sistema soviético. Como millones de gentes, los Yeltsin trataban de sobrellevarla en un ambiente proletario sin ningún tipo de incentivo o ideal, más que el tratar de pasar los días a menos veinte grados centígrados la mayor parte del año. ¿Cómo se logra esto?, sencillo: bebiendo. Ya lo dice la Biblia (Proverbios 31,6): Denle bebida fuerte al que está desfalleciendo y vino a los amargados de alma.

El padre de Boris, obrero de la construcción, fue una figura ausente que en perpetuo estado de tristeza bebió hasta su muerte. Como casi todos los de su generación había pasado por el Gulag (tres años de trabajos forzados). La madre, de oficio costurera, hizo que el joven Boris se convirtiera rápidamente en el hombre de la casa. De carácter alegre, rebelde y con una mente brillante, Boris trabajó desde chico también en la construcción. En sexto año, donde compartía pupitre con setenta y dos compañeritos (cuestión de imaginarse la pasada de lista), fue elegido jefe de clase, comenzando así la historia del líder cabal que se forja la vida a puño limpio.

“El dinero, como el vodka, convierte a la gente en excéntrico”, dijo el gran escritor ruso Antón Chejov. No es secreto que la bebida forme parte de la cultura rusa, pero sobre todo el vodka, producto orgullosamente nacional y un símbolo de veneración, remedio contra todo mal y hasta contra la alegría. Su premisa parecería simple y a la vez mágica: un par de granos de centeno o trigo, agua y etanol. Por supuesto, su fórmula es tesoro nacional.

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Antón Chéjov y León Tolstói conversando.

Puede decirse que el vodka fue lo que les quitó lo pagano a los rusos, gracias a su destilación que viene sucediendo desde el siglo XIV. Vodka significa “agüita” y sus beneficios, en consumo moderado (lo que nunca sucede) son muchos: causa relajación, es un excelente desinfectante, tiene propiedades anestésicas, antitoxinas y antisépticas; ayuda a la presión de la sangre y su circulación; es un gran digestivo y es la bebida alcohólica más dietética de todas; previene la hipertensión y ataques al corazón. A partir del siglo XV en Rusia todo banquete imperial comenzaba con un pedazo de pan y una copa de la “águila blanca” (vodka). En 1540 el zar Iván el Terrible, mientras seguía decapitando personalmente a sus enemigos, estableció el primer monopolio gubernamental en el comercio del vodka. Desde entonces todas las destilerías fueron del gobierno, hasta la entrada del libre comercio a mediados del siglo XX.

En 1900 el consumo de esta bebida representaba para el zar el 50% de los ingresos de su reino. Fue el creador de la Tabla periódica de los elementos, el químico ruso (¡faltaba más!) Dmitri Mendelev (si quieren seguir su día con bien absténganse de ver su foto), quien implantó que sólo se podía llamar vodka si la bebida tenía un mínimo de 40% de alcohol.

Desgraciadamente siempre hay el lado oscuro: para 1995, ya con Yeltsin como presidente, cada ruso bebía un promedio de quince litros de alcohol, incluyendo niños y los que aborrecían beber. Si se toma en cuenta que eran ciento cincuenta millones de habitantes, no hace falta imaginar los problemas de salud y productividad que la ingestión de la bebida significó para el gobierno: el 50% de las muertes del país eran atribuidas al abuso del vodka. Por lo mismo Yeltsin, irónicamente uno de los más entusiastas amigos del orgulloso producto nacional, fue obligado a tomar medidas duras contra el alcohol.

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Imagen: Sputnik/Aleksei Kudenko.

Con un déficit de 350 mil millones de dólares el gobierno comenzó una cacería de brujas imponiendo un impuesto desmedido a los fabricantes acreditados, el equivalente a 7 dólares por litro. Como era de esperarse la ilegalidad se hizo endémica: en la esquina de la calle te vendían hasta balones de futbol rellenados de vodka a 1 dólar el litro. Y si a eso le sumamos la entrada del país al libre comercio, cuando de pronto llegaron grandes marcas, como la norteamericana Smirnoff (en Rusia era Smirnov), la crisis se acentuó y lo que antes era una de las principales entradas para el gobierno, representó sólo un 5% de sus ingresos.

Por supuesto Yeltsin, en su política contra el alcohol, jamás mencionó que se tratara de un problema de salud, sino de lo que el gobierno dejaba de ganar:

—Éste es nuestro producto nacional ‒dijo Yeltsin alzando un vaso lleno del preciado líquido‒: ¿Te imaginas a Japón batallando para producir su propio arroz? ‒y a continuación se lo bebió de un solo trago y pidió otro.

La moraleja quedó en el aire y hasta hoy en día los rusos siguen teniendo con el vodka una relación mística. El consejo del oso ensopado era uno: “Se puede construir un trono con bayonetas, pero no te puedes sentar en él, y si lo haces échate un vodka”.

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Leonardo Ibarra

Excelente narrador. A ésta persona la deberían contratar para dar clases de historia en alguna preparatoria como su mejor maestro para tener de las mejores cátedras del país. Combinación de cultura, vida diaria y humor perfecto…….combinación perfecta para aprender.

Gerardo Australia

Muchas gracias don Leonardo por leer y por su valioso comentario…
Reciba un gran abrazo

VERONICA

Estoy de acuerdo con usted Leonardo. Disfruto mucho los artículos de Gerardo. He aprendido muchas cosas en forma por demás amena y entretenida. Felicidades Gerardo.

Gerardo Australia

Muchas gracias por leer, Veronica!!!…Agradezco mucho su comentario y mando afectuoso saludo, lo mejor para este año

Oscar Gabilondo

Extraordinario !!

Gerardo Australia

Gracias por leer estimado Oscar…un gran abrazo y feliz año

Alfonso Cervera

Como siempre, que divertida manera de narrarnos la historia… Genial!
No dejes de escribir mi estimado Gerardo!
Saludos!

Benjamin Medina

El vodka, característica de un país y de grandes personajes. Gracias por compartir

Gerardo Australia

Gracias por leer, don Benjamín, y sí, el vodka es un verdadero espíritu ruso…
SAludos cordiales

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