Muchas veces parece requisito que la historia de una poetisa debe estar tocada por la tragedia. Como si el destino supiera que estos seres de luz viven para sublimar la fatalidad y convertirla en enseñanza y lucha para un mundo mejor.
Alaíde Foppa de Solórzano fue una de ellas: durante los años ochenta del siglo pasado el ejército guatemalteco mató al más chico de sus cinco hijos, Juan Pablo, de veintiocho años, quien trabajaba en la serranía como maestro rural. Su cuerpo fue aventado a una fosa común y ella se enteró un mes después. Al poco tiempo su marido, Antonio, saliendo de una farmacia en la avenida Insurgentes, en la Ciudad de México, fue atropellado por un auto que, inmediatamente después del accidente, simplemente metió reversa y se fue. El marido murió al día siguiente. Y mientras el tiempo no se detuvo a curar heridas, Alaíde recibe la noticia de que su segundo hijo, Mario, también fue asesinado durante la guerrilla guatemalteca.
Aquella mujer encendida, que escribió uno de los más hermosos homenajes a la maternidad con su poema Propiciatoria, se transformó en torrente de rabia, “rabia en cada una de sus células, en las neuronas, en los dedos que empuñaron la máquina de escribir, en las cuerdas bucales”. A partir de su tragedia (¿o tragedias?) la autora de Señor, estamos solos quiso hacerse útil en cuerpo y alma a la causa que defendieron sus hijos, convirtiéndose en un símbolo universal de la lucha por los derechos humanos.
¿Quién iba a pensar que el 19 de diciembre de 1980 Alaíde personificaría la tragedia misma, cuando estando en Guatemala para visitar a su madre enferma y aclarar la muerte de sus hijos, fue secuestrada junto con su chofer, desapareciendo de la faz de la tierra para siempre?
Morena y delgada de belleza misteriosa, de porte elegante y siempre con una sonrisa, Alaíde fue una líder nata, una mujer con una cultura impresionante. Aún cuando vestía con discreción lo hacía con vestidos finos, por lo que en muchas ocasiones se ganó el rechazo de las feministas de hueso colorado, las que no perdonaban al y lo burgués. De sus orígenes la misma Alaíde nos cuenta: “Nací en Barcelona, siendo mi padre argentino y mi madre guatemalteca. Viví poco en Argentina y después en Italia. Mi padre estaba en el servicio exterior. En Italia hice mis estudios hasta secundaria. Fui a Bélgica a cursar el bachillerato y de ahí regresé a Roma donde estudié Letras e Historia del Arte. Mis primeros poemas están escritos en italiano”.
En 1943 el trabajo diplomático del padre los llevó a una Guatemala a punto de la revolución: “Fue la primera vez que sentí a la gente, su miedo, su angustia, la opresión, la enorme injusticia social, la pobreza, la explotación del indio. Para mí fue impactante. Comprendí que de alguna manera yo tenía que participar en todo aquello…”. El polvorín no tardó en explotar: “Oía pasar las balas muy cerca, cosa que nos había vivido en Europa”.
En 1944 se casó con Antonio Solórzano, hijo de un terrateniente rico y poderoso. Antonio recién regresaba de Alemania, donde estudió leyes. Ya aclimatado en la política fundó el Partido Guatemalteco del Trabajo, de izquierda radical, por lo que no tardó en ser perseguido y obligado a salir de nuevo del país.
Después de una breve estancia en París, donde Antonio fue cónsul, el matrimonio regresó a Guatemala a participar en el segundo régimen democrático que hasta entonces conocía aquel país en toda su historia. El gobierno, inspirado en los principios de la Revolución mexicana, pretendía desarrollar una tajante reforma fiscal, educacional, agraria y laboral, necesaria para sacar al país de la barranca. Como era de esperarse esto no le gustó nada a los poderosos, pero menos a la gigantesca multinacional gringa que se había plantado por sus pistolas en más de novecientas mil hectáreas adjudicadas ilegalmente: la United Fruit Company. Pese a todo el gobierno aplicó las nuevas leyes y las represalias cayeron como martillo en yunque: en 1954 la multinacional norteamericana, junto con la CIA, orquestaron un golpe de Estado. El colmo fue cuando los norteamericanos bombardearon a sus anchas la capital guatemalteca por dos semanas, a sabiendas que Guatemala no tenía aviones ni baterías antiaéreas. Por cierto, a quien le tocó vivir esta humillación fue al joven médico argentino, El Che Guevara. Obviamente la experiencia reafirmó todavía más su compromiso con el comunismo.
Mientras tanto Alaíde y familia, amenazados de muerte, abandonaron el país. Se vinieron a México, donde la poetisa vivirá hasta su desaparición. En nuestro país Alaíde se dedicó a la educación de sus hijos, a dar clases y escribir. A partir de 1965 fue maestra de tiempo completo de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, donde impartía la cátedra de Sociología de la Mujer y Literatura Italiana.
