Escuela y desastres

A la memoria de los niños que perdieron la vida en su escuela en los sismos de septiembre.

Ser propietario o director de escuela implica una de las responsabilidades más grandes que puede asumir un empresario o un profesional. Todos los días quedan en tus manos las vidas de decenas o quizá centenas de personas.  Ya sea que tengas la iniciativa de crear un proyecto educativo o de dirigirlo, el primer principio que debe estar en tu mente como educador es: ¿Cómo hago para que aquellos que aceptan dejar la vida de sus hijos en mis manos pueden estar confiados en que están a salvo? No se trata de conseguir un registro de validez de estudios o de revisar la cédula del profesional que construye un edificio, se trata de poner en juego lo mejor de tus capacidades para asegurar que un ser humano no será lastimado de ninguna forma, ni en el cuerpo, ni en la mente, ni en sus sentimientos. Es una tarea titánica, insoslayable y muy compleja. Algunos la acometen sin pensar con la debida profundidad todas sus implicaciones. Son, por decir lo menos, de actuar irreflexivo, irresponsable, ligero, torpe. Se asocian con funcionarios corruptos, miopes. Pagan coimas, “mordidas”, eluden el cumplimiento de normas de observancia obligatoria. Pagan por hacerse de un negocio, pero evitan las acciones que son condición indispensable para educar y servir. Son agentes de muerte, y no buscan lo mejor para los seres humanos.

Educar es siempre una tarea noble, ennoblecedora. Emprender y crear una institución abocada a esa tarea es una responsabilidad infinitamente más compleja que poner un negocio cualquiera. Es, de todas las instituciones (quizá hecha la excepción del cuidado de la salud), la que requiere a los profesionales más calificados, más enterados de las condiciones ideales que se deben cumplir para que un ser humano crezca y realice de mejor manera su potencial.

Hace algunos años presencié cómo un maestro de natación dejaba en manos de uno de sus estudiantes adolescentes a mi hijo pequeño. Vi como el jovencito soltaba por unos instantes al niño y cómo se sumergía. Sufrí por unos segundos interminables detrás de un cristal cómo era rescatado y los esfuerzos para salvarle la vida. Aprendí cómo seleccionar una escuela es cuestión de vida o muerte.

En mi trayectoria como profesor y director he tenido la oportunidad de conocer a decenas de maestros, directores y propietarios de escuelas. Algunos son ejemplares en su conducta y amor por la educación de los niños y los jóvenes. Otros pocos, en cambio, evidencian cómo la irreflexión, la inopia, la avaricia o la simple ignorancia pueden afectar la vida de un ser humano.

Trabajo mediando con tecnología desde hace muchos años los procesos de aprendizaje de niños y jóvenes. He dispuesto experiencias de aprendizaje que mediaron con esa nueva forma que nos brinda el avance en la técnica. La principal consideración fue siempre el bienestar de los chicos y constaté mi idea que una buena tecnología en manos de un mal maestro no se transforma en una buena educación. Un buen maestro piensa en cómo puede organizar y disponer un ámbito de seguridad, confort, libertad, creatividad, innovación y aprendizaje. Un buen maestro estudia las diferencias en las maneras diferentes de aprender de cada uno de sus estudiantes. Estudia, analiza, descubre y es capaz de aprovechar los recursos educativos (a veces muy escasos) a su alcance.  A fin de cuentas, es el garante del óptimo desarrollo de sus alumnos. Los tiempos de “la letra con sangre entra” están reservados para los museos del horror y para vergüenza y escarnio público de quienes los prodiguen o los solapen.

No han sido pocas las veces que he visto a las escuelas hacer inversiones costosas en materiales y equipos, y no pocas las veces en las que presencié la inquina, falta de compromiso de algunos colegas maestros para aprovechar esos recursos. De lo cual surge una inquietud: ¿realmente nos conducimos, los educadores, con clara conciencia del principio básico que nuestra tarea esencial es buscar siempre el bienestar y el pleno desarrollo de los estudiantes?

El criterio rígido con que muchos educadores (e incluyo en esa categoría a propietarios de escuelas e institutos, directivos, funcionarios y profesores que viven de la educación) se conducen frente al hecho educativo, requiere de un trabajo intenso de reflexión, de análisis, de pensamiento riguroso. No merecemos la dignidad de pisar un aula (mucho menos de abrirla, crearla) si no entendemos cuál es el fin último y esencial de la tarea educativa: hacer crecer y lograr el pleno desarrollo del ser humano. Nadie puede.

Los acontecimientos vividos en las últimas semanas nos hablan de seres humanos que violaron ese principio básico. No sólo las autoridades responsables de certificar la operación de las instituciones educativas, sino todos los ciudadanos tenemos la responsabilidad de no volver a abrir una sola escuela, ni una sola aula hasta no haber verificado, no sólo los espacios físicos, sino la operación y funcionamiento de las escuelas para saber que en efecto cumplen con ese principio. El terremoto sacudió los cimientos de los edificios, dañó y derrumbó con furia sin precedente nuestras aulas. Pero también sacudió nuestra conciencia y todos debemos apaciguar nuestras prisas por reabrir y regresar a las aulas para revisar si lo que estamos prodigando en la educación en México es lo correcto.

