En México, como en el resto del mundo, estamos experimentando un momento de grandes cambios dentro de una gama muy amplia de posibles desenlaces, lo que hace que el resultado sea incierto, difícil de prever. El futuro no se parecerá al presente y algunos factores de los cambios en proceso están fuera de control. Es el caso del calentamiento climático, que cada año rompe los precedentes de temperaturas en todo el planeta, y particularmente en el trópico de Cáncer, paralelo en el que se encuentra nuestro territorio.
En prevención de condiciones extremas de sequía y tormentas que se presentarán cada año con mayor severidad, la sociedad, no sólo el gobierno mexicano, deberíamos tratar de evitar una crisis alimentaria poniendo en movimiento todos los recursos posibles con criterios no tanto comerciales, sino de sobrevivencia.
La estrategia de autosuficiencia en maíz, frijol, arroz, trigo y leche que ha planteado el gobierno, a partir de las unidades agropecuarias pequeñas y pobres, que son las mayoritarias del país y las que mayor potencial tienen por aprovechar, es pertinente pero las posibilidades de éxito aún no están claras en ausencia de un sistema alimentario que integre todos los requisitos de producción y distribución por regiones y tipos de productor, y las necesidades y modalidades de consumo. En eso consistió el éxito del Sistema Alimentario Mexicano de los años ochenta.
La preocupación por elevar la producción y los ingresos de las familias rurales más pobres para lograr su propia seguridad alimentaria y nutricional, la planteó la FAO en América Latina desde 1994 mediante el Programa Especial de Seguridad Alimentaria (PESA), al que México se suscribió en 2002, aunque sin entusiasmo, en demérito de sus posibles resultados. Es un recurso por aprovechar.
Otro recurso son las organizaciones rurales que han sabido movilizar la participación del campesinado pobre con una visión sistémica, que articula la regeneración ecológica, la social, cultural y la económica; esa es la experiencia de miles de campesinos en la región Mixteca-Popoloca, de Puebla y Oaxaca, que fue detonada y acompañada por la organización Alternativas y Procesos de Participación Social, A.C.
En los primeros años de la década de 1980 se creó esa organización que, entre otras cosas, se propuso afrontar la falta de agua, identificado como el problema eje de esa semiárida región.
Bajo la dirección de Raúl Hernández Garciadiego y de su esposa, Gisela Herrerías, surgió el programa Agua para Siempre, que planteó como solución la construcción de pequeñas represas que permitieran retener el agua de lluvia en las barrancas y con ello, la recarga de los acuíferos.
Décadas después, las parcelas de las comunidades participantes, que integran unas 250 mil personas, tienen múltiples cultivos rodeados de árboles frutales; uno de esos cultivos es el amaranto orgánico, que se industrializa en una planta cooperativa de los propios campesinos.
Esta semana se creó el portal “Curando la tierra”, para “explorar y compartir la Geografía de la Esperanza en México”, con narraciones de campesinos mixtecos sobre el programa “Agua para siempre”: https://www.albora.mx/curando-la-tierra/?fbclid=IwAR0NuKS8VujpU6v7hiTK8_4TmxyYEgv4StgxEoznhkssmrimwO_K2yBXecU
Ésa, como otras experiencias exitosas, son vías a seguir, no sólo por ayudar a campesinos pobres a superar su condición económica y social, sino por la inminencia de alteraciones en los ciclos climáticos de los que depende la agricultura y la disponibilidad social de alimentos.