Tope: La ilegalidad cotidiana

Lo inusual se puede volver cotidiano. Nuestro país ha sufrido una profunda transformación social en las ultimas décadas. Se ha vuelto una tierra de ilegalidad cotidiana.

Ya no hablamos de los problemas de seguridad nacional a nivel macro que todos conocemos, narcos, homicidio, secuestro, extorsión, turismo sexual. Mas bien el propósito de la columna del día de hoy es traer a la mesa el tema de que la ilegalidad en México es una forma de vida cotidiana para todos, no sólo para el delincuente.

Hemos olvidado la razón de la existencia del sistema jurídico. Ya deja de ser un problema de gobierno, es un problema social, y para ejemplo, hablemos de los topes, botones de muestra de una sociedad decadente en todos sus estratos.

¿Qué tope? Ese el que es tan cotidiano en toda la ciudad o carreteras. Desde el humilde hasta el sofisticado, desde el legal hasta el ilegal. Una barrera física para hacer cumplir la reglamentación de límite de velocidad, la civilidad de realizar un alto en boca calle o la normalidad de parar el automóvil para que alguien saque el propio de su casa.

¿Por qué el tope? Porque en México todos pensamos que la ley no es un reflejo de convivencia social, sino algo que se aplica al débil, al indefenso, o como los videos de ladies de polanco o empresarios de las lomas demuestran, para el jodido.

¿Cómo osar aplicarme la ley? ¿Cómo pensar en cumplirla? En casi todas las colonias ya se ponen topes. Es una barrera física, un acto de agresión contra los activos muebles de los conciudadanos? Curiosamente, entre más acaudalada la colonia, más topes existen. En la avenida Bosques de la Reforma de la Delegación Miguel Hidalgo, una de las zonas más afluentes de la ciudad, conté uno cada cien metros por un kilómetro.

Como vemos el pudiente, el supuestamente educado, la gente bien (más no fina) es la que menos cumple el reglamento de velocidad. Peor aún, los policías se dan por vencidos en su cumplimiento. ¿Qué queda entonces? Erigir barreras físicas.

Esas barreras físicas se hacen para protegernos de nosotros mismos, de una sociedad a la que se le complica su coexistencia, topes, bardas, cercas electrificadas, sobre población de seguridad privada, personas resguardando la entrada de su casa con esos artífices de metal que se proyectan en la calle para que nos se estacione nadie. ¿Los han visto en Coyoacán?

¿Qué nos espera? Al parecer el rascarnos con nuestras propias uñas. Ante un gobierno rebasado por esos temas macros de seguridad, el ciudadano ha decidido que las reglas de convivencia social no aplican. En ese sentido, la ilegalidad es cotidiana. El exceso de velocidad, un tope, barrera física. Ambulantes desbordados en el eje central, visión omisa de la autoridad. Botes, y conos para proteger la entrada de mi casa. Sitios de taxis que pintan un cajón y a una cuadra estacionan centenares de unidades en “la lanzadera” mientras fuman un cigarrillo con el policía. Puestos de tacos en las esquinas, restaurantes sin cajones de estacionamiento contra toda lógica al estilo Demetrio Sodi en Polanco o las Lomas de Chapultepec.

Pero ¿es el ciudadano el culpable a pesar de que la seguridad nos preocupa más que ningún otro tema, que más da pasarse el límite de velocidad? Sí, que más da ser comensal de ese restaurante sin estacionamiento, aunque el valet nos robe, ¿pero que tal la queja cuando el valet se estaciona en nuestra calle? No es mi problema. Claro, vamos a darle al franelero para saltarse el parquímetro, porque es mejor a “que asalte” ilegalidad con ilegalidad se paga.

Al final, la ilegalidad es consecuencia de nuestros actos como ciudadanos, que no sólo dejamos de exigirle a nuestro gobierno, le exigimos nos permita seguir la ilegalidad cotidiana cueste como lo que cueste, sino, pregúntenle al borracho que se vuela el alcoholímetro y al ser detenido agrede a los policías hasta la humillación. El tope de esta sociedad somos principalmente nosotros. La cometemos en complicidad, amenazando o sobornando si me la hacen cumplir la ley, me quejo si la cumplen. Mientras escribo esto, el comensal de junto se queja a gritos de que no lo dejen fumar en  un espacio cerrado, como el narco-secuestrador se queja que no lo dejan trabajar. La verdad no veo la diferencia entre uno y el otro.

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