Este primero de diciembre, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), toma protesta formal como presidente de los Estados Unidos Mexicanos, periodo 2018-2024; inscribiendo con letras doradas su nombre en la historia política de la nación del norte, al liderar una coalición de izquierdas, “Juntos Haremos Historia”, que por primera vez se hace de la conducción de la nación norteamericana y logra despojar del poder a las dos principales instituciones políticas de derecha que han gobernado en la historia moderna en el país azteca: Partido Revolucionario Institucional (PRI), con su hegemonía federal datada de 1929 a 2000; y, un fragmentado Partido de Acción Nacional (PAN). A la sombra del Movimiento Regeneración Nacional (MORENA), el veterano líder tabasqueño busca “maniobrar” para reencauzar las aspiraciones de un amplio sector de la población mexicana que no ha visto cumplidos sus anhelos de paz, seguridad y desarrollo.
En un principio, el triunfo del Peje, se convierte en una especie de “respiro” para la parte de la sociedad mexicana que le votó; y, una oportunidad valiosa para la oposición, a fin de meditar sobre el creciente desgaste al que se han visto sometidos. Sin lugar a duda, las expectativas sobre la administración son de alcance planetario; pues, por una parte, se espera que pueda gestionar con mesura, patriotismo y meticulosidad su relación con el “buen vecino” de la tierra del “Tío Sam”. Por otra parte, una acuciosa mirada internacional observa sus movimientos (como una nación soberana) en relación con el tono y manejo de su vinculación con potencias como China y Rusia.
Creo que los “sobresaltos” podrían caracterizar la gestión de esta administración federal. Un ejemplo de ello es la retórica hecha eco en los medios, pronunciada por el mismo presidente electo, quien ha pronosticado que en su gobierno los migrantes centroamericanos “tendrán visas de trabajo”. Dando muestras -en este particular punto- de una apertura a la recepción pacífica y ordenada de personas que carecen de opciones reales de florecimiento en los países particulares del triángulo norte de Centroamérica. Asimismo, otro caso de crispación sociopolítica es la invitación para los actos de investidura del cuestionado presidente venezolano, Nicolás Maduro, a quien, tanto la oposición del país sudamericano como la internacional, acusan de dictador. Es de hacer notar, en este caso específico, que la entrante administración de AMLO basa sus argumentos en el principio de no intervención, consagrados en la “Doctrina Estrada” de principios del siglo XX.
Para continuar, pienso que la gestión del Peje estará encaminada a “inyectar” un impulso real al sector más postergado y vulnerable de México que, por un lado ha sido producto de la violencia económica, por las latentes políticas neoliberales de potenciar la concentración de capital a costa de las masas poblacionales; y, por otro lado, la violencia criminal, que se ha ensañado con amplias capas sociales, al grado de activar las llamadas “autodefensas” en diversos espacios de la geografía nacional (producto de actividades ilícitas de antisociales que en ocasiones cuentan con el “beneplácito” de los agentes del orden).
En un contexto internacional marcado por sendos intereses geopolíticos de control y adhesión de parte de las potencias hegemónicas, es preciso lograr acercamientos entre los líderes políticos de ideologías contrapuestas a escala global, a fin de movilizar las herramientas de base para propiciar diálogos domésticos genuinos que fructifiquen en la resolución de conflictos, al margen de la intervención de tomadores de decisión foráneos.
En conclusión, la administración AMLO, tendrá una oportunidad histórica de multiplicar de manera interesante su relación con los vecinos del sur para contribuir a potenciar la plataforma intercultural y sociopolítica de la región latinoamericana.