Existen abundantes libros acerca de la conquista de la Galia por los romanos. Un ejemplo es Comentarios a la guerra de las Galias, escrito por Julio César quien, entre sus múltiples dones, tenía el de ser un gran literato. Además de considerarse un discurso político para justificar la costosa invasión de la Galia, el libro describe a un pueblo muy diferente del de Julio César, y por subjetivo que sea -después de todo, es la visión de los vencedores- nos da una idea de cómo vivían sus enemigos. Siglos después, El druida, de Morgan Lywelyn, nos muestra el punto de vista de los vencidos, esos celtas adoradores de la naturaleza. Es difícil imaginar pueblos más distintos. Los asentamientos mismos son un ejemplo de ello: para los romanos, la naturaleza debía doblegarse y no dudaban en cambiar el curso del agua o en talar bosques con el fin de construir importantes metrópolis. Los galos, en cambio, en lugar de doblegarla, se adaptaban a ella. Y sus dioses aprobaban. El interés de Julio César da cuenta de ello.
Thomas Jefferson fue otro famoso estadista cuyos intereses iban más allá de la política. Los intercambios que sostuvo con pensadores con los que no siempre coincidía nos muestran a un sabio comprometido con sus ideales. Él no trató de crear un imperio, sino de construir un país libre de tomar sus propias decisiones. Su pasión era la naturaleza; las hortalizas de su casa de campo alimentaban a una numerosa familia y a los visitantes que llegaban de Europa sin anunciarse. En cierto sentido, su concepción del mundo era más afín al de los celtas que al de los romanos. El modelo económico actual, el consumismo de bienes inútiles en detrimento de la ecología y, sobre todo, las ciudades de los Estados Unidos que parecen diseñadas para los coches y no para los humanos, le causarían horror: el modelo de vida ideal para Jefferson se basaba en pueblos pequeños rodeados de campo. Aunque él experimentaba con los cultivos y supongo que no hubiera dudado en alterarlos, era consciente de la gravedad de escindir al hombre de la naturaleza. Estoy segura de que hubiera luchado contra las minas a cielo abierto, la explotación indiscriminada de los mares y de los bosques y la contaminación de los métodos que se utilizan para generar energía. “Make America great again” tendría para él un significado profundo, no uno que se cimenta en la devastación y la negación del otro.
Julio César nació en una época y en un lugar donde la filosofía y la estética eran valores primordiales. En las Galias, Vercingertorix, el valiente guerrero que finalmente tuvo que entregarle las armas, creció con la cosmovisión rica en leyendas y cercana a la naturaleza de su pueblo; Thomas Jefferson, en un periodo de intercambios de conocimientos y de ideas. ¿Podrá ser que Donald Trump sea un simple reflejo de los valores que dominan hoy a una buena parte de los Estados Unidos? Me pregunto si un hombre como él hubiera tenido la mínima posibilidad de ganar la presidencia si las ideas de Tomás Jefferson hubieran prevalecido.
Trump es un improvisado y todos los improvisados son un desastre y un peligro