«Rent»: «Rebelión de los hijos»

Sinopsis:

A finales de los ochenta y principios de los noventa, un grupo de amigos con aspiraciones a sobresalir en la escena artística de Nueva York viven a lo largo de un año pruebas que harán cuestionar su amistad y esperanza ante la pobreza, la discriminación sexual, las drogas y la expansión del SIDA entre los jóvenes de su generación. Este musical es una reinterpretación de «La Bohème» de Puccini con una conciencia del final del milenio en una vida urbana demandante.

 

Broadway y el West End son los epicentros del teatro musical. La mayoría de quienes laboran en éste, sin importar el lugar del mundo, fijan sus metas profesionales (y hasta personales) con la posibilidad de acercarse un poco a alcanzar el contenido, producción y difusión de estos dos circuitos. Su dignidad está cimentada: tienen la tradición para hacer del género una expresión genuina; el entrenamiento de actores, directores y creativos nunca deja de hacerse; existe una metodología clara de trabajo en la escena y la producción; las condiciones financieras son mucho más favorables para arrancar y mantener proyectos a largo plazo; pero, sobre todo, hay una audiencia deseosa de consumir este tipo de obras (que ha sido analizada a diestra y siniestra para complacerlos al comprar un boleto).

Si yo soy fan del musical estaría orate si no reconozco la grandeza de estos dos epicentros culturales. Bajo esta lógica, es comprensible (y  – por qué no – hasta de aplaudirse)  encaminar todos los esfuerzos que se hacen en México por alcanzar un poco de esa gloria. No obstante, la realidad teatral del país nos hace ver nuestras enormes desventajas a cada momento; no sólo por sacar un proyecto con tal factura sino para hacer rentable el negocio. Con claridad hay cuatro aspectos en donde estamos rezagados frente a Broadway y al West End: la pedagogía a intérpretes, la metodología de producción, el entrenamiento (constante) de intérpretes y creativos, las formas de financiamiento de proyectos y la determinación de las audiencias.

En contra de todos los pronósticos, nombres como el de Julissa, Manolo Fábregas, Lupita Sandoval, César Balcázar, Tina Galindo, Claudio Carrera o del mismísimo Morris Gilbert han podido ofrecer resultados sobresalientes en cuanto a la producción de musicales en este país. Ahora se me vienen a la cabeza más de diez montajes (desde los sesenta) donde, por mucho, igualan o superan los estándares de calidad escénicos de los “padres del musical”. Cuando alguien avanza en el tablero para acercarse al nivel de Broadway y el West End todo mundo se rasga la vestidura.

Por eso entiendo la conmoción del estreno de «Rent» en el Teatro Milán. El musical ya se había estrenado en 1999, producida por Morris Gilbert, en el extinto Centro Cultural Telmex (Teatro 2) y no tuvo el suficiente impacto. Era otro México, mucho más conservador (por lo menos en la vida pública) que se le paraba los pelos de punta al tratar temas como la diversidad sexual, las drogas y el SIDA. Es asombroso cómo el país ha cambiado tanto en 17 años (o por lo menos la Ciudad de México). Por otro lado, tampoco existía una audiencia con el poder adquisitivo para consumir un producto tan transgresor para los noventa como «Rent».

Este montaje era un pendiente para acortar distancias con Broadway. Ahora existe toda una generación de teatreros con una visión metodológica y estandarizada para resolver los problemas en el teatro (muchos de ellos se fueron a estudiar al extranjero para entender sus procesos creativos y de producción con la consigna de aplicarlos en México). Todos esos adolescentes que no tenían el dinero en el 99 para ir al teatro o sus papás les prohibieron ir a ver «Rent» ahora ya son adultos capaces de desembolsar 800 pesos por un boleto.  En este sentido, Daniel Delgado y Carlos Martínez Vidaurri, los productores de la versión en el Milán, deben estar felices porque su montaje es un éxito financiero asegurado.

En México ya hay una audiencia para un producto de tales características, ya hay un esbozo de infraestructura comercial. En contrapartida, si tú vas a Broadway ahora la escena ya cambió; «Rent» parece anticuado frente a toda la oferta de la cartelera, se queda corto ante todas las renovaciones de estructura, sintaxis, estilo y composición en el musical. Pero, con todas nuestras debilidades y deficiencias, sacar este proyecto otra vez es todo un triunfo aunque sea a destiempo.

