Desde la agudización de la crisis económica y financiera griega, públicamente Alemania ha aparecido como el villano de los programas de rescate y fortalecimiento del Euro. Lo ha sido por su actitud aparentemente inflexible, compartida en el inicio con Francia, sobre las medidas que los países con urgencias de apoyo financiero debían aplicar, así como las acciones generales que los miembros de la Unión Europea (UE) tenían que instrumentar, especialmente aquellos que son parte de la Zona monetaria del Euro (EU).
En este concierto, emergió la disonancia política histórica del reino Unido (UK), en materia de los alcances legales e institucionales que comunitariamente deben seguir cada país. La disonancia obviamente tiene vieja data y ha resurgido ante el impacto político que la profundidad de la crisis ha generado a nivel de cada país. Ambos casos, el alemán y el británico, tienen justificación para los intereses de cada uno, aunque no necesariamente pueden ser comprendidos y aceptados. Además, cada uno de estos países ha sido clave para la expansión y profundización institucional de la UE. Sin embargo, hoy son otros tiempos y otras las circunstancias nacionales y, por lo tanto, las perspectivas comunitarias han cambiado, corriéndose el riesgo de agudizar los problemas comunitarios.
En efecto, desde mediados de los 1990’s el rol teutón y británico fue decisivo para sacar adelante la expansión del número de países miembros de la Unión. Ambos países, por razones diferentes pero intereses convergentes, promovieron la ampliación de la membrecía de la UE, a la luz de los conflictos armados que se suscitaron en la antigua Yugoslavia y las posibilidades económicas que representaba un mercado común más amplio.
UK asumió que la ampliación de la UE posibilitaría un continente más seguro, con menos conflictos nacionales y con menores riesgos de conflagraciones militares. Tal supuesto descansó no sólo en los antecedentes de las dos grandes guerras mundiales sufridas en el siglo XX, sino también en consideración a los nacionalismos que habían vuelto a encender a los Balcanes. En esta misma región, un tiempo recipiente de Yugoslavia, se inició la primera guerra mundial y en pleno final del siglo XX se alentó una guerra étnica y religiosa. La seguridad y la paz europea, entonces, fueron las razones para que UK alentara la expansión de la UE, que ahora integra 27 países.
Alemania promovió la expansión de la UE poniendo su mirada en el potencial económico que le representaba la ampliación del mercado comunitario, en un continente en el que desde los 1970’s era ya su principal mercado de exportación. La potencia económica y financiera teutona se había consolidado desde mediados de los 1980’s, cuando su moneda, el marco, se volvió la referencia cambiaria de las demás divisas europeas, en lo que se denominó la “serpiente monetaria”.
De esta manera, dos intereses diferentes, la seguridad continental y la ampliación del mercado común, convergieron para dar paso a un mayor número de países dentro de la UE. Así aconteció la rápida ampliación de la membrecía continental, que conllevó a un tratamiento institucional y legal diferenciado para los nuevos miembros de la UE. Máxime para los países que se integraron a la moneda común: el Euro.
Las dos razones básicas para la ampliación del la UE han implicado en sí mismas una contradicción en su origen; contradicción que en las actuales circunstancias de crisis económica y financiera hacen vislumbrar la posibilidad de un fallido proyecto europizante de integración. Este posible trance parece ser minimizado por el posicionamiento de las autoridades comunitarias y de algunos expertos, al apelar por una mayor Unión, o una más profunda Europa, como requisito sine qua non para remontar la crisis y para que la UE salga fortalecida de la circunstancia adversa actual.
La contradicción, por una parte, radica en que UK ha ido aceptando con mucha reticencia el otorgamiento de poderes y facultades legales a la UE a costa de sus poderes nacionales. Esto ha significado reducir soberanía nacional en aras de mayores poderes comunitarios, en un proceso que políticamente ha encendido sorprendentemente, desde fines de los 1990´s, el “nacionalismo británico”. Tal subrogación de poderes no ha sido técnicamente cómoda para UK, toda vez que su tradición legal y administrativa es totalmente diferente a la continental. Por ejemplo, bajo la tradición del “Common Law” (derecho común), UK no cuenta con una constitución nacional escrita, en tanto la normatividad jurídica comunitaria establece por escrito y de manera relativamente rígida cada una de las disposiciones jurídicas y de regulación.
De igual forma, aun cuando el sistema administrativo británico reconoce de manera diferenciada facultades a Escocia, Gales e Irlanda del Norte, centralizadamente en Bruselas se definen las reglas de gestión y gobernanza de la UE. A esto se añade el que UK, junto con Francia y Alemania, es uno de los grandes aportadores de recursos fiscales para los fondos de compensación que la UE otorga al sector agropecuario y para las regiones económicamente rezagadas, de ciertos países. Hecho que resulta, desde la visión británica, inequitativo.
En la circunstancia actual, probablemente el mayor punto de discordancia del sentimiento británico y la actuación de la UE radique en su déficit democrático, frente a la elección democrática que se hace de las autoridades nacionales. En tanto la burocracia de Bruselas, sede de la UE, define las normas y regulación de la UE sin haber sido electa democráticamente, las autoridades nacionales electas democráticamente ven limitados sus poderes y facultades, pero no así sus compromisos con el electorado.
