Una hermosa viuda negra absuelta

—¡Uno ya no puede desayunar y leer en paz, porque le vacían la pistola en el cuerpo!—, fue lo que quizás pensó el general Vidal, cuando la mañana del domingo 25 de agosto de 1929, su esposa, María Teresa Landa Ríos, tomó su pistola y le soltó seis balazos a quemarropa.

Aquella mañana, María Teresa, celebridad nacional por ser la primera Miss México de nuestra historia y haber representado al país por primera vez en un certamen internacional, se levantó tarde. Mientras esperaba el desayuno tomó, como todas las mañanas, el periódico para distraerse. Fue cuando leyó un encabezado que le espantó la modorra: “Miss México a las puertas de la cárcel…” .

La nota acusaba a ella y a su esposo de adulterio, pues se afirmaba que el general Vidal en realidad estaba casado por la ley con una mujer en Veracruz, que para acabarla se llamaba como ella: María Teresa (Herrejón de Vidal). Esta señora se presentó días antes al Ministerio Público para acusar a su marido, el general Moisés Vidal Corro, por el delito de bigamia, solicitando la detención inmediata de la pareja.

María Teresa Landa Ríos.
María Teresa Landa Ríos (Fotografía: CDN).

María Teresa lo enfrentó: “(…) fuera de mí, cegada por una onda roja, y ensordecidos mis oídos, sólo acerté a descubrir sobre la mesilla de centro aquella pistola con la que tantas veces le viera tirar. Como autómata la tomé en mis manos y enérgica le dije: ¡No puedo resistir más, yo me mato!”, dijo ella al periodista Manuel Espejel y Álvarez. El esposo trató de detenerla; ella se sintió “amenazada” y giró la puntería de la Smith & Wesson 44 Special al cuerpo de su cónyuge… ¡ups!

El escándalo no se hizo esperar, no sólo porque aún hoy en día se sigue viendo mal que una mujer le dé de desayunar balas a su media naranja, sino porque se trataba de la mujer más bella del país en ese momento, la que acababa de acaparar las noticias por representarnos en tierra yanqui.

Tras pasar a la comisaría, con interrogatorio a cargo del Lic. Pelayo Talamantes (¡que gran nombre para un comisario!), María Teresa, de tan sólo diecinueve años, fue trasladada a las poco amigables mazmorras del inmueble que en tiempos de la colonia fuera el convento de Belém, dedicado originalmente a recolectar “arrepentidas del sacerdocio carnal”, pero que desde 1863 funcionaba como cárcel pública: la famosa Cárcel de Belén.

María Teresa Landa Ríos nació en octubre de 1910, en Tlalpan. De clase media, la niña fue independiente e inclinada al estudio. Siempre le apasionó la lectura. En aquellos días ser bella e inteligente podía acarrear problemas: la sociedad postrevolucionaria seguía viendo a la mujer como la guardiana del buen tono; de ellas se esperaba sumisión y lealtad y que se alejaran de tendencias extranjeras raras, como el dichoso feminismo —del que María Teresa era partidaria—. El feminismo no sólo promovía el intercambio de los roles de género, incitando a la mujer a trabajar fuera de casa, sino que le pedía al hombre hasta ¡participar en las labores del hogar! (menos de nodriza).

La Señorita México.
Imagen: Revista Personae.

Don Rafael de Landa, el padre, tenía lecherías, negocio venturoso en la ciudad que para entonces contaba con un millón de habitantes. La madre, Débora Ríos, mujer de su hogar. La familia estaba afincada en la calle de Correo Mayor, discreta casa con un balcón que se convertiría en leyenda de enamorados y serenatas.

María Teresa era alta y esbelta, de piel blanquísima, mientras dos enormes y hermosos ojos oscuros enmarcados en evidentes ojeras atravesaban las caras que miraba. Tenía una belleza inquietante y por supuesto nunca pasaba desapercibida, pero sobre todo era poseedora de las más preciadas afectaciones de la época: palidez rotunda y un indispensable dejo de tristeza: “Siempre fui una chica triste”, confesó. Se recibió en la Normal de Maestros, carrera que ejerció hasta su muerte, aunque también ingresó a la facultad de odontología, pues su mayor anhelo era ser totalmente independiente, económica y espiritualmente.

¿Cómo se conocieron?: Lo que menos quería Moisés Vidal Corro aquel día de marzo era ir a un funeral, menos de alguien que no conocía. Pero su amigo le pidió acompañarlo, pues era familiar de la finada. El velorio era en el No.119 de Correo Mayor, en donde Vidal se le cayó la quijada al ver a aquella lindura, diecisiete años menor que él. Moisés era un individuo de mediana estatura, cuyas facciones no eran burdas, de boca finamente recortada y piel tostada: “Un caballero, pero sin cultivo en su educación”, dijo María Teresa de él.

