El Rey Chéjov

Anton Chéjov es uno de los dramaturgos que redireccionó la historia del teatro occidental. Él vaticinó las angustias del hombre posmoderno para condensarlas en el repertorio de los personajes más difíciles de interpretar. De nacionalidad rusa, él creó un lenguaje universal para hablar de la oscuridad en la existencia humana. Su obra explora la vida y el miedo a la muerte; demuestra cómo estos dos extremos de la cuerda se hilvanan, ya sea, a través del dolor o de la alegría. 

Hacer Chéjov es un reto y, al mismo tiempo, un regalo para cualquier director, actor o hacedor de teatro. Es, en términos deportivos, entrar en un régimen de alto rendimiento donde todo gira en torno a su arte. Llevar a escena su obra es la celebración de una de las mentes más agudas de la humanidad; por ello, enfrentarse a él requiere mucho compromiso, disciplina y rigor.

Es necesario y urgente ver montajes mexicanos sobre Chéjov. No sólo por ciertas semejanzas y simpatías culturales con la vida rusa, sino por conocer nuestra lectura de este prodigio; para entender cómo reconocemos su luz y oscuridad desde la circunstancia de la sociedad mexicana. Es raro encontrar numerosos y frecuentes espectáculos en torno al autor, no obstante, este mes se estrenó en el Teatro Santa Catarina “Afterplay. Secuelas chejovianas”.

Esta obra, escrita por Brian Friel y dirigida por Ignacio Escárcega, es un homenaje a la producción literaria de este hito ruso mediante dos obras; la primera es una pieza donde se aborda qué habría pasado con dos personajes de dos textos diferentes de Chéjov (“Tío Vania” y “Tres Hermanas” respectivamente) después de la historia contada por el autor y en probables circunstancias donde hubieran tenido contacto.

Aquí, las vidas de Sonia (de “Tío Vania”) y Andrei (de “Tres Hermanas”) se entrelazan a través de una profunda tristeza existencial; se reconocen por el sufrimiento de anhelar tiempos alegres en tiempos de desgracia. Friel es hábil al sustentar la vida interior de estos personajes por las obras originales de donde provienen y desarrollarlos a sus últimas consecuencias a partir de un encuentro imaginario en un modesto café. En este juego dramático se muestra a Chéjov como un profundo conocedor de la naturaleza humana; un observador incesante de las pasiones que llevan a una secreta miseria; un testigo de los sueños rotos y la frustración permanente.

Por otro lado, la segunda obra, una adaptación libre de “El oso” de Chéjov, es una comedia donde se contrapone el enamoramiento y la moral. El cortejo entre un hombre de burdos modales y una recatada viuda dibuja el reflejo de una sociedad doble moral e hipócrita. La catarsis se logra por medio de la risa pero no por ello se deja a lado una profunda crítica social.

El espectáculo exige actores experimentados y entrenados en la escena; no podría resistir intérpretes con pocas horas de vuelo. Es así que la selección de Mónica Dionne y Rodolfo Arias está a la altura de tal responsabilidad. Ellos tienen un adecuado entrenamiento corporal y vocal para ofrecer a las líneas, inspiradas o adaptadas de Chéjov, volumen, humanidad.

El gran riesgo de montar Chéjov es caer en actuaciones monótonas, demasiado exquisitas, ya sea por la dificultad de los temas que se abordan o por una solemnidad ridícula al autor. El trabajo chejoviano es todo lo contrario; necesita de un espectáculo vivo a pesar de la oscuridad o luz de sus personajes. Dionne y Arias hacen de cada parlamento un lugar interesante para el público; en la pieza logran una atmósfera asfixiante mientras que en la comedia contagian alegría.

Cabe mencionar la participación de Marcial Salinas en “El oso” que se encarga de interpretar al criado de la viuda; su trabajo en comedia es excepcional al servir de remate para varios chistes o situaciones hilarantes. Se distingue por su limpieza escénica.

La dirección de Ignacio Escárcega privilegia el trabajo del actor sobre cualquier otro recurso plástico. Tiene un adecuado sentido del ritmo y tempo para cada una de las escenas; le quita cualquier adorno que sofistique y, por lo tanto, aleje al espectador de la naturaleza viva del montaje. La presencia de una violinista en escena, Martha Moreyra, brinda una justa musicalización sin caer en redundancias emotivas con las historias.

“Afterplay. Secuelas chejovianas” es todo un acontecimiento en la cartelera mexicana que no se puede perder. Es una celebración mexicana por y para Chéjov pero, sobre todo, este montaje representa la disciplina y el rigor de sus participantes para enfrentar a uno de los titanes de la dramaturgia occidental. Sin morir en el intento.

“Afterplay. Secuelas chejovianas”
De: Brian Friel
Dirección: Ignacio Escárcega
Teatro Santa Catarina ( Jardín Santa Catarina 10)
Jueves 20:00 hrs., viernes 20:00 hrs., sábado 19:00 hrs y domingos 18:00 hrs. 

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