Elecciones 2018: incertidumbre emocional

Cuando despertó,

el dinosaurio todavía estaba ahí…

Augusto Monterroso.

Los hechos históricos son imputables tanto a los líderes políticos como al entorno y las circunstancias particulares que les corresponde vivir.

De acuerdo con estudiosos de nuestra historia, la lucha entre conservadores y liberales del siglo XIX -centralismo versus federalismo- se puede comprender al examinar tres biografías: la de Santa Anna, la de Juárez y la de Díaz.

De la misma manera, el siglo XX pudiera entenderse a través de cuatro personajes: Calles, quien propone el fin del caudillismo a través de la institucionalización de México, y Cárdenas, quien insiste en llevar los postulados de la Revolución al programa de gobierno. Las administraciones de ambos personajes se inscriben en el nacionalismo de la época y en el Estado de Bienestar. En su tiempo, Alemán inaugura una modernización pragmática al adoptar una especie de capitalismo de Estado, combinado con la promoción e inclusión de la iniciativa privada en el desarrollo. En su momento, Salinas escala esa modernización al neoliberalismo, con la ineludible incorporación de nuestro país a la globalidad.

Observamos, día con día, que la lucha originaria y las posteriores en la construcción de una nación independiente y soberana, continúan vigentes con sus naturales variables.

Quienes gustan de la geometría política encuentran una explicación simplista en la supuesta teoría del péndulo: un gobierno de derecha habría de ser sustituido sucesivamente por uno de izquierda y viceversa. En el caso mexicano este planteamiento es insostenible. Nuestra estructura social y territorial obliga a mantener el equilibrio entre los contrarios, de manera que todos puedan avanzar en busca de la igualdad sin sacrificar la libertad. No ha sido, no es y no será una tarea exenta de complejidad para el próximo gobierno, independientemente del discurso que adopte.

En una democracia toda competencia electoral genera incertidumbre. Se trata de una característica propia de un proceso auténticamente competido entre opciones legítimas y legitimadas por su peso político, por su observancia de la Ley, por su historia y por su visión de país. En la incertidumbre radica buena parte del interés que provoca en el electorado. Cuando la elección está resuelta antes de los comicios la ausencia de incógnitas se convierte en apatía. El antídoto es la participación ciudadana. Como dijera un famoso cronista deportivo: “Esto no se acaba hasta que se acaba”.

Las campañas políticas se justifican cuando ofrecen a la ciudadanía elementos de juicio para decidir en libertad y con ello determinar el futuro de lo que esperan de su gobierno. Me pregunto: ¿Las campañas que acabamos de vivir nos han brindado información suficiente y pertinente? ¿Garantizaron equidad en la contienda en cuanto a recursos y medios? ¿Las propuestas de los candidatos fueron convincentes para los electores?

Es evidente que la idea de realizar elecciones concurrentes fue un fracaso. Los reflectores se enfocaron en los candidatos a la Presidencia de la República y con ello se arrastró la opinión y decisión respecto de los aspirantes a puestos de elección en el Congreso de la Unión, los Congresos locales, las gubernaturas y las presidencias municipales. Paradójicamente, la concurrencia nos coloca en condiciones forzadas para llenar varias boletas sin conocer a los candidatos.

Desde su inicio las campañas resultaron confusas. Las coaliciones ideológicamente contranaturales se armaron con un sentido más pragmático que benéfico a la población, en franco detrimento de la pluralidad. Es tarea impostergable revisar el sistema de partidos para evitar el oportunismo político que nos abruma.

A decir verdad, las campañas en todos los ámbitos, incluida la presidencial, fueron insustanciales. Ofrecieron propuestas tan abundantes como inasibles. Estuvieron marcadas por la violencia física y verbal, por las agresiones en las redes sociales, plagadas de bots, memes y noticias falsas. En los debates, los conductores resultaron ser los protagonistas.

Por último, la mercadotecnia política impuso su lógica: el privilegio de las formas, la imagen y la ilusión de triunfo de uno u otros en los cientos de encuestas, las que se centraron en las personalidades de los cuatro candidatos y eludieron la atención al fondo de los problemas.

Aunque disponemos de todos los elementos materiales y de organización para realizar comicios confiables, con ciudadanos como funcionarios de casilla, con tecnología para contar los votos y difundir con oportunidad los resultados, entre otros elementos, vivimos una incertidumbre emocional que nos conduce a reaccionar más que a pensar.

Si consideramos las condiciones de la contienda, estamos expuestos a formar parte de una masa irreflexiva, que puede percibir y accionar sin la capacidad de decisión tan necesaria en nuestro momento histórico.

Ante la realidad rechacemos la abstención como posibilidad. Recuperemos la libertad de decidir en completo dominio de nuestros derechos ciudadanos inalienables que tanto trabajo nos han costado forjar.

Este domingo ¡SALGAMOS A VOTAR!

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