Hoy que se propone la necesidad de que los presupuestos nacionales sean sancionados por la UE, el déficit democrático comunitario parece acrecentarse. De igual forma, la ampliación de la regulación financiera por parte del Banco Central Europeo y los gravámenes de las operaciones financieras constituyen una amenaza para la City de Londres, que sigue siendo el principal centro financiero continental, sin ser parte de la Zona Euro. Desde la óptica británica, más de lo mismo dentro de la UE no necesariamente es bueno para UK, aunque no lo piense así Estados Unidos (USA), que ha prevenido a la vieja Albión a que se mantenga dentro de la organización comunitaria.
Por lo que, en este contexto, el Primer Ministro británico David Cameron se ha comprometido a efectuar un referéndum nacional antes de 2015, para que los británicos decidan permanecer o no dentro de la UE. Tal fecha se puede antojar remota, pero si se tiene presente que la crisis europea prácticamente se hizo evidente a partir de 2010, por lo que dos años vista no parece ser mucho tiempo.
Cínicamente se juzga que Cameron está jugando con el referéndum que le permitirá consolidar su fuerza política conservadora, dado que enfrenta la amenaza de diluirse sus votos a favor de organizaciones políticas ultraconservadoras, aunque ponga en riesgo su coalición con el Partido Liberal Demócrata. El tiempo dirá si Cameron por jugar con fuego incendió a UK y debilitó a la UE, o si ello sólo resultó un ardid político nacional y un chantaje comunitario para lograr la devolución de facultades Europeas.
La contradicción de la posición alemana, por otra parte, sobre la ampliación de la UE radica en su visión netamente nacional por encima de la fortaleza económica comunitaria que se debe buscar y asegurar. Esta contradicción ha implicado un alto riesgo tanto para Alemania como para la UE. En tanto Alemania ha consolidado su posición económica hegemónica en Europa con la ampliación de la UE, el debilitamiento de los países de la zona euro ha afectado su fortaleza.
Así, la estrechez creciente del mercado europeo ha debilitado el crecimiento de la economía alemana, desde el momento en que su fortaleza económica radica en las exportaciones. Por ello, en el último trimestre de 2012, la economía teutona decreció, amenazando en caer en una recesión en 2013, tal como se pronosticó en la Revista Semanal, del Semanario sin Límites, desde mediados del año pasado.
Si bien es cierto que el riesgo financiero conjunto de España e Italia es enorme para la economía alemana, al integrar esos dos países un Producto Interno Bruto (PIB) superior al teutón, la reiteración de las medidas recesivas dictadas por Alemania y aplicadas por la UE y el BCE, en comunión con el Fondo monetario Internacional (FMI), han inducido a una depresión económica severa ya casi de carácter continental.
Medidas financieras integrales y la asunción de un auténtico banco central activo, que considere su responsabilidad de prestamista de última instancia ante el Euro, podrían activar rápidamente la economía europea. Tales acciones, abatirían la prima de riesgo y darían mayor holgura a las obligaciones financieras anuales de países como España, Portugal, Grecia, Irlanda, entre los más representativos. Con tal efecto, los ahorros por pago de intereses ayudarían a activar la inversión pública, al tiempo que los bancos podrían liberar el crédito y abatir las tasas de interés para la mediana y pequeña industria.
Alemania, al actuar bajo el interés nacional y obligar a aplicar un recetario técnico a una escala casi continental, olvida que la contracción económica externa, seguirá afectando sus exportaciones y debilitando su producción nacional. La caída en la capacidad de compra de España y los otros países de la UE debilitarán el paso económico teutón, como ya acontece, en un ambiente internacional económico menos dinámico.
El recetario alemán pasa de largo que si la recuperación de los países con elevada deuda pública logran una mayor competitividad por la vía de la devaluación interna, serán en el futuro grandes competidores de los productos germanos. Dicho de otra manera, Alemania terminará compartiendo el mercado de la UE con los países que antes eran mayormente sus compradores. La mayor de las contradicciones alemanas es que su recetario terminará por afectar adversamente a la propia economía teutona.
Alemania y UK, que tanto alentaron la ampliación de la UE, parecen hoy constituir un riesgo para consolidar y dar continuidad a la integración comunitaria, por las medidas y acciones que han alentado para supuestamente salvar al Euro y sanear las economías nacionales. Ya no es tiempo de elucidar causas y razones de la crisis europea, es tiempo de atender las consecuencias de las medidas tomadas. Sólo evaluando los resultados del recetario aplicado es posible visualizar un mejoramiento de la UE o una agudización de sus riesgos.
Lo que acontece, finalmente, es una falta de coordinación de la UE. Falta de coordinación que cada día se expresa más en la prevalencia de los intereses nacionales, como acontece con Alemania y UK, sin tener en consideración los objetivos comunitarios últimos. Tal circunstancia pone en riesgo al Euro y la posibilidad de lograr el sueño europeo de integración, pero también amenaza perpetuar el desempleo y la cancelación del presente y el futuro de millones de jóvenes del viejo continente (Coordination in the European Union, Martin Feldstein, Working Paper 18672, January 2013, http://www.nber.org/papers/w18672).
La solución de la crisis europea se debe dar en ese mismo continente; no en otros, como el nuestro, que enfrentan retos diferentes, aunque en un mundo globalizado ninguna economía pueda ser ajena a lo que acontezca en cualquier parte del mundo. Máxime si esa economía es continental, como lo significa el caso de la UE.