A la semana del velorio las visitas del militar comenzaron a darse un día sí y otro también. Los padres reprobaron la relación, no sólo por la marcada diferencia de edades y la discrepancia de clase, sino porque para ellos era un hombre vulgar que le cortaría las alas de su libertad. Pero el enamorado era necio y de labia seductora, hasta que María Teresa cayó enamorada.

Moisés Vidal era un militar curtido en la Revolución. No eran pocas las batallas que había librado, sobre todo en aquella tierra caliente que tan bien conocía por haber nacido en ella: Veracruz. De carácter fuerte, su opinión era clara: la mujer en su casa. Listo. Así lo aceptó María Teresa Herrejón, originaria de su mismo pueblo, Cosamaloapan, cuando se casó con él, en 1924 (tuvieron dos hijas). Sin embargo, una vez que reubicaron al general en la capital, quién sabe qué pasó que se le borró completamente de la mente su familia, sobre todo a la hora de mandar el gasto. Jamás los volvió a procurar.

Moisés Vidal Corro.
Moisés Vidal Corro (Fotografía: Mentira Mundial).

El 28 de abril de 1928 el periódico Excélsior abrió una convocatoria para un certamen de belleza, cuya ganadora representaría a México en Galveston, Texas. Los amigos de facultad querían que María Teresa concursara, pero ella se negó. La sorpresa vino cuando su fotografía apareció en primera plana: los amigos habían mandado su foto a escondidas.

El periódico invitó a las señoritas a una sesión de fotos y entrevistas en el balneario Jardines Esther. No teniendo mejor cosa que hacer, María Teresa fue y hasta posó en traje de baño ¡mostrando los muslitos, oh my God! A la semana siguiente apareció María Teresa en el periódico como la ganadora del concurso. El padre al enterarse y ver las fotos le dejó de hablar, la madre sufrió varios soponcios en silencio y del novio… mejor ni hablamos.

Comienza así el ajetreo que conlleva ser bella: entrevistas, reuniones, cocktails, noches de fiestas, visitas al modista y poses para el cromo. El 29 de mayo partió la comitiva a Estados Unidos: “Moisés me exigió juramento de que regresaría al país para casarme con él… y yo se lo cumplí”. La señorita Landa no ganó el concurso, pero a partir del evento le llovieron ofertas de trabajo, como el contrato que le ofreció una compañía de cine por $300 dólares a la semana, mismo que rechazó.

La ascendente carrera de la bella joven hizo que el general enloqueciera de celos; todo el día la abordan periodistas, fotógrafos y galanes furtivos. Sin embargo, aprovechó el vértigo de la situación para transformarse en el típico indispensable: en un mundo frívolo Moisés se convirtió en ancla que a ella la unía al suelo.

Por fin se casaron en septiembre de 1928. Eso sí: sin el consentimiento de los padres y a escondidas. En el juzgado se presentaron identificaciones falsas (ella era menor de edad) y los testigos fueron comprados; la prisa del general era tal que no dejó terminar al juez. Aquello fue un matrimonio “patito”. Los padres, impotentes, sólo se calmaron cuando el general aceptó casarse por la iglesia.

Certamen.
Fotografía: Hello Foros.

A continuación, vinieron tiempos de sobrada pasión y algarabía, hasta aquél fatídico domingo de agosto. ¿Qué fue lo que obligó a María Teresa Landa a matar a quien supuestamente más amaba? Ella seguía sin saberlo. Para mediados del siglo XIX los casos de autoviudas (llamadas viudas negras) no eran ajenos. Empero, a partir del siglo XX la prensa jugó un papel decisivo en el crimen violento, pues hasta el más ruin de los crímenes era expuesto públicamente con fotografías, supuestamente para tratar a fondo y de manera visual el ¿quién?, ¿cómo?, ¿dónde? y ¿por qué?, como si en cada caso se encontrara una enseñanza para la sociedad.

A finales de noviembre de ese año, María Teresa recibió a su abogado defensor, el famoso licenciado José María Lozano, apodado El Príncipe de la Palabra por su elocuente desenvoltura ante el jurado. El 15 de diciembre miles de gentes siguieron por radio el juicio. La aglomeración en las calles aledañas a la cárcel era enorme.

Es importante señalar que entonces los delitos se juzgaban mediante juicio por jurados populares: el inculpado tenía la garantía de que se le juzgaría públicamente por un jurado imparcial, compuesto de vecinos honrados. Esto funcionaba de la siguiente manera: en enero de cada año se publicaba una lista con dos mil nombres de personas aptas para el ejercicio. De ahí se sacaban treinta para cada juicio; tanto el reo, como el abogado defensor, tenían derecho a rechazar seis por cada parte de los designados al azar, hasta conformar un jurado definitivo de nueve personas y tres suplentes. Sin embargo, este tipo de juicios, abiertos al público, se fueron convirtiendo en espectáculos circenses que influían la decisión del jurado.

