México-Chennai-Río

#México-Chennai-Río

La semana pasada tuve la fortuna de participar en la Asamblea Anual de la Asociación Latinoamericana de Instituciones Financieras para el Desarrollo, la ALIDE, en Río de Janeiro, Brasil. Básicamente, ahí nos encontramos con otros bancos de desarrollo de la región, así como de algunos países europeos como Alemania o España que tienen interés en América Latina. Por cierto, la Asamblea del año pasado la organizamos en México, específicamente en Cancún, y fue todo un éxito.

 

Más que destacar lo que propiamente se discutió ahí, entre banqueros de muchas partes del mundo, quiero compartir con ustedes dos experiencias que para mí fueron enriquecedoras. Una, porque me recalcó algo de lo cual estoy claro: México es un país maravilloso y que es un orgullo ser mexicano; y la segunda, porque aprendí algo de una cultura “muuuy” lejana a la nuestra (literal, con otra concepción de la vida) que no está relacionado con banca, economía o finanzas, sino más bien con el amor. Ustedes han de pensar: ¡éste ya se chifló! Pero no. En serio, aprendí algo que me deja más preguntas que respuestas y probablemente a ustedes también les pasará lo mismo. Déjenme darles una probadita; si les pregunto ¿por qué nos casamos?, ¿cuál sería la respuesta natural en México? Dejémoslo ahí un momento y vayamos a la primera experiencia que viví y me llena de orgullo como mexicano.

 

Como en cualquier foro, en la ALIDE conoces a mucha gente de otros países y algo que estuve observando fue que, al presentarme con alguien, sin importar su país de origen, edad o género, todos sin excepción, dibujaban una sincera y prolongada sonrisa en el rostro cuando les decía que yo era mexicano. Parecía que por un momento se fugaban de la convención para recordar algún momento agradable que los vinculaba a México. Casi podía adivinar, al verles sus caras, lo que algunos estaban pensando. Quizás alguno recordaba ese amor fugaz o su primer beso en Acapulco; otros, alguna canción de Agustín Lara o José Alfredo Jiménez; seguro algunos, ese viaje maravilloso a la península de Yucatán, donde por primera vez se les cayó la quijada cuando vieron Uxmal o Chichén Itzá. Todos sin excepción, sonreían. México desata sonrisas, buenos recuerdos y querencias. Incluso, estoy seguro que aquellos que no conocían nuestro país sonreían, porque México es sinónimo de alegría. Me encanta observar y créanme que soy muy serio para platicar con veracidad lo que observo, y no hubo una sola vez en que mi interlocutor no sonriera cuando yo decía que era mexicano. Seguro dedicaré muchos de mis artículos a hablar de lo maravilloso que es México, pero por lo pronto les dejo esta experiencia porque me sentí realmente halagado.

 

La otra experiencia la viví en el vuelo de Sao Paulo a Río de Janeiro. Un señor de 42 años, acompañado de su esposa, se sentaron a mi lado derecho. Desde que lo vi supe que tenía que ser de la India o alguno de esos países cercanos (Paquistán, Bangladesh o Sri Lanka). No tardé en averiguarlo ya que mi acompañante resultó muy parlanchín. Desde el momento que se sentó me saludó en un inglés muy indio y me presentó a su esposa de nombre Savi. Normalmente cuando tomo un vuelo, mientras el avión carretea y despega, me quedo profundamente dormido. Como que el ruido de los motores y el trajín del avión me arrullan. A los 15 minutos despierto de mi “power nap” y estoy entero. En este viaje que les platico no tuve esa oportunidad. Mi compañero de asiento me dijo que venía de Chennai, en la India, y que él y su esposa viajaban en un grupo para festejar sus 25 años de casados. Le felicité y paso siguiente le destaqué que se veían muy jóvenes para estar cumpliendo 25 años de matrimonio. Ahí me dijo que se casó de 17 y que en esa época era muy normal que las parejas en Chennai se casaran a esa edad. También me dijo que ahora ya no se casaban tan jóvenes, sino hasta los 23 años. En ese momento le platiqué que yo me casé a esa edad –a los 23–, pero para los estándares de México me había casado muy chavo, e incluso, de mi grupo de amigos fui, por mucho, el primero en hacerlo. Inmediatamente después vino la pregunta que me dejó perplejo.

 

―Love marriage or arranged marriage? ―dijo el indio.

La seriedad en su cara me dejó helado. La pregunta fue si me casé por amor o si mi matrimonio había sido arreglado. Yo contesté rápidamente que por amor y le cuestioné lo mismo.

―Arreglado, como la mayoría en Chennai ―respondió, sin chistar.

―Y, ¿actualmente sigue pasando? ―pregunté.

A lo que me contestó:

―Por supuesto, así es la tradición y ésta pasa de generación en generación.

 

Esto me recordó los matrimonios arreglados de mis ancestros (de origen libanés) de hace 80 años, o sea, ¡del siglo pasado! Se me hacía sorprendente en esa época y me sigue sorprendiendo ahora.

 

Mi reflexión es que la diversidad de culturas genera diversidad de realidades y lo que para mí es obvio, como el que mi esposa y yo nos casamos por amor, en otras culturas no es lo usual. Yo no entiendo cómo puede sostenerse un matrimonio si no es con amor; pero, en fin, me queda claro que mi verdad dista mucho de la de otros y esa es la riqueza de la vida: conocer, respetar y quedarse con lo que a uno le haga más sentido.

 

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