El gobierno mexicano apostó por la Guardia Nacional para resolver el problema de seguridad y violencia. Días antes de tomar posesión, el 25 de noviembre del año pasado, Andrés Manuel López Obrador se reunió con las Fuerzas Armadas en el emblemático Campo Militar número uno. El momento era clave. Por un lado, la expectativa de quienes deseábamos la desmilitarización del país se mezclaba con la incertidumbre del rumbo y la propuesta que el nuevo gobierno podría ofrecer. Por el otro, el gobierno ya había movido fichas en una dirección: seguir echando mano de cuerpos de seguridad. En aquel momento, el entonces Secretario de Marina, almirante Vidal Francisco Soberón, le sugirió al entonces presidente electo: “Somos una gran herramienta, utilícenos, nunca lo vamos a defraudar”. El presidente hizo caso a la sugerencia.
El modelo que promueve la Guardia Nacional, aprobada apenas en marzo pasado en el Congreso, se inspira en la confianza y buena instrucción de las Fuerzas Armadas Mexicanas. Sin embargo, el problema no es que estén o no instruidos sino, para usar los términos del almirante, el tipo de “herramienta” que se está utilizando para el problema que se quiere solucionar. Ante hechos abominables como los ocurridos en Minatitlán, Veracruz, la respuesta automática parecería ser que, por supuesto, necesitamos una institución del perfil del ejército para contrarrestar ese tipo de atrocidades. Sin duda. El problema, otra vez, tiene que ver con la definición del problema: ¿es esto una excepción, o es la normalidad? En otras palabras, ¿la Guardia Nacional sirve para atender el desorden o para perpetuarlo? Que el primer punto en donde entrara en funciones la Guardia Nacional fuera Minatitlán, tiene una dimensión de extrema complejidad.
De un lado de la moneda, la magnitud de la violencia que recién se experimentó lo justifica. Pero del otro, el mensaje sugiere que la Guardia Nacional está para cubrir los hoyos que otras autoridades y funcionarios de seguridad dejan descubiertos –tal como ha ocurrido con el ejército, la marina y, con abrupto fracaso, la gendarmería aprobada en el sexenio de Peña Nieto‒. Además, el mensaje que el Ejecutivo manda con la presencia del cuerpo de seguridad en Veracruz adquiere mayor relevancia cuando se recuerda que al momento está operando sin la regulación necesaria. Ante el vacío legal, los mensajes políticos adquieren preeminencia. ¿Qué alternativas tenía el presidente? No muchas, pero tampoco era la única.
Alrededor del mundo existen diferentes modelos de combate a las prácticas mafiosas, así como de inhibición de violencia en los mercados ilegales. Los éxitos no son siempre ni necesariamente replicables, se requieren condiciones, conjeturas y hasta factores fortuitos. En México, el modelo ha estado profundamente inspirado por la influencia de Estados Unidos: perseguir las cabezas de grupos criminales. Hasta ahora, el resultado es muy parecido al que ocurrió en Colombia, donde la desfragmentación de los grandes carteles provocó la aparición de grupos criminales mucho más pequeños, mucho más violentos y mucho más dispersos. Qué tanto de esto explica lo ocurrido en Minatitlán es difícil de saber todavía. En Italia, por mencionar otro modelo, las autoridades fuertes que combaten grupos criminales no están en las calles patrullando con armas largas. Están, fundamentalmente, en las cortes y los tribunales.
En otras palabras, ahí el combate es legal, a partir de jueces bien capacitados y con herramientas jurídicas innovadoras. En México, la coyuntura era esperanzadora. Por un lado, el distanciamiento con Estados Unidos a partir de la presidencia de Donald Trump y, por el otro, la contundente victoria electoral de un partido y político que se asumen progresistas. Era (y hasta cierto punto todavía puede ser) una oportunidad para decidir sobre un modelo de solución diferente. Lo que tenemos ahora es una Guardia Nacional que oscila (quizás sin saberlo) entre dos polos, o perpetuar el estado de excepción que se vive en zonas del país desde hace años, o incentivar un cuerpo de seguridad efectivo, legal y no corrupto que se acompañe de estrategias de mediación y pacificación. El camino que tomen será el que caminemos todos, de ahí su importancia.
Si, el caso es que si es verde, malo y si es blanco, también y si es negro también. Denostar por denostar. Si alguien como el que escribe tuviese en sus manos el mando se haría en los calzones antes que ser el gran dirigente sabiondo. Se hace política con lo que se tiene, no con lo que se quiere.