De abuelas y cosas peores

Me pregunto qué pensarán las abuelas de algunos escritores cuando leen los libros de sus nietos. Todos los niños deberían tener una como la que describe Roald Dahl en Las brujas. No nada más sabe reconocer a estas últimas detrás de apariencias engañosas, lo que puede resultar muy útil, sino que, además, tiene la virtud de nunca dudar de la palabra de su nieto. De no ser por ella, Bruno hubiera vivido convertido en ratón. Pero no creamos que Dahl es un adorador de abuelas… nada más alejado de la realidad. La de Jorge, en La increíble medicina de Jorge, se dedica a criticarlo y a hablar de bichos desagradables que, por si fuera poco, quiere comerse. No es raro que cuando el pobre niño inventa una pócima para desaparecerla, su papá crea que podrían volverse millonarios vendiéndola.

abuela
“Las Brujas” de Roald Dahl. Ilustración de Amelie Glienke.

El simbolismo de la abuela en Caperucita roja es interesante y las distintas versiones del cuento nos llevan a cuestionar las intenciones de cada autor. En la de los Hermanos Grimm, la anciana es buena y cariñosa, su nieta la adora. En esta interpretación, un leñador que pasaba por ahí saca vivas de la barriga del lobo a las dos víctimas y el punto de la historia se establece de manera bastante suave. Es un final feliz, donde la niña aprende la lección sin mayor sufrimiento. En consonancia con su época, Perrault también matiza el relato original, dejando claro que los bosques son peligrosos y que no se debe confiar en desconocidos. Pero, a diferencia de los Hermanos Grimm, él decide que ningún heroico leñador corra al rescate y el único satisfecho al final del cuento es el lobo. Suena terrible, pero versiones más antiguas son mucho peores. En una de ellas, la niña ‒adolescente‒ cae en la trampa del lobo y se comen juntos a la abuela. Si tomamos en cuenta, por un lado, que la función de los cuentos era alertar a los inocentes de los peligros del mundo y, por otro, que la noción de infancia era distinta de la nuestra, un final trágico tiene sentido. Lo que me pregunto es si era realmente necesario que la nieta participara en el banquete.

cuentos de hadas
La abuela de Perrault.

Los casos de cuentos como Blancanieves o Cenicienta son distintos. En ellos, las abuelas ‒que bien hubieran podido interceder por sus nietas‒ brillan por su ausencia y las tiranas son las madrastras. La finalidad de estos textos probablemente haya sido alertar a los padres acerca de volverse a casar sin tomar en cuenta a los hijos. De ahí el lujo de detalles al describir la maldad de las nuevas esposas; explayarse acerca de segundas nupcias en donde los niños sí fueran felices hubiera sido contraproducente para el objetivo que perseguían.

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“Blancanieves”, Jacob Grimm y Wilhelm Grimm.

Pero las madrastras como tema literario ameritan un espacio propio, así que terminaré con una abuela de hoy en día: la de Molotov. El incauto nieto llega de Nueva York y se encuentra con una mujer que le corta la melena cuando está dormido, lo pone a dieta de arroz con habichuelas, le da tecitos de limón cuando él quiere ron y lo pone a descansar en vez de dejarlo salir con los amigos. Buena persona, lo reconoce el nieto, pero una tirana que lo saca de quicio. Curiosamente, la última frase es “Cómo le podré pagar”. Me gusta esta abuela latinoamericana porque refleja en unas cuantas frases una forma de ser anticuada y al mismo tiempo vigente de nuestra época.

Éstas son las abuelas que se me han venido a la mente. Habrá que pensar cuál quisiéramos ser. Yo me quedo con la de Bruno, porque sabe de brujas y de ratones.

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