Venganzas literarias

En los mundos alternos que inventa, el escritor tiene la libertad de hacer sufrir sin remordimientos o de redimir al peor de los asesinos. Mientras está inmerso en un universo imaginario, es todopoderoso. Qué importa si, como El albatros de Baudelaire, en la realidad sea el más torpe de los mortales. Sumergirse en un buen libro equivale a vivir otras vidas, y tiene algo de magia leer a un autor que ha predicho su propia muerte o un futuro lejano. También es interesante conocer el pasado de escritores que saldan cuentas con el pasado por medio de la literatura. Algunos conscientemente, otros sin proponérselo.

El albatros
Charles Baudelaire (1821 – 1867).

La historia de Irène Némirovsky y su familia podría ser en sí misma una novela. A pesar de haberse convertido al catolicismo, ella murió de tifus en Auschwitz. Su marido hizo lo posible por liberarla, pero finalmente él también fue apresado y las hijas sobrevivieron gracias a la nana que las protegió. A lo largo del peregrinaje escapando de los nazis, llevaban en una maleta los cuadernos de su madre. No sabían que en las palabras amontonadas en letras pequeñas estaba la obra más importante de la escritora ucraniana.

escritora judía
Irène Némirovsky (1903 – 1942).

Suite francesa habla de la cotidianeidad de un pueblo francés durante la ocupación alemana. Aunque la novela fue bien recibida desde el día en que se publicó, no han faltado críticos a quienes el punto de vista de Némirovsky molesta. A mí es justamente su percepción de los hechos lo que me atrae, la mirada que juzga a los soldados de una manera distinta a lo que estamos acostumbrados; la forma en que los describe, con sus botas relucientes, los uniformes impecables, los caballos perfectamente arrendados y, sí, su atractivo físico. Me hizo recordar que es válido para una joven enamorarse del adversario y que el enemigo en una guerra no es necesariamente un monstruo. En una entrevista, una de sus hijas le reprochaba la ceguera ante el inminente peligro que corrían durante la persecución a los judíos, pero quizás Némirovsky era incapaz de concebir una situación en donde las personas perdían parte de su humanidad para convertirse en máquinas de destrucción. Ante lo que parece un acto de buena voluntad ‒o de inocencia‒ el hecho de que haya muerto en un campo de concentración me parece doblemente trágico.

libro
Manuscrito de “Suite francesa” (1942) (Archivo Irène Némirovsky-Imec).

Sin embargo, no todos los personajes de sus novelas tienen claroscuros. En El vino de la soledad, la madre es frívola, burda, y carece del mínimo amor a nadie que no sea ella misma. Némirovsky escribió la novela sin saber que cuando la nana de sus hijas finalmente logró llevarlas a casa de su abuela, ésta última las rechazó: “Las huérfanas pertenecen a los orfanatorios”, se cuenta que dijo antes de cerrarles la puerta para siempre. No sabemos qué novela hubiera surgido de esta anécdota, pero creo que la reacción no hubiera sorprendido a Irène Némirovsky. El vino de la soledad da testimonio del desamor real de su madre hacia ella desde que era niña y es, al mismo tiempo, una de las mejores venganzas literarias que he leído. Al igual que a Edmundo Dantés en El conde de Montecristo, a la protagonista le toma años cumplir su objetivo, pero vale la pena el esfuerzo. Sin embargo, mientras que la venganza de Dantés no está directamente vinculada con la vida de Dumas, la de la adolescente que espera pacientemente convertirse en una mujer atractiva para luego utilizar su juventud contra su madre, sí lo está. Y entonces la venganza, literalmente real, es contundente.

Némirovsky
Irène y su madre (Archivo Irène Némirovsky-Imec).
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