Independencia y democracia estadounidense

Este 2019, Estados Unidos de América (E.U.A) conmemora el 243º aniversario de su independencia de la corona británica. Se celebra la fiesta nacional de la potencia norteamericana en medio de varios frentes abiertos a la gestión gubernamental. Entre las más inquietantes, una sórdida confrontación comercial con potencias emergentes del orbe y un creciente alud de críticas a la administración liderada por Donald Trump, debido a la gestión “sesgada” del fenómeno migratorio proveniente del sur (con una mayúscula desaprobación a escala global, a raíz de la icónica y estremecedora imagen de la pequeña salvadoreña Angie Valeria Martínez Avalos, quien murió el pasado junio abrazada de su padre Óscar Martínez en el “río Bravo” o “Grande”).

En un principio, la hegemonía estadounidense en el planeta, a partir del término de la Segunda Guerra Mundial, ha sido muy significativa en áreas como la económica, militar, científica, diplomática y tecnológica. No obstante, en el terreno de los derechos humanos se ha podido observar que, la defensa de los mismos ha sido precedido por la lectura que sus autoridades han hecho sobre los acontecimientos nacionales-locales. Como ejemplo de ello, la abierta “intervención” en los asuntos internos de la república bolivariana de Venezuela; pero se “tolera” regímenes ideológicamente afines a su política exterior (caso de los países del bloque regional “Grupo de Lima”), a pesar de recurrentes y oscilantes medidas opresivas contra poblaciones civiles, mismas que varían en intensidad de acuerdo a la “madurez democrática” de cada país.

Políticas exteriores de Trump.
Fotografía: El Universal.

En mi opinión, la construcción de liderazgo ha sido indispensable desde siempre, pues de lo contrario habría “barcos a la deriva” (desde lo micro a lo macro), ya sea a partir de la familia, hasta las gestiones estatales. No obstante, dicho liderazgo debe estar regido bajo criterios como la autocrítica y las actuaciones éticas en el desempeño de tales actividades. En mayor o menor medida, Estados Unidos ha tenido líderes “genuinos” que al amparo del lema In God We Trust –“En Dios confiamos”, oficial desde 1956–, han maniobrado en la construcción de una sociedad de iguales (lo cual es una utopía desde el momento mismo en que una u otra facción ideológica-política se hace del poder federal y actuará en consonancia con tales principios).

No obstante, han existido otros dignatarios como Donald Trump, que ha sido “movido” más por la emotividad de los acontecimientos, relegando la razón a un segundo plano. Considero que el magnate neoyorquino maniobra con una doble retórica: por una parte, confrontación con adversarios e incluso aliados a través del espacio público mediático para “entretener” a las masas –tuvo su experiencia como conductor del programa The Apprentice (El Aprendiz)–; por otra parte, baja decibeles a la crispación sociopolítica en el espacio privado, conforme a las consultas con sus colaboradores.

En un mundo multipolar, propiciado por los avances tecnológicos globalizadores, es visible el hecho que Estados Unidos “comparte” liderazgo en la gestión y resolución de los principales problemas que afronta la humanidad. La diplomacia internacional prima ante la “fuerza bruta” en la búsqueda de soluciones a conflictos que amenazan expandirse de espacios locales a escenarios planetarios (el terrorismo por ejemplo).

Diplomacia
Fotografía: Insurgencia Magisterial.

En conclusión, la democracia estadounidense ha sido un ejemplo de cómo se “debe” trabajar para procurar el goce de libertades y garantías de orden público; pero, la enseñanza es que la misma no se exporta (más bien se construye desde los propios países, conforme códigos culturales locales y mediante un virtuoso y balanceado ejercicio en las funciones administrativas de los estados-naciones).

P.D.: De acuerdo con los datos de prensa de la BBC, la fecha conmemorativa del porqué se celebra ese día, tiene su génesis con la impresión del documento “Declaración de Independencia” el 4 de julio de 1776 –aprobado en el Congreso Continental de las trece colonias que Gran Bretaña tenía en ese entonces en territorio norteamericano (equivalentes a los estados contemporáneos de la república estadounidense)–.

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