La década de los setenta fue la más fructífera para la poetisa y escritora. Elena Poniatowska recuerda que “no tenía tiempo para sí misma. De vez en cuando Alaíde hacía una pausa en su carrera de crítica de arte, feminista, traductora y profesora de letras, para exclamar con una cierta nostalgia: “Este fin de semana voy a Tepoztlán. A ver si puedo escribir algo…”.
Llegó el momento en que el exceso de trabajó la enfermó, y aún así no se estuvo quieta: desde la convalecencia escribió poemas, entre ellos su hermoso poema Elogio de mi cuerpo, “dirigido a su cuerpo, al cual había descuidado y no le respondía”, dijo Elena.
Años atrás Alaíde ya había incursionado en la radio, pero desde 1972 su programa El Foro de la Mujer, en Radio Universidad, se convirtió en uno de los pocos micrófonos abiertos a la denuncia femenina. Por fin se ponían al aire las contradicciones de la sociedad y sus injusticias desde el punto de vista de la mujer: “Un proyecto histórico de cambio, de resistencia cultural solidaria”.
(Un dato curioso: meses antes de su desaparición, Alaíde fue la primera mujer en hacer una entrevista de radio a Rigoberta Menchú, quien entonces tenía 19 años y hablaba en español cortado).
Y así, entre esposo, hijos, poesía, prosa, magisterio, radio y periodismo, Alaíde igualmente se daba tiempo para atender Amnistía Internaicional y la Agrupación Internacional de Mujeres contra la Represión (AIMUR).
Durante un viaje en autobús a Uruapan, Michoacán, Alaíde y Margarita García Flores platicaron sobre la necesidad de hacer una revista de giro feminista que no había. Entonces, en 1977 nació FEM, “revista feminista de análisis, discusión y lucha que diera cabida a la creación literaria de mujeres que escriben con sentido feminista y que contribuyen con su obra al reconocimiento de ese nuevo ser, libre, independiente y productivo”.
Todo se hacía desde su casa, en la colonia Florida, “donde se servía el mejor café de México y las galletas hechas por ella misma”, comenta Poniatowska. Alaíde financió parte de la revista y muchos amigos pintores, como Toledo, Cuevas o Corzas, donaron cuadros para subastar. El éxito de la publicación dio paso a que fundaran la sociedad civil Nueva Cultura Feminista.” La revista cerró hasta el 2005.
Alaíde también ejerció como crítica de arte en periódicos y revistas. Fue de las primeras en organizar, en el Museo de Arte Carrillo Gil, una exposición exclusivamente de mujeres, pintoras, fotógrafas, ceramistas y escultoras. Ese mismo año, cuando los políticos de México seguían siendo intocables, Alaíde fue la única mujer en criticar públicamente el discurso del entonces presidente José López Portillo: “Es deplorable que el presidente nos pida a las mujeres lo que nos han pedido por siglos, es decir, jugar un papel hoy combatido y modificado en parte: ser las compañeras (‘esas que avanzan a nuestro lado’), las musas (‘que nos ayudan a ser mejores’), seres misteriosamente intuitivos que tienen un sentido instintivo y no razonado de la justicia.”
El secuestro y desaparición de Alaíde Foppa por parte de la policía secreta guatemalteca (G-2), llevó a que Amnistía Internacional por primera vez en su historia acusara directamente a un gobierno en su informe Guatemala, programa gubernamental de asesinatos políticos.
Jamás se supo algo de ella.
Fue en FEM donde se publicó uno de sus más importantes y queridos poemas, Mujer, el cual se convirtió en la bandera del feminismo:
Un ser que aún no
acaba de ser,
No la remota rosa
angelical,
que los poetas cantaron.
No la maldita bruja que
los inquisidores quemaron.
No la temida y deseada
prostituta.
No la madre bendita
no la marchita y burlada
solterona.
No la obligada a ser buena
no la obligada a ser mala.
No la que vive
porque la dejan vivir
no la que debe siempre
decir que sí.
Un ser que trata
de saber quien es
y que empieza a existir.
Muchas felicidades Gerardo. Qué gran talento literario. Abrazos.
Queridazo Chava, más gracias por leer!!…abrazo!¡
Gerardo, que gran descubrimiento el encontrarte después de tantos años a través de tus columnas semanales, las cuales disfruto y aprendo mucho en ellas!
Un gran abrazo!
Mi querido Francisco, ¡¡te agradezco muchísimo tus palabras!! y te doy gracias por leerme, qué padre reencontrarnos y por supuesto siempre acordándome de ti y tu hermano y linda familia…Un gran abrazo!!!
Excelente narrativa, brillante historia que invita a una avida lectura. Gracias
Ante todo, don Tocayo, le agradezco muchísimo que se haya tomado el tiempo de leerme y permítame mandarle otro abrazo de regreso!!
Gran historia, gracias por compartir siempre se aprende con tu columna , recibe un fuerte abrazo
¡Ah, qué agradable sorpresa, mi Fidel!!…gracias por leer y escribirme…te mando un fuerte abrazo de regreso…
Mi querido Gerardo, como siempre, todo un agasajo leerte. Siempre con temas muy interesantes y este no es la excepción.
Un gran abrazo!
Alfonso Cervera
Don Afonso, mil gracias por leer y escribirme, gran abrazo