Yo vi la versión de 1999 recordada, sobre todo, por la participación de Erik Rubín, Beto Castillo, Laura Cortés y Bianca Marroquín. Siempre me ha dado la impresión que Jonathan Larson, el autor, debido a su muerte previa al estreno en Broadway, no tuvo tiempo de tallerear el texto para afinar el perfil de personajes, la estructura y el planteamiento de tiempo y espacio en cada una de las escenas. De hecho, la película de 2005 deja claras muchas situaciones difíciles de seguir en el montaje. El lenguaje cinematográfico compensa las inconsistencias del manejo teatral.

Pero, sin duda alguna, «Rent» funciona porque Jonathan en esencia habla de una postura de vida frente al dolor que toca a cualquier ser humano sin importar su circunstancia (amén de un profundo homenaje a Nueva York). Para mí fue clarísimo cuando la vi en el 99 y para muestra la emblemática «Seasons of love» (o “Tiempos de Amor” en México). La obra me sigue tocando por las mismas razones pero con la versión del Milán conecto con la enfermedad como un recordatorio persistente de la muerte. La obra es una disertación sobre el tiempo y lo finito. Y, otra vez, ningún ser humano es inmune a estos pensamientos y sensaciones; conectas porque conectas; sí o sí. Y si la historia tiene canciones tan entrañables la experiencia se va a directo a las emociones. «Rent» tiene serias deficiencias dramáticas pero la premisa y las canciones son a prueba de balas; sobrepasan cualquier intérprete, dirección y producción porque lo humano está en carne viva.

El montaje del Milán es poderoso. Me la pasé genial, disfruté, lloré y me emocioné a rabiar, sin embargo, hay ciertas cosas que me hacían desconectar. Hago la aclaración: todas estas observaciones harían más clara y eficiente la obra pero así como está funciona. Los espectadores gozarán el show y el boleto se les devolverá por cada peso invertido; yo sé, ya estoy malito de mi ojo.

Primero, la traducción tiene ciertas palabras que no funcionan para recrear el Nueva York de los ochenta y noventa. La única manera de lograrlo es con neutralidad en el lenguaje; no entiendo por qué se usaron localismos como «chamba»; eso me remite a la Narvarte y no a una ciudad estadounidense. Lo mismo sucede con palabras como «buenísimo»; son muy contemporáneas y muy chilangas. Por último, en el «Tango Maureen» me sacó de balance que no hayan podido lidiar con la rima Pookie-spooky (también para Susana Moscatel, René Franco y Erick Merino fue un reto cuando la tradujeron en 1999: lo resolvieron con cuchi-fuchi).

«Rent» es un pastel dividido en partes iguales, los ocho amigos son los protagónicos, no obstante, Roger y Mimi tienen el eje temático. Kike Jiménez, quien interpreta a Roger, está en una clara desventaja de experiencia frente a toda la compañía. Su personaje está perdido en el tono. No es un papel nada fácil, de hecho, en él se centra toda la premisa de la obra. No es cuestión de pasadas para solucionarlo, es cuestión de replantear cuál es la meta del personaje y desde dónde se aborda.

Daiana Liparoti es una revelación para mí. ¡Qué actriz! Es dinamita en el escenario. «Rent» es su escaparate para convertirse en una estrella. Ella es Mimi y, en serio, qué justicia le hace al personaje. Ahora bien, hay dos cosas que me inquietaron de su interpretación: el vestuario con referencias al centro nocturno donde trabaja ni para su primera escena ni para el segundo acto funciona (aunque le pongan un abrigo en esta última parte). Le resta contundencia dramática. El otro aspecto: en «Prenderías mi vela», su primera participación en la obra, es muy desconcertante el coqueteo tan sexual con Roger. La situación se vuelve inverosímil. El coqueteo sí es sexual pero no llega al límite; lo delicioso de la canción es sublimar ese deseo y no exponerlo a la primera de cambios.

