En los museos los selfies son “formación de públicos” y aquí como no estamos comprando se desata un conflicto entre el ego de los visitantes y el superego de los galeristas.
Art Basel Miami 2015 entró en un doble conflicto: el odio a los selfies y su retorno a la fase fálica, que según Freud, desarrolla el superego. Los galeristas tienen su ideal de perfección en esas obras y los ponía furiosos que la gente se reía y actuaba los selfies como en un circo. La frivolidad del público en este circo del dinero fue consecuente con la frivolidad de las obras, continuaron el chistorete, dialogaron con la estulticia del concepto.
Recorríamos un parque temático con galácticas de botas plateadas, marcianas tipo Blade Runner, admirando osos azules y decenas de dildos en pinturas, fotografías de salchichas, esculturas, dulces. Los artistas con su statement de ser niños envejecidos, se estancaron en las búsquedas intelectuales que tenían entre los 3 y los 5 años: la obsesión por los genitales y el juego.
En la galería Sadie Coles HQ de Londres, las dueñas pusieron a la venta el complejo de Electra de Sarah Lucas, con la obra Eros, un mega-falo que se convirtió en un selfie-magnet, todo el mundo se fotografiaba enfrente de ese homenaje a la castración de Sarah Lucas y de sus retro-feministas galeristas Pauline Daly y Sadie Coles. Con la envidia diagnosticada por Freud ahuyentaban histéricas al público que posaba de rodillas y con la boca abierta ante la priapica “escultura”. La palabrería sobre la búsqueda de la reacción y la interacción del público se desplomó en su disfunción teórica. Demostraron la demagogia del arte VIP, Sarah Lucas precisamente sobre ésta obra afirma que: “Humor is about negotiating the contradictions thrown up by convention. To a certain extent humour and seriousness are interchangeable.”
Les reclamé que respetaran la libertad de expresión y gritonearon aún más, defendieron su obsesión por el padre persiguiendo a la gente. Su erudición y finura de argumentos frente al debate artístico fue levantar el dedo y hacer una peineta, la versión readymade portátil de su dildo teórico ¿Cómo quieren que reaccione el público? Que estudien la diferencia de proporciones entre la injusta realidad y el arte, o que discutan la “contraspectiva sexo-feminismo-política”, tal vez podrían reflexionar que es una metáfora de la capacidad adquisitiva de los coleccionistas de estas cosas.
Es la diferencia entre un museo y una feria, aquí sin cédula, sin el ambiente sacro del museo, estamos en el Circo de Barnum y como dijera su fundador: siempre habrá un estúpido que pague un dólar por ver mis patrañas. El gigantismo, tan cercano a la fase fálica, fue otro tema a reflexionar, medicinas y cápsulas, zapatos, un guante, una camiseta, trastos: big money, big artwork.
En la galería Peter Freeman la instalación de Jimmy Durham, inspirada en la poética de los cartoons: una roca que aplastaba un coche modelo Spirit de los 90’s, el toque filosófico era la happy face de la piedra. La galerista derramaba bilis porque la gente no entendía, insistía en que todos éramos unos ignorantes que no veíamos la profundidad del arte. Llegó a tal punto la paranoia colectiva de los galeristas que se montaban enfrente de las obras para impedir el selfie.
En los museos los selfies son “formación de públicos” y aquí como no estamos comprando se desata un conflicto entre el ego de los visitantes y el superego de los galeristas. La solución ideal sería que cobraran en el ticket de entrada el derecho a hacerse selfies, así le sacan dinero a la horda que no tiene la intención de comprar y se repartirían la ganancia entre las galerías que más fotos contabilicen. Para que esto se facilite en el floorplan podrían incluir los selfie-magnets y el público no perdería el tiempo paseando por sus pasillos buscando lo más estúpido. Se olvidan de que los negocios también son un arte.