El Estado ya no es aquella relación de instituciones públicas que tuvieron a su cargo la “rectoría” del desarrollo. No por casualidad coinciden la erosión del Estado y la mediocridad del crecimiento económico, el aumento de pobres, la profundización de las desigualdades y el surgimiento de poderes con capacidad para desafiarlo, desde los banqueros extranjeros hasta el crimen organizado.
Para todo mundo -opinión pública y la mayoría de los partidos políticos incluidos- es obvio que el país no va por buen camino; sólo 8% de encuestados recientemente cree que sí (Reforma, 15/02/18). Los datos son abrumadores: economía aletargada, muy alta inflación, corrupción desbordada, violencia criminal sin control y desprestigio internacional de México.
En este contexto van a ser las elecciones presidenciales del 1º de julio. El tema del Estado es clave para visualizar el proyecto de nación y de gobierno de cada candidato.
Tanto Ricardo Anaya como Andrés Manuel López Obrador hablan de la regeneración del Estado sin cambiar el régimen: ambos se refieren al orden republicano, a la efectividad de los pesos y contrapesos de la división de poderes y a la certidumbre jurídica que debe ofrecer el estado de derecho.
La diferencia entre ellos es que para el panista, los problemas de pobreza y desigualdad tan profundas que hay en México se resuelven con el crecimiento de la economía; su oferta es la modernización desideologizada y pragmática de la economía que exige la globalización sin el agobio, en ese terreno, de valores culturales, éticos o morales a los cuales los ubica en otras esferas.
Para el candidato de Morena la economía es política, o sea, reflejo de la correlación de fuerzas entre grupos de intereses y en ese sentido, el bien común no puede ser el supuesto resultado del derrame de la riqueza de arriba hacia abajo, sino el deliberado propósito político del Estado.
En la perspectiva de AMLO todo depende de las autoridades que tengan en sus manos las decisiones y operación del Estado; de ahí la prioridad del tabasqueño de combatir la corrupción como primer paso para refuncionalizar las instituciones públicas.
En pocas palabras, según AMLO, para crecer hay que distribuir con el gasto público como instrumento; Lula convenció a los empresarios brasileños de ese enfoque de política y logró reducir la pobreza, aprovechando el auge del precio internacional de las materias primas. Calderón recibió ingresos petroleros sin precedente y los pobres en México ni se enteraron, siguieron aumentando.
No son incompatibles la modernidad con el nacionalismo popular, aunque se comprende que el binomio sea inaceptable para las grandes inversiones transnacionales en nuestro país. Es un problema de soberanía.
Según Carlos Loret de Mola (El Universal, 21 de marzo de 2018), la alta dirección de BBVA Bancomer en México quedó escandalizada con López Obrador por haberle escuchado hablar de economía mixta y otros temas con los que su lógica de negocios no puede, de ninguna manera, estar de acuerdo.
El plan que el panista plantea a través del crecimiento económico con una globalización sin agobio de los atavismos propios de los mexicanos es acertado ya que si la economía crece las partes involucradas se verán beneficiadas de una u otra manera (ganar-ganar). Por otra parte, la parte de Morena se plantea el derrame económico por parte del Estado de arriba hacia abajo combatiendo principalmente la corrupción, lo cual tiene, pot un lado tintes socialistas (que en la actualidad no ha funcionado) y por otro lado el combate a la corrupción (algo bueno). En México se vive en una sociedad capitalista donde hay que esforzarse para lograr algo y para hacerlo tienen que ver oportunidades (economía sana y con crecimiento sustentable) así como combate a la corrupción con penas severas al que incurra en ella. Por principio de cuentas es necesario eliminar en Fuero de los políticos ya que es un “Permiso para delinquir”.