Cataluña y la nueva “era de los nacionalismos”

El nacionalismo requiere una fuerte creencia

en algo que patentemente no es. 

Eric Hobsbawn.

Eric Hobsbawn (1917-2012) fue uno de los historiadores más importantes del siglo XX, una de sus líneas de investigación fue el tema del nacionalismo plasmado en el influyente libro “Naciones y nacionalismo desde 1708. Programa Mito y realidad”, además de la famosa trilogía de “La era de las revoluciones,” “La era del imperio” y “La era del capital”.

Refiero a Hobsbawn porque en el debate sobre la declaración de independencia catalana una de las primeras “bajas” ha sido el debate serio e informado que ha sido sustituido por justificaciones y versiones sesgadas de la realidad, en un juego maniqueo de blanco y negro que apela más a las pasiones populares que al necesario entendimiento de los acontecimientos.

El caso catalán es parte del contexto global de creciente nacionalismo como el Brexit, la elección de Trump, los avances de los partidos radicales en Francia y Alemania, y ahora la independencia catalana de España que inauguran una nueva “era de los nacionalismos”, de los cuales apenas estamos viendo los primeros ejemplos pero que sin duda tendrá distintas manifestaciones en todo el orbe; estos movimientos políticos coinciden en ser una respuesta a la polarización económico-social de una economía global que trae consigo un resentimiento social canalizado por elites locales hacia sus propios intereses con la falsa ilusión de que con base al control de la política se resolverán los problemas socio económicos, en una oferta de más banderas en lugar de monedas.

En el caso catalán, el 1 de octubre de 2017 con la convocatoria del gobierno autonómico a un referéndum para responder la pregunta “¿Quiere que Cataluña sea un estado independiente en forma de República?”, el cual fue declarado ilegal por el Tribunal Constitucional de España desde el mes de septiembre, se llegó a un punto de quiebre de la relación entre el Reino de España y la Comunidad Autónoma de Cataluña.

Así, el “1-O” se dio finalmente el primero de múltiples enfrentamientos largamente anunciado entre dos visiones contrapuestas en España, por un lado, la idea de Reino y Estado Español y, por el otro, el intento de independencia catalana, mostrado con imágenes de policías y guardias civiles interviniendo urnas y golpeando votantes pacíficos pero en franca rebelión a una normativa del Estado.

Este escenario era predecible y a los líderes políticos de ambos sectores no les importó exponer a población civil frente a la violencia del Estado en algunos casos excesiva, pero en general bien realizado. No obstante, la irresponsabilidad política de los líderes de ambos sectores quedó de manifiesto al promover o incentivar discursos polarizados, sin la voluntad ni capacidad de diálogo necesario en una democracia reflejado en el peligroso gesto de enfrentar población civil y autoridades o entre grupos distintos de civiles.

Hay que considerar que esta espiral de polarización alimenta las posiciones radicales de ambos bandos como los antisistema, anticapitalistas y movimiento okupa, por una parte, y los neonazis, o nacionalistas exacerbados, por la otra, pertenecientes a sectores socialmente resentidos mayormente jóvenes desempleados que se han especializado en generar violencia directa y que de enfrentarse directamente muy probablemente den cuenta de los primeros muertos de esta crisis.

Parte de los riesgos de la crisis en Cataluña es que se ha dejado a un lado a sectores importantes de la población, como los catalanes que sienten que su identidad española y catalana son complementarias y no excluyentes y no quieren la independencia de España, o españoles moderados que ven alternativas de diálogo antes que de enfrentamiento, a los cuales no sólo se les ha relegado del rumbo de los acontecimientos sino que se les ha obligado a tomar partido por alguno de los bandos radicales.

Esta espiral de polarización se refleja en los medios de “información” que han centrado el “debate” en estar a favor o en contra de España o Cataluña, en un “diálogo de sordos” que ven y magnifican los eventos que se acomodan con su posición o línea editorial y buscan denostar los contrarios en una lógica maniquea de buenos contra malos, más propia de actividades de propaganda que de informar de forma objetiva sobre los acontecimientos. Además, con el uso intensivo de las redes sociales se han desarrollado grandes campañas de desinformación, opiniones sesgadas o noticias inventadas, resultando en una ambiente de ruido informativo tal que complica aproximarse de forma seria a los acontecimientos.

Finalmente, en el desencadenamiento de los eventos subsecuentes al “1-O” están la declaración unilateral de independencia de Cataluña, la negativa de la Unión Europea a reconocer la independencia, la salida de capitales, el encarcelamiento de líderes catalanes, la toma administrativa de la región por parte del gobierno central que significa la anulación de autonomía, el bloqueo al funcionamiento del tren de alta velocidad que llega a Cataluña y los paros de labores del 3 de octubre y el 8 de noviembre; todos son eventos que alimentan esta dinámica del conflicto a consecuencia de la liberación de las pasiones sociales, algo que desafortunadamente tendrá buenos réditos para los actuales liderazgos políticos irresponsables tanto de España como de Cataluña.

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