“Dos causas predominan claramente en el descontento social que se manifiesta en varios países de América Latina, Europa, Asia y de África: uno es el clamor contra una economía sesgada a favorecer la concentración de la riqueza, los privilegios y la corrupción, y por otro lado, la exigencia de una democracia que sea tangible en bienestar y sosiego.
Después de tres décadas de neoliberalismo, la democracia se limitó a elecciones más o menos equitativas, pero dejó de ser portadora de valores y formas de participación favorables a una mayor equidad política, legal, social y económica.
Las protestas sociales son fuertes en sus reclamos, pero las propuestas sobre los “cómos” para superar los desafíos de estos tiempos turbulentos, se trabajan en otros ámbitos; la Agencia Sueca de Cooperación Internacional para el Desarrollo tiene una batería de propuestas generales, algunas de principios y otras más operativas, desde una perspectiva socialdemócrata.
El 15 de noviembre de 2016, esa agencia gubernamental publicó una declaración apoyada en ideas que me parecieron la alternativa lógica a las contradicciones del modelo neoliberal, basado en la idea de que para progresar, había que desregular actividades, desproteger mercados y desincorporar entidades públicas para que cada unidad económica persiguiera libremente el lucro, y las más aptas, lo alcanzaran.
La fórmula libertaria fue que los gobiernos se concentraran en mantener el equilibrio fiscal, usar la política monetaria para controlar la inflación y que dejaran que los mercados hicieran lo demás.
Un principio socialdemócrata es que el bienestar social no se limita al ingreso, que es multidimensional; por lo que el crecimiento de la riqueza es un medio, no un fin en sí mismo. Otro principio es que el desarrollo debe tender a disminuir las diferencias entre pobres y ricos (salud y educación), y otro más, que debido a la crisis ambiental que amenaza la existencia humana en el planeta, tiene que ponerse en el centro de las políticas de desarrollo la sustentabilidad ecológica.
Para la realización de tales principios, es indispensable restablecer el balance entre Estado, mercados y sociedad; el Estado es el único capaz de acordar las reglas y el marco regulatorio del mercado. Así como los autos no pueden andar sin frenos, los mercados también los necesitan.
La política macroeconómica del Estado es crucial en el desarrollo; en tiempos de rápido crecimiento, es fácil cuidar el equilibrio fiscal y hasta reforzar los ingresos públicos, pero (como todo mundo sabe, excepto AMLO) existen fases del ciclo en que es necesario el estímulo fiscal y el de las inversiones públicas para crecer, cuidando solamente que el nivel de endeudamiento sea saludable y que la inflación no se descontrole.
En México el neoliberalismo se metió hasta la cocina y ahora, además de los problemas de inequidad mayores, sufrimos la terrible inseguridad; si no hemos visto el tipo de protestas como las que ocurrieron hace poco en Francia, en Ecuador, o la semana pasada en Chile donde causaron 20 muertes, es porque López Obrador ha sabido generar expectativas de que los cambios pacíficos serán favorables a la mayoría.
Las dudas sobre la realización de tales expectativas tienen que ver, sobre todo, con la disminución de inversiones no sólo privadas sino también públicas y con la escasez de recursos en la hacienda pública.”