“Cada vez nos despedimos mejor”: La estrella escondida de Luna

Diego Luna es una estrella. Y, precisamente, por esta categoría me sorprende las decisiones que toma. No tendría la necesidad de preocuparse por seguir profundizando en su técnica actoral, mucho menos requiere exponerse a trabajos arriesgados; podría seguir su carrera con su carisma y enorme capacidad para los negocios.

A Diego Luna no le basta la fama y el éxito mediático; en los últimos años, con la suspicacia de muchos, trató de salirse de los límites que implica ser una estrella para jugar en un terreno arenoso: convertirse en un actor (en el sentido más amplio de la palabra).

Cuando esperaba que dieran acceso a la Sala Chopin para ver “Cada vez nos despedimos mejor” veía en la enorme fila del público la euforia por ver a Diego Luna, el ídolo, la estrella. En este país es muy extraño el triunfo de un monólogo, como es el caso, dentro de la oferta teatral; Luna tiene el poder de convocatoria y sobre todo el magnetismo para irlo a ver más allá de los prejuicios para cierto tipo de espectáculo.

La sala estaba llena y me dio muchísimo gusto saber que el status mediático de Luna hiciera que toda la butaquería se ocupara. Él, tal vez desde la obra “El buen canario” donde fue actor y coproductor, aprendió a compaginar una buena campaña de marketing y un trabajo escénico sofisticado, fuera de los gustos y las expectativas de la mayoría del público.

¿Esta vez, en un monólogo, qué le ofrecería a la gente? Después de ver “Cada vez nos despedimos mejor” puedo asegurar que es el mejor trabajo de Diego Luna. Es la corona de los últimos diez años por demostrar(se) su técnica y poética; con este montaje es evidente que no sólo es la estrella, sino un actor.

La historia escrita por Alejandro Ricaño habla de la separación amorosa. Mateo, el protagonista del monólogo, narra cómo, a pesar de estar convencido que Sara es el amor de su vida, se debe despedir de ella porque los dos se hicieron daño, se hicieron heridas de las cuales no se pueden recuperar.

El tratamiento del texto nunca cae en lugares comunes o salidas fáciles para conmover al espectador. Es un retrato del amor en crudo. Se aleja de los cuentos que se empeña en contarnos la cultura para entender la pasión. Nos acercamos a mirar una relación de dos individuos más real, más de carne y hueso.

La dirección del mismo Alejandro Ricaño se centra en la actoralidad. Para Diego Luna es un salto mortal porque están en juego dos elementos a niveles altísimos: la concentración y la energía. Él logra sostener todo el montaje sobre sus hombros con clarísimas transiciones y un funcional movimiento escénico.

El actor se hace acompañar de un músico quien lo ayuda a crear atmósferas instrumentales en diversas escenas. Su participación es justa; nunca se vuelve un distractor para seguir la acción dramática. El trabajo de iluminación es notable porque acentúa los estados de ánimo del personaje central de un modo novedoso y atractivo.

El único elemento que no me acaba de convencer pero funciona es cómo la historia se relaciona con episodios de la historia de México. El texto inicia con el nacimiento de Mateo con una estrecha relación con el terremoto del 85 en la Ciudad de México; sigue coincidiendo con las elecciones de 1988, el conflicto en Acteal y la victoria de Vicente Fox por citar algunos.

Y no me acaba de convencer porque varias situaciones se meten a calzador en estas reminiscencias de conciencia histórica. Parece complacer a cierto sector intelectualizado, con ímpetus progresistas y repleto de culpas sociales. Sin embargo, reconozco que a la historia le brinda unidad y hasta empatía con el público.

“Cada vez nos despedimos mejor” tiene como principal logro hablarle a las audiencias actuales con un texto digno que compite con cualquier otra historia de otro medio. La revolución le hizo justicia a Diego Luna porque se expone a hacer un trabajo complicadísimo con placenteros resultados, tanto para él como para el público; su calidad de estrella se olvida para ver en escena a un actor comprometido y, sobre todo, con ganas de ser osado.

 

“Cada vez nos despedimos mejor”

Escrita y dirigida por: Alejandro Ricaño

Sala Chopin (Álvaro Obregón 302, colonia Roma)

Viernes 8:30 p.m., sábados 7 y 9 p.m., domingos 6 y 7:30 p.m.

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