La sangre mala

Tuskegee es aún hoy, una pequeña ciudad del estado de Alabama en Estados Unidos. Su población actual no supera los 10,000 habitantes. En esta pequeña ciudad, hacia 1932, se llevó a cabo uno de los experimentos médicos más aterradores de los que se tenga conocimiento.

A principios del siglo pasado, enfermedades como la sífilis eran mortales, recordemos que todavía no se desarrollaban plenamente los antibióticos. Esa enfermedad, la sífilis, era común en ciertas comunidades del sur del país americano, y con la excusa de estudiar la misma, se creó en Tuskegee un supuesto programa médico, que en teoría investigaría las causas y la forma en que dicha enfermedad podía ser combatida.

Para tales efectos fueron seleccionados 600 hombres de raza negra, a fin de analizar la forma en que la enfermedad evolucionaba. La “investigación”, que fue financiada con recursos federales, se prolongó hasta 1972. De esos 600 hombres, 400 eran personas afectadas por la enfermedad y 200 eran hombres sanos, la intención era tener un grupo de control.

El objetivo oculto radicaba en dar placebos a los 400 hombres infectados para, comparados con el grupo de control, poder monitorear el desarrollo de la enfermedad. Violando así los más elementales derechos de los seres humanos, pues a las personas infectadas jamás se les informó sobre su enfermedad, se les dijo (no olvidemos que esto inicia en 1932) que aparentemente tenían “mala sangre”.

Tratamiento Tuskegee.

Hacia 1942 se descubre la penicilina, tratamiento que rápidamente se convierte en ordinario para este tipo de enfermedades, no obstante, el “estudio” continuó sin cambio. A los 400 hombres negros con sífilis no se les suministró medicamento alguno para así poder continuar observando el desarrollo de la enfermedad hasta su muerte.

Cabe decir que el final de un paciente con sífilis no tratada es un final sumamente doloroso, la supuesta investigación fue puesta a la luz por el reportaje del periodista J. Heller, quien en 1972 publicó un artículo al respecto en el New York Times, lo que obligó a las autoridades a poner fin a dicha “investigación”.

Lo más increíble es que de tales investigaciones se escribieron al menos 13 artículos en revistas científicas, además, una vez que se supo de la atroz “investigación”, tanto autoridades como investigadores, argumentaban que no había nada malo en lo que habían hecho, pues finalmente la “investigación” básicamente implicaba “observar el curso natural de las cosas” sin ocasionar directamente daño alguno.

Como es de imaginar, de las personas infectadas y que desconocían su padecimiento, la mayoría infectó a sus propias esposas, y se estima que a lo largo del experimento (mas no investigación) nacieron al menos una veintena de niños enfermos. En casos como estos vemos cómo se entremezclan varios antivalores, por un lado, la total falta de ética de los médicos participantes, pero en el caso en particular, habría que añadirse otros dos ingredientes, la discriminación por raza o color de piel, así como la pobreza.

Enfermos Tuskegee.

Llama poderosamente la atención que en dicho experimento no hubo ningún hombre de raza blanca, para aquellos de raza blanca con sífilis sí había penicilina, para los negros pobres, no. En realidad, el costo de tan macabro experimento era muy bajo, pues a esos hombres, pobres, negros y con sangre mala, solamente se les ofrecía una supuesta cobertura médica, comida y un sepelio gratuito, a cambio de que previamente autorizaran que una vez que fallecieran, se les podría hacer una autopsia.

No obstante todo lo anterior, la historia no termina aquí, pues el experimento Tuskegee se trasladó entre 1946 y 1948 a Guatemala, en donde no se buscaron personas con la enfermedad, de manera que la maldad de los supuestos “investigadores” fue un paso más allá, pues en aquel país se infectaron dolosamente a personas sanas, personas a las que de nueva cuenta y sin siquiera saberlo, es decir, sin pedirles su consentimiento, fueron inoculadas con el virus de la sífilis o de la gonorrea, en este caso con un objetivo diferente, probar la efectividad de los nuevos (en aquella época) antibióticos desarrollados por la industria farmacéutica norteamericana.

En 1997, el presidente Bill Clinton, ofreció disculpas al pueblo afroamericano por el experimento. Y en 2010, hizo lo mismo el presidente Barack Obama con el pueblo guatemalteco.

Dejo un par de enlaces al respecto:

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