La Revolución en el olvido

Pasó el 20 de noviembre casi inadvertido lo cual, me atrevo a considerarlo, es el indicador más importante del empobrecimiento nacional, por una razón: el olvido de la Revolución Mexicana en las festividades cívicas, sin nada qué celebrar ni qué decir en su lugar, deja vacíos que cualquier poder trata de llenar.

Es grave que el principal legado de la Revolución, que es la Constitución Política, haya dejado de ser el compendio de objetivos y ruta del proyecto nacional, y que el país no esté en condiciones políticas para convocar a un Congreso Constituyente.

El vacío lo tratan de llenar intereses ajenos a los del país. Con gran agudeza, Diego Valadés, connotado constitucionalista del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM escribió, refiriéndose a las reformas que ha sufrido la Carta Magna (bajo influencia del neoliberalismo globalizante) que “pasamos de tener una Constitución del pueblo, a la Constitución de la élite gobernante y, luego, de la élite económica internacional” (Reforma, 31/01/2016).

La Constitución es hoy punto menos que letra muerta porque no refleja las aspiraciones del movimiento revolucionario del que emanó, ni ningún otro propósito que responda al sentir nacional, sino a los planes de integración económica, parciales y en calidad de cabus, a la de Estados Unidos.

Algunos sectores influyentes de sus élites económica, política e intelectual han considerado durante décadas que nuestro país no tiene otro camino que confiar su porvenir a Estados Unidos.

Los fanáticos del neoliberalismo y muchos jóvenes, sin ser dogmáticos, pero sí ignorantes de nuestra historia, aplauden que México haya llegado a ser un país sin una ley, ni un proyecto, ni una política de Estado que le dé contenido a la soberanía nacional; les entusiasma el mito del progreso que imaginan vivo en Estados Unidos.

Porque hemos perdido brújula e identidad colectiva, hasta la valoración que hacemos de nuestra nacionalidad es baja, negativa en muchos aspectos.

Hoy se habla de unirnos ante las agresiones de Donald Trump, exaltando un nacionalismo defensivo que se nutre de las majaderías del ofensor. Se vale, pero la unidad social sólo es trascendente si la sostiene un nacionalismo basado en la identificación colectiva de códigos culturales y propósitos que nos sean comunes.

Es posible que si Estados Unidos sigue atorando las negociaciones del TLCAN y el gobierno, y los empresarios mexicanos se dan cuenta de lo que significa el propósito de Trump de imponerle al mundo -y a México antes que a cualquier otro país- los intereses de su país sin más, se emprenda el armado de un proyecto nacional genuino, propio, significante, convocante y conmovedor del entusiasmo social.

Es un requisito de solución de los mayores problemas que afronta México.

http://estadoysociedad.com

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