Capital intelectual; otra manera de evaluar

El concepto de Capital Intelectual es inevitable porque es el único entre los modelos de medir el rendimiento corporativo, que va más allá de la superficie y descubre el verdadero valor. Al hacerlo así, restaura el sentido común y la equidad en la economía.

L. Edvinsson y M.S. Malone.

Ésta y otras ideas de Leif Edvinsson y Michael S. Malone concentran muchas de las inquietudes y percepciones que durante los últimos años se han venido gestando alrededor del valor real de las organizaciones y la forma de medir ese valor, al que se denomina “capital intelectual”. Este concepto, empieza a apoderarse del enfoque sobre la forma de crear y conservar valor en las empresas, desbordando su propio núcleo histórico consistente en poseer activos intangibles valiosos, tales como marcas, patentes, secretos industriales o derechos de autor.

Aún y cuando esta evolución esté orientada preponderantemente por las intuiciones de un mercado regulado por el deseo de invertir en las mejores promesas, es claro que los balances generales de las corporaciones están siendo considerados cada vez menos, y ahora son más las corporaciones con altos valores de capital intelectual que empiezan a dominar las decisiones.

libro Capital Intelectual

Hace 3 o 4 décadas, cuando la biotecnología empezó a representar una de las mejores alternativas científicas de carácter industrial, las empresas con esa orientación recibieron grandes flujos de recursos para financiar su desarrollo; se trataba de empresas sin activos tangibles, con sólo un puñado de empleados, pero con bastas bolsas de conocimiento, talento y tecnología patentada. Después, las empresas orientadas a la ingeniería genética fueron las preferidas de la inversión de riesgo, y ahora, son las que crean proyectos en el ámbito digital las que parecen concentrar los deseos de un mercado con un gran apetito de participar en las siguientes estrellas emergentes del tipo de Amazon, Google, Facebook, Uber o Airbnb.

Sin embargo, el capital intelectual no es materia reservada para unos cuantos. Podemos decir, válidamente, que todas las corporaciones poseen este tipo de recurso, que suele tomar la forma de experiencia acumulada e información competitiva.  Desde los proyectos incipientes hasta las empresas consolidadas, la “calidad” de su know how, y sus habilidades para competir, suelen hacer la diferencia. La otra parte de ese capital está dado por los derechos de propiedad intelectual que la empresa posee o tiene a su disposición.

Ejemplifiquemos con la valuación de marcas, que para muchos corporativos se ha convertido en una herramienta recurrente para identificar los valores objetivados en los signos distintivos de la empresa, y hacerlos visibles. Los resultados, la mayor parte de las veces, resulta sorprendente, no sólo por los montos, sino por revelar el papel preponderante que las marcas cumplen en la operación y alcance de la presencia e imagen de un producto, un servicio o una empresa en su conjunto. Empresas que venden productos tan tangibles como una píldora o un pañal desechable, siguen fundando su liderazgo en capital intelectual, normalmente codificado en secretos industriales, marcas y patentes que les garantizan su acceso a fórmulas, procesos, tecnología y marcas, todos exclusivos, todos excluyentes, todos inimitables.

Lo que parece haber cambiado notablemente en los últimos 20 años, es la velocidad en la innovación y la cantidad que cada día se produce. Existe, además, más capital de riesgo dispuesto a apoyar actividades de investigación. La propia información sobre las innovaciones permite tener flujos de conocimiento que antes no se podía generar, y que sin duda está operando como motor de mayor inventiva. Antes, realizar una búsqueda de patentes en las oficinas más importantes del mundo era una tarea ardua, lenta y costosa. Hoy es una labor simple y con resultados confiables e impresionantes en número y calidad.

Muchas empresas se encuentran inmersas, en este momento, en la tarea de codificar su conocimiento (procesos, fórmulas, bases de datos, know how, etcétera), en títulos jurídicos que les reconozcan y brinden la propiedad sobre estos datos y estas creaciones. Algunas, apenas empiezan a hacerse conscientes de sus verdaderas fortalezas, y se aprestan a competir con armas que no han sido sus herramientas habituales. La carrera por los primeros lugares en la economía del conocimiento nos seguirá deparando sorpresas.

Ejemplos cunden, los hay por todas partes, las franquicias seguramente son de los más representativos del poder económico de los derechos de propiedad intelectual. Una franquicia se forma por dos ingredientes, marcas reconocibles y, sistemas de producción y administración estandarizados, usualmente protegidos como secretos industriales, es decir, 100% derechos de propiedad intelectual y capital intelectual.

Estos principios, es importante recordarlo, no se aplican sólo a las grandes corporaciones. Todas las empresas, con independencia de su actividad o dimensión (incluyendo a los profesionistas), usan y poseen derechos de propiedad intelectual como componente esencial de su capital intelectual. Es necesario invertir el concepto: las empresas no invierten en sus derechos intangibles porque son grandes; son grandes porque han sabido invertir en sus derechos de propiedad intelectual.

Poco a poco, hay que reconocerlo, el capitalismo ha evolucionado y encontrado, a través de la homologación de los sistemas jurídicos de tutela de la propiedad intelectual en el mundo, un mecanismo sofisticado y eficiente para la privatización del conocimiento y la conservación estable de las ventajas de mercado. Principio cuestionable pero aún vigente en las economías dominantes.

Según Sullivan, existe una paradoja fundamental en la inversión en los negocios modernos: entre más invierte una compañía en los recursos que la hacen competitiva, como capital humano y tecnología, el valor en su balance general sufrirá una reducción, esto es, entre más se invierte en su futuro, tanto menor es su valor en libros. Por eso se requiere un nuevo sistema de valuación. Por ello, este nuevo modelo de medir el valor está transformando no sólo la economía, sino a la sociedad misma en su forma de crear y conservar la riqueza.

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