El quebranto de Cataluña

Han quebrantado los principios democráticos de todo Estado de derecho y han socavado la armonía y la convivencia en la propia sociedad catalana, llegando ─desgraciadamente─ a dividirla”. Estas palabras fueron pronunciadas por Felipe VI rey de España.

La interpretación que se puede generar del desarrollo de una cultura, alejada del sentido económico, técnico, religioso y científico, solo tendría el valor de una opinión sin fundamento. Esto debido a que los actos del hombre siempre llevan un trasfondo que responde a sus anhelos. La fragmentación de la realidad humana en términos de nacionalidad, raza, religión, entre otros, se da en el colapso de la articulación natural de la que un día fue partícipe el hombre. Las naciones le han dado al ser humano la ilusión de una armonía que en el fondo está fragmentada y corroída por los anhelos que el desarrollo de la sociedad sembró en el los individuos.

Esta fragmentación se vuelve más evidente en el contexto de los particularismos nacionalistas que se dan en nuestra era. Las sociedades contemporáneas, ven en la democracia la verdadera unión del hombre. Es decir, si se separara un territorio que fuera parte de una nación, el colapso sería catastrófico desde el punto de vista de los políticos. Sin embargo, apelando a un axioma de interculturalidad, esto sería un paso para volver a la armonía humana, a la reintegración del ser.

Los particularismos responden a necesidades arraigadas dentro de la esencia de un pueblo o una persona. Los actos de una sociedad son, quizás sin percatarse, la manera en la que dicha nación busca la supremacía. La fragmentación del ser ha traído consigo el caos de la individualidad, aunque esta, se presente en muchas ocasiones en forma de masas. El quebranto de un país, digamos España, va más allá de un tema de política, la preocupación real sigue siendo el dominio del hombre fragmentado.

Platón afirmó en la República, que los Estados que surgen de las necesidades del hombre no pueden prevalecer. Si la motivante de un pueblo clama libertad y su contraparte se opone por la ilusoria vía de la democracia, se llega a la problemática de saber a quién le corresponde la soberanía sobre un territorio. Algunos apelaran por los pobres pues representan a la mayoría, otros más por los ricos, por los hombres de bien, por un rey o por un puñado de seres que el pueblo eligió. Tal parece que todos desean su parte, diría Aristóteles, “horrible iniquidad”.  

Desde que la sociedad encontró en la religión y la democracia un placebo para la armonía de los hombres, el tema de la fragmentación de la humanidad se creyó resuelto. Sin embargo, el quebranto del que hemos dado testimonio en Cataluña no es más que una prueba de la inverosimilitud de los gobiernos, quienes aún creen en la democracia como representación. Desde que la humanidad fue distanciada de la unión del lenguaje, el hombre ha tenido que hacer uso de tremendas artimañas, como el de colonizar el diálogo, el sometimiento de su semejante.

Cataluña y España se encuentran librando una disputa por la libertad; algunos consideran un crimen la decisión de separarse; otros más consideran la emancipación un derecho cultural. Mucho me temo que unidos o separados y, no es una cuestión de política sino de esencia humana, estos territorios no encontrarán la armonía.

Carlos Ramírez

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