Ma. Landa Ríos.
Imagen: Infobae.

Llegó el momento del juicio. La sala a reventar con un calor sofocante entre olores a sudor, perfume y fritangas que la gente había llevado, por si aquello se alargaba. Desde que María Teresa entró, vestida de luto, con su hermosura conmovedora, aunque desencajada, el jurado se rindió a sus pies. El juicio duró cinco horas y nadie se movió. El fiscal la llamó asesina y pedía no deslumbrarse por la belleza de aquella viuda negra. Llegó el turno del verboso defensor, quien “elogió la civilización occidental, en especial la cultura francesa; rememoró crímenes célebres, sobre todo los pasionales y aterrizó caracterizando a su defendida como la víctima que disparó, en defensa de sus ilusiones, contra quien le infligió deshonor y duelo, movida por una fuerza moral irresistible ante el temor fundado de un mal inminente”.

Al final, María Teresa tomó la palabra y con el corazón en la mano dijo: “El jurado sabrá comprender cómo los imperativos de mi destino me llevaron al arrebato de locura en que destruí, con el hombre a quien amaba con delirio, mi felicidad”.

La gente rompió en estrepitoso aplauso y el jurado la absolvió de inmediato.

El asesinato cometido por María Teresa se interpretó por la prensa, el público y el jurado, no sólo como un merecido castigo contra la bigamia que la había deshonrado, sino una reprobación contra las costumbres inmorales de las élites políticas y militares.

Juicio de María Teresa.
Fotografía: Wikimedia.

El caso de María Teresa Landa fue último juicio con Jurado Popular en México.

Cuando después le preguntaron si estaba arrepentida, dijo: “¿Arrepentida de todo lo hecho? ¡Quién sabe! Prefiero cultivar con todo sublime amor el recuerdo de Moisés ya muerto, que haberle odiado en vida por destrozarme lo más caro en todo ser humano… ¡el corazón!”.

María Teresa Landa Ríos no se volvió a casar. Ejerció como maestra de historia en la Preparatoria No.1 hasta su muerte, el 4 de marzo de 1992 en el barrio de San Rafael.

Para leer más:
Confidencias de una Miss México, narradas a un periodista, de Manuel Espejel y Álvarez. Editorial la Providencia, México, 1929.
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LUIS ENRIQUE AVILA GUZMAN

Buenísimo mi estimado Gerardo. Un abrazo

ANGELES VILLANUEVA

Hola Gerardo!

Que placer leer su estilo en cualquier tema que elija contarnos, siempre interesante y curioso ver qué intereses determinaban lo aceptable y no aceptable de una época y sociedad.

Tal vez en ésta historia se inspiró el autor de la entalladita, que creo fue Pepe Albarrán y que en la voz de la inigualable Eugenia León, suena fantástica, su historia me la ha traído a la memoria.

Un abrazo Gerardo!

Roberto Monciño le dice a Teodora,
respeta el cariño que traigo pistola,
la traigo con 8 tiros, y van con dedicatoria
tú ya estas pedida y me arde la cara,
que salgas vestida con ropa entallada
todos los hombres te miraaan,
y a mí no me cuadra nada
pues yo no quería, mis padres me han dado
estaré pedida, más no me he casado
no voy ah pasar la vida, con un celoso amargado
no seas tan coqueta, se más decentita
ella le contesta con una sonrisa,
pues yo no tengo la culpaaa
de haber nacido bonita…!!!…
sacó la pistola para amenazarla,
pero la Teodora le arrebató el arma
con ella los 8 tiros, se los sepultó en el alma
luego la aprendieron, pero a Teodorita
los jueces la vieron tan entalladita
que la libertad le dierooon,
nomás porque era bonita….!!!
Roberto se ha ido, ella se ha quedado,
robando suspiros, mas no se ha casado
ah darle gusto a la vida,
con su vestido entallado.

Gerardo Australia

Estimada doña Ángeles, ante todo una disculpa por mi tardanza en contestarle, pero eso de las vacaciones por fin se me dio, jajaja!

Como siempre le agradezco infinitamente sus comentarios y que se haya tomado el tiempo de escribirme y compartirnos esta interesante letra y, sí, en efecto, deliciosa canción que interpreta la maestra León!!

Reciba de regreso un gran abrazo!

Lilia Cisneros

Como no conocer esa historia si la escuche de lla misma quien fue mi maestra en 1963.
Historia Universal, Preparatoria uno.
La seguí frecuentando y después de su muerte converse con su hermano.
Una de las influencias importante de mi formación. Te puedo cmpartir muchas cosas. Era nuestro compañero un joven “Carlos Salinas de Gortari”

Antonio

Buen día. Cuando te daba clases ustedes ya sabían su historia o no sabían quien era ella?

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