Diego Del Río, el director, hace un trabajo sólido. El único bache de la obra, para mí, es la muerte de Ángel (punto climático de la obra junto con el reprise de “Te cubiré”). El movimiento escénico y la situación hacen difícil comprender qué pasa en ese episodio. Yo sé, la mayoría de los asistentes son fans de la obra y no será necesario explicarlo, todo mundo sabe que Ángel muere (perdón por vender trama), pero para un asistente sin ninguna referencia al musical es confuso. En otro sentido, el tratamiento es demasiado obvio (sólo se queda en la línea de lo sexual) y la canción «Contacto» es de una profundidad aterradora sobre la soledad y la angustia reflejada en el sexo. Y antes de pasar a lo siguiente, por favor, no le pongan el traje de vaquita a Maureen en «La luna saltar». Le resta al juego escénico de la actriz  Gimena Gómez porque ella lo puede hacer sola, no necesita de ningún elemento material; su voz y cuerpo solos pueden con ese momento.

Lo más inquietante para mí fue la escenografía de Jorge Ballina. Es demasiado para la obra. Todo se siente apretado, recargado, los actores no tienen espacio para bailar y, por momentos, se vuelve peligroso hacerlo (en «A algún lugar» y «Hoy es por ti»). Jorge es un creativo que siempre trabaja para el texto pero en este caso no sé qué pasó. Intuyo, sólo compraron los derechos del libreto y quisieron alejarse del planteamiento escenográfico de Broadway (que se soluciona con mesas, sillas y escaleras). «Rent» no necesita de tanto artefacto porque la historia se sostiene sola.

Ya por último las gratas sorpresas. He visto muchos montajes de «Rent» (en vivo y mediados) y es la primera vez que mi atención se vuelca al ensamble. Éste hace los papeles de los padres de los protagónicos y vagabundos en Nueva York; qué bárbaros, en muchos momentos se comen el show. ¡Qué entrenados están!

Ya lo he dicho muchas veces; me emociono hasta las lágrimas cuando un intérprete lucha por romper sus propios moldes y ponerse en riesgo él, no el personaje. En «Rent» este peligro lo vi con Luis C. Villarreal (Ángel) y Paloma Cordero (Joanne). En lo personal sus personajes me tocaron y me los llevo en el corazón. Luis y Paloma, ojalá estén leyendo la columna porque aprovecharé el medio para agradecerles su generosidad, sensibilidad y ganas de compartir su manera de ver el mundo.

«Rent» ya es una palomita en la lista de los pendientes para alcanzar a Broadway. Al final de la función, más allá de mi emoción de la obra, sólo pensaba que si ya tenemos este nivel de trabajo qué pasaría si dejamos de voltear a ver a los grandes epicentros del musical. Jonathan Larson escribió un hito en el género porque hablaba de su generación y realidad y eso se vuelve universal. ¿Y si hablamos de nosotros? ¿Y si hablamos de nuestras preocupaciones? ¿Y si hablamos de nuestros deseos? ¿Y si dejamos de competir?  ¿Y si dejamos de rasgarnos la vestiduras por copiar la cartelera de Broadway y el West End? Pero después me hice las preguntas correctas: ¿qué valientes han querido rebelarse contra el “padre”? ¿Quién será el siguiente hijo en querer intentarlo?

 

Traspunte 1

El final del primer acto de “Rent” es perfecto en la dramaturgia. Jonathan Larson hace de ese momento el más vibrante de ver y escuchar.

 

Traspunte 2

Cuenta la leyenda que Justin Timberlake peleó hasta con la cacerola para hacer el papel de Ángel en la versión cinematográfica de “Rent”. Al final no lo logró. Así de importante es el personaje en el teatro musical.

 

Traspunte 3

¡Cuántos rumores hay ante la salida de Luis De Tavira de la Compañía Nacional de Teatro!

 

Traspunte 4

Y si ya estamos en la onda de los musicales estaría genial hacer uno de esta transición de la Compañía Nacional de Teatro… aunque si lo pienso mejor sólo podría ser una tragedia shakespeariana.

 

«Rent»

Libreto: Jonathan Larson

Dirección: Diego Del Río

Teatro Milán ( Lucerna 64, esquina Milán, Colonia Juárez)

Viernes 21:00 hrs., sábados 17:30 y 21:00 hrs., domingos 17:30 hrs.

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