Paralelismo de Leibniz: ¿un pensamiento sondeando el cerebro?

El método racionalista estipuló que, a partir de un germen de afirmaciones indisputables, por deducción lógica se pueden ir derivando sucesivamente proposiciones verdaderas hasta instituir un edificio de conocimiento seguro. Ahora bien, es notable que Descartes, Spinoza y Leibniz, los tres exponentes más reconocidos del racionalismo filosófico europeo, hayan llegado mediante este proceso de razonamiento a propuestas muy diferentes en referencia a la relación entre la mente y el cuerpo. Hemos visto que Descartes planteó dos sustancias, una mental y otra corporal, relacionadas causalmente en un dualismo interaccionista. Por su parte, Spinoza consideró que hay una sola sustancia, una unidad excelsa que presenta atributos, aspectos o manifestaciones en apariencia distintas, como serían la mente y el cuerpo, pero unitarios e indivisibles en su raíz, en su origen.

En esta ocasión divisaremos como el más joven de los tres mencionados, el gran matemático y filósofo alemán Gottfried Wilhelm Leibniz (Leipzig, 1646 – Hanover, 1716), llegó a la conclusión que los cuerpos materiales son fenómenos o apariencias de la mente y que la realidad fundamental debe ser mental o espiritual. Contra el dualismo interaccionista de Descartes, Leibniz sostuvo que el mundo físico no es una sustancia, pues por definición ésta no es disecable en partes en tanto que la divisibilidad es condición de todo lo físico. Se trata de un idealismo filosófico, pero con la original peculiaridad de que la realidad estaría conformada por una serie infinita de unidades espirituales, a las que llamó mónadas. Las mónadas varían en su grado de perfección: Dios sería la mónada increada y representa con perfección absoluta todo lo real, el alma humana representa imperfectamente al mundo mediante la conciencia, llamada apercepción por Leibniz, y los objetos físicos tendrían una representación elemental y oscura. El meollo para nuestra búsqueda es que la relación entre las apariencias mentales y los objetos, entre mentes y cuerpos, consiste en una “armonía preestablecida”, una coherencia dispuesta por Dios desde la creación, de tal manera que a cada actividad psíquica le corresponda una actividad corporal. La propuesta mente-cuerpo de Leibniz es entonces un paralelismo psicofísico, en el sentido de cada evento mental tiene una contraparte física en sucesión constante.

Aunque en su base son distintos, encuentro una significativa afinidad entre los sistemas de Spinoza y Leibniz, pues en los dos casos se estipula una correlación necesaria implicando que, para cada estado mental ‒para cada percepción, emoción, pensamiento, sueño o deseo‒ debe existir un estado físico asociado. No sería posible un estado mental desprovisto de su correlato o contraparte física. Hay entonces una coincidencia en el sentido de que la mente y el cuerpo no interactúan, ni se causan uno al otro, sino que están obligadamente correlacionados. Desde una perspectiva coherente con la neurociencia actual parece razonable interpretar esta idea en el sentido de que no hay un estado mental sin que exista un estado del cuerpo, en particular del cerebro que le esté correlacionado.

Este concepto es compatible con la investigación en las neurociencias que pretenden descubrir los correlatos cerebrales más certeros de cada una de las actividades mentales. La cuestión de fondo, es decir, la ontología o metafísica del caso, no puede probarse o falsificarse mediante la observación o el experimento, pues no se divisa en la ciencia cómo comprobar o desechar el monismo o el dualismo. El psicobiólogo o el neurocientífico cognitivo pueden entonces adoptar la tesis metafísica que más se adecúe a su quehacer teórico y práctico. Por ejemplo, si fuera necesario elegir entre la tesis de Spinoza, el doble aspecto, o la de Leibniz, el paralelismo psicofísico, supongo que el científico actual se sentirá más satisfecho con el monismo del primero, pues es compatible con el resto de las ciencias. Sin embargo, como veremos pronto, el paralelismo fue atractivo para muchos científicos destacados posteriores a Leibniz en el sentido que auspicia una pluralidad de perspectivas, es decir, la posibilidad de observar o registrar el mismo evento desde muchos puntos de vista, asumiendo que cada perspectiva es diferente, pero es verdadera. Permite además preservar a la mente como una capacidad espiritual con posibilidades de sobrevivir a la muerte corporal, lo cual se acomoda a muchos sistemas religiosos.

Analicemos ahora más de cerca otras reflexiones de Leibniz que han resultado pioneras de discusiones contemporáneas del problema mente-cuerpo. Este filósofo matemático rechazó el materialismo argumentando que no puede explicar la unidad de la conciencia, por ejemplo, la escena completa que se percibe visualmente, con base en la multiplicidad de elementos que componen a todo objeto material. Sólo un sujeto no material sería capaz de unificar la multiplicidad de los contenidos perceptuales. La postura es idealista en la medida que la percepción y la conciencia no pueden ser explicadas mecánicamente y en consecuencia no pueden ser procesos físicos. Su argumento más conocido al respecto aparece en la sección 17 de su Monadología (1714) y es un experimento imaginado. Este recurso de la inteligencia no sólo es divertido e ilustrativo, sino que, como veremos repetidamente, se ha utilizado tanto en la física como en la filosofía de la mente.

Leibniz sugiere que imaginemos una construcción mecánica capaz de percibir, pensar o soñar lo suficientemente grande para entrar en ella, como sería un molino de viento. Este planteamiento inicial es fascinante: ¿realmente es posible imaginar una máquina consciente? Pues así es: la idea fue defendida por muchos proponentes de la llamada inteligencia artificial en pleno siglo XX. Llegaremos allí, pero ahora regresemos al lúcido molino de viento de Leibniz: ¿qué hallaremos en su interior? No presenciaríamos una percepción, un pensamiento o una imagen mental, sólo partes mecánicas que se empujan y ajustan mutuamente. Por lo tanto, concluye el astuto argumento, la representación mental no es algo mecánico, ni material.

En mis clases de Neurociencia Cognitiva actualizo esta objeción al materialismo mental planteando que por más que exploremos o registremos el cerebro de un sujeto que mira un paisaje, no encontraremos allí el color verde que este contempla en los campos. ¿Demuestra esto que la visión del color verde, o la percepción mental, o la propia conciencia, son sustancialmente diferentes del cerebro, de la materia física y de los procesos que lo constituyen? No necesariamente: imaginemos ahora a un geólogo chiflado escarbando en la tierra con una pala para encontrar o demostrar la gravedad, pero sólo encuentra piedras, polvo y barro. Ahora bien, su fracaso no certifica que la gravedad sea algo sustancialmente distinto de la materia o del planeta terrestres, sólo revela que el planteamiento, el procedimiento, la escala de análisis y el instrumento para detectarla no son adecuados para la tarea. Cabe preguntar si esta misma idea impide que, registrando adecuadamente la actividad cerebral, un sagaz neurocientífico del futuro fuera capaz de encontrar o reconstruir un sueño, un pensamiento o un sentimiento. De lograrlo, éste sería un camino adecuado para resolver el problema mente-cuerpo, pues podría revelar cómo los procesos neurológicos dan origen o se correlacionan con los contenidos mentales. Argumentaré más adelante que esto será parcialmente posible y llamaré cerebroscopía al hipotético procedimiento y cerebroscopio al instrumento requerido. Invocaré entonces a Descartes, Spinoza y Leibniz como sus predecesores.

Los contenidos de la columna Mente y Cuerpo forman parte del próximo libro del autor. Copyright © (Todos los Derechos Reservados).
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