Andrés Manuel López Obrador nos puso a hablar de paz. Es un síntoma positivo de una propuesta que, sin embargo, al día de hoy sigue caracterizándose por ambigua y descafeinada. Uno de los últimos participantes de esta discusión fue Enrique Peña Nieto. Para él, “No puede haber perdón ni olvido para los delincuentes. No puede haber borrón y cuanta nueva”, dijo el presidente. Y remató con una paráfrasis tergiversada del economista liberal, Adam Smith: “Dejar hacer y dejar pasar a los criminales significaría fallarle a la sociedad y traicionar a México”. Cuando habla de “los criminales”, el presidente no distingue entre los grandes líderes del narcotráfico, los funcionarios públicos corruptos que habilitan las redes criminales, los campesinos que cultivan amapola o marihuana o el consumidor de drogas. ¿O sí? La misma pregunta podría hacérsele a Andrés Manuel y a todos los candidatos que se sumaron o quieran sumarse al debate. A pesar de todo, bienvenidos a la discusión.
Ojalá que ocurra más pronto que tarde, pero México tendrá que afrontar eventualmente una discusión de posconflicto. Sería, de hecho, un escenario ideal. ¿Qué y cómo hacer después de la crisis de violencia? Países como Chile, Bosnia, Sudáfrica y actualmente Colombia los han vivido con más o menos éxito, pero sin duda son procesos fundamentales rumbo a la reconstrucción de sociedades marcadas por la violencia. A pocos meses de haber alcanzado el punto más alto de violencia desde la declaración de guerra contra el narcotráfico, es necesario reconocer que aspirar a una discusión posconflicto es una meta deseable para el país. Importa la manera en la que se plantee, los actores involucrados y el contexto que la habilite. En ese marco, la amnistía es un paso más o menos significativo en ese sentido. El gesto de López Obrador no puede ser completamente desdeñado.
Hace once años, Felipe Calderón nos puso a hablar de guerra; mientras que Peña Nieto y su equipo decidieron no hablar del tema al inicio de su administración como si eso generara una realidad diferente. Pocos años les bastó a cada uno para convertirse en presas de su propia estrategia, de sus propios dichos y hasta de sus silencios. En el caso de Andrés Manuel, la invitación a pensar en la paz requiere acompañarse de contenido, sobre todo en función del papel que él representa como uno de los candidatos más sólidos para convertirse en presidente. Mientras tanto, el debate ha sido nutritivo entre quienes reconocen en la amnistía una salida a forma de criminalización de productores y consumidores; pero también muy estéril entre quienes asumen que eso significa pactar, negociar u olvidar los delitos de grandes criminales y, con ello, menospreciar el dolor de las víctimas.
No se espera ni es deseable que López Obrador o ningún otro candidato sea la luz que guíe la discusión. Pero sí que aquellos que propongan paz sean responsables de sus dichos y capaces de escuchar para alimentar la propuesta. Así como la guerra, la paz también requiere de contenido que se traduzca en transformaciones significativas. Después de todo, la paz anhelada es una propuesta que podría ser trascendental para la vida pública del país y, como tal, requiere de la participación constante de la sociedad y no de líderes aislados. Por el contrario, si nunca fue una propuesta en forma y se habló al aire, debe reconocerse como tal y, aun así, reconocer las virtudes de la moneda lanzada al aire. En cualquier escenario, la discusión sobre seguridad se oxigena con alternativas a la guerra, los cuernos de chivo, los abatimientos, los sicarios y todo el diccionario de narcofilia que, como sociedad, hemos alimentado.
rafael dominguez says
Sr. Peña en verdad cree que AMLO habla de Paz o juega con esta palabra únicamente?