¿Cuántas escuelas cumplen con normas estrictas de construcción? ¿Cuántas cuentan con espacios dignos en aulas, sanitarios, laboratorios u oficinas? ¿Cuántas escuelas requieren reconstruir o mejorar su infraestructura física? ¿Cuántas más requieren que revisemos su estructura organizativa o la visión pedagógica con que sus directivos, maestros o propietarios actúan? ¿Cuántos maestros nos hemos actualizado y hemos accedido a las mejoras formas de enseñar y aprender? ¿Cuántos más sabemos cómo aprovechar los cambios de la técnica para mediar las diversas formas de aprender de nuestros alumnos?

Hay algo más que muros, trabes y columnas que dictaminar. Hay que revisar la estructura y los principios de la educación que brindamos. Debemos detenernos a pensar para ver si este sismo sacudió nuestra conciencia y nos permite al fin crear un espacio seguro para que se desarrollen nuestros niños y jóvenes.

Y ojalá ninguna vida humana vuelva a ser tocada por la inopia, la inquina o la sevicia en una escuela en México nunca más.

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Eugenia Morelos Zaragoza

Excelente artículo! Infinidad de veces he escuchado a padres de familia que cuentan como el criterio de
seleccion para la escuela de sus hijos es la cercanía a su casa o la estancia extendida sin detenerse a analizar precisamente que “seleccionar una escuela es cuestion de vida o muerte” y que deberíamos hacerlo con la firme convicción de que nuestra decisión indudablemente les marcará el rumbo de vida a nuestros hijos. Es cierto que, al menos en esta gran ciudad, los trayectos son un problema. Sin embargo, deberíamos reflexionar sobre el tema y valorar las ganancias vs. perdidas de nuestra decisión.
Si hablamos de temas como la construcción o adecuada adecuación de un inmueble para utilizarlo como inatalaciones de una escuela y de los permisos y revisiones del gobierno para ello el tema asusta! Y para muestra basta un botón, el 19 de septiembre nos quedó más que clara la gravedad de la situación.

Miguel Angel Perez Alvarez

Muchas gracias. Comparto su opinión y creo que esta muy amarga experiencia reclama toda nuestra atención en el futuro. Saludos.

Eugenia Morelos Zaragoza

Una vez más, TODA MI ADMIRACIÓN para tu trabajo Miguel!

Ivette

Es verdaderamente indignante que muchas instituciones educativas vean en la educación un negocio y cada estudiante sea para ellos sólo un número de matrícula que al final de cada mes redundará en beneficios económicos perdiendo de vista el fin principal de la educación que es formar a futuros profesionistas de nuestro país, que dicho sea de paso ya tan lastimado está.

Gabriel Hernández

Es realmente sorprendente captar la manera en la cual describes las dos caras de lo que conocemos como “Escuela”, me es realmente agradable el leer como algunos colegas dejan el alma en el salón de clases esperando con ello apoyar a nuestra juventud, pero también como algunos otros “No”, como algunas personas unicamente consideran a los activos de una escuela (llámese materiales o humanos) simplemente como eso “Activos “, productores de bienes, pero también la otra cara de la moneda, aquellos que defienden una filosofía o forma de vida y que realmente están comprometidos con ella.
Mi estimado Miguel Ángel, de ninguna manera podría yo No estar de acuerdo en la breves pero significativas líneas que nos obsequias y el sin fin de experiencias vividas que este artículo conlleva, ten mando mi más sincera felicitación por mostrar ambas caras de “LA ESCUELA”.

Marisa Bravo

Felicidades por el artículo, resume en unos cuantos párrafos, una problemática digna de toda una tesis. Conlleva muchas reflexiones desde diferentes perspectivas de los roles que se juegan alrededor de las instituciones educativas, alumnos, padres, maestros, directivos, empresarios, autoridades. En la que bajo cualquier circunstancia y bajo cualquier visión debe prevalecer el interes superior de la infancia. Ojalá, como bien lo mencionas, ante esta dura lección que hemos vivido, la ganancia, si podemos hablar de ella, sea que el movimiento haya cimbrado nuestras conciencias y clarificado el caminar por el quehacer educativo. Gracias por tus enseñanzas y tus espacios de reflexión.

Claudia Bataller Sala

Felicidades Miguel Ángel, sensible y claro, la responsabilidad es mucha, como mencionas y hay que aplicar medidas que cuiden de todos.
Un abrazo
Claudia

Jessika

Como siempre, excelente artículo profesor. Sobretodo un llamado a la conciencia. Saludos cordiales.

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