Coge tu zabucan, vamos a Yucatán

Natalia Lafourcade, con ñoña voz, dice sensible, sencilla, cosas lindas de Yucatán en un video bien viralizado. También lo hacen otras canciones: –Por tu porte de venado y tu belleza de faisán, Montejo el adelantado te hizo llamar Yucatán, Palmerín, con sensualidad clara y peninsular, compuso en honor de Alma Reed, Peregrina, cuya letra debe sin duda haberla hecho gozar verdades reveladas que, en nombre de un tercero, la describen y le cuentan el paisaje donde se la desea:

Peregrina, …

y viniste a refugiarte en mis palmares

Peregrina que dejaste tus lugares
los abetos y la nieve, y la nieve virginal
bajo el cielo de mi tierra, de mi tierra tropical

Disfruté recientemente de la primavera Yucateca, con temperaturas de más de 40 grados. No la pasé mal bajo mi cuádruple protección. Fresco sombrero de jipi tejido en cinco hilos en Becal, camiseta de algodón de escocia, camisa y saco de lino.  Así vestía para el clima yucatanense mi bisabuelo José María, mejor conocido como Tatán, y no le vi jamás quejarse de inclemencias solares. Yo no hago sino imitarlo y aprender aun ahora, de su lección de elegancia sencilla y clara, aunque algunos modernos me tilden de extravagante y rían a mis espaldas, tratándome de huach (lo que viene siendo un chilango sucio). Los tiempos cambian.

Fue don Tatán, un personaje.  Mestizo, revelaba su físico de Itzá maya, un tatich, alto, delgado, de nariz perfectamente aguileña, casi flaco, caricaturizado con mucho pundonor por García-Cabral como un viejo sabio y como un quijote tan magnífico, que mi imaginería no encuentra del cervantino, mejor referencialidad. Retratado por Montenegro, se conserva en la familia un deslavado retrato suyo que añoro y sobre el que reclamo derecho al tanto en mi calidad de primer bisnieto y ahijado del personaje. Mantengo una oferta permanente al primo que lo conserva.

Caballeros cabalgan por La Mancha
Don Tatán Medina y Don Chato Ancona cabalgan La Mancha. Obra de “Chango” García Cabral.

La vida de Tatán, comienza en el pueblo de Ticul, donde hoy una escuela primaria lleva su nombre. Hijo de una madre que lo mismo sonroja que enorgullece a la familia, dependiendo de la angulosidad que se la mire.

La Picarona tatarabuela, pasa a la historia de la familia gracias a las investigaciones heráldicas de mi tío Jorge (chocho-Ricalde), una mestiza hermosa hecha amante de un señor Peón, acaudalado miembro de esa, estúpidamente considerada –razón de orgullo- para algunos, “casta divina” yucateca.

De mercachifles en la plaza de Ticul, José María Medina Ayora, se hace comerciante, industrial farmacéutico, miembro del cabildo, Presidente Municipal de Mérida, promotor de algunos grandes proyectos de infraestructura, como el ex “muelle nuevo” de progreso y figura de la vida meridana hasta entrada la segunda mitad del siglo pasado. Muere don Tatán en el 68, justo el año en que reclamo mi identidad generacional; yo viví el 68, el 68 universitario, el 68 doliente y bronco. Tenía 15 años, soy del 53.

Mírenlo ustedes en su traje de lino, con su corbata siempre negra en honor a la Chichí (abuela) María Duarte. Su chofer Eustaquio (taco) le llevaba todos los días a su farmacia, Drogas S.A. o a ver su industria de talco “las Dos Caras”.  Allí tomaba invariablemente una cerveza con algún amigo antes de volver siempre a su casona de la calle 49, para la hora del almuerzo hacia las 12 del día.

Tatán Medina de Roberto Montenegro
Don Tatán Medina por Roberto Montenegro.

Frijol con puerco los lunes, y pucheros los viernes, uno podía guiarse en la semana a partir del guiso de la casa del abuelo Tatán.  El almuerzo y todo su entorno lo recuerdo como una ceremonia. El bis olía a abuelo, y su presencia o ausencia se hacía sentir en aquella casona amplia y oscurecida de día para efectos de frescura.

Al concluir el almuerzo, dormía don Tatán su siesta ritual, lo hacía en su habitación pulcrísima, un silencioso ventilador, las pesadas cubre ventanas de madera, cerradas desde el interior, hacían aún más sorda la habitación mientras la hamaca de crochet cantaba en crujidos rítmicos, el adormecedor minuto de arrullo. Escrupuloso, respetuoso, obligado, era el silencio que se observaba ante esa ceremonia del sueño que le mantenía en forma y le animaba para continuar por la tarde su faena.

En torno al bis, circulaban personalidades, anécdotas y leyendas de viajes en barco a Veracruz, a Nueva Orleans, Nueva York o el Havre, con sus amigos contaba siempre y ellos contribuían a expandir con el mito de don Tatán, sus crónicas y sus frases lapidarias:

Buena paridora-, se atrevió a decir en cumplido cierto día, -cuentan- mientras observaba las caderas de la novia de uno de sus hijos.

La casona del bis estaba sectorizada y habitada siempre con entenados, hijos, nietos, sobrinos y bisnietos que hacíamos de ése, nuestro propio espacio de todos los espacios. La pileta, la veleta, el cuarto de abuelo, los corredores, las cocinas, las contiguas casas de la tía Jesús, su única hija y del tío Luis (Icho) enfrente, de la tía Ana Figueras, su cuñada viuda de su hermano Arturo a un lado, los salones donde chaperoneábamos a las hijas de tía Jesús y tío Orlando, me aparecen en la memoria como salones frescos y perfumados con muebles de bejuco y otras antigüedades de estilo vienés. Pasamos -mi generación- a revista, todos los novios y novias de la numerosa familia Ricalde en aquellos salones de recepción.

Es el hecho de llevar el Medina en segundo apellido, como ellos, lo que nos hace más cercanos que otras ramas de la familia que medinan en primera instancia. Son así, los Ricalde, mis primeros primos yucatecos, más cercanos que muchos primos hermanos. Esta geometría familiar me ocurre también con los Puerto, medinas en segunda instancia y descendientes de un hermano menor de mi abuelo Alberto, don Chapa, bon vivant y seductor empresario.

La tía Jesusita, hija mayor de don Tatán, fue una dama buena, pulcra, devota sin mojigatería, una santa –decía mi mamá-grande― dedicada por igual al padre, al marido, a los hijos y a todos quienes tuvimos la suerte de sentir su voz firme y su mano suave.

Maare Gastoncito, porque no te casas con una yucateca

Así me dijo un día contundente y sin bromas. Se lo agradezco, dese mi desobediencia. ¿Pienso hoy más que entonces en el por qué? y resuelvo que su razón estaba asociada a valores, a formas, rituales, cortejos, actitudes y maneras de criar a la familia.

Fue en Mérida hacia mis doce años, infantiles, cuando nacieron en mi bajo vientre las primeras mariposas hormonales, cuando olí por primera vez el perfume de mujer sin perfume, consecuencia de una caricia tierna y pícara, no inocente. Me despertó entonces el gusto por todo lo que se asocia a Mérida, a Yucatán, a esa unidad peninsular que es eso, una casi ínsula, un país otro, otro mestizaje, otro ritmo, otra historia.

Vine ahora para una boda más.

La gente se casa mucho en su país Gastón ―me dijo mi maestro francés hace muchos años y debí responderle que, en Mérida, mucho más.

En esta ocasión fue mi sobrina Eu, quien decidió invitarme, en parte, por el vínculo que guardo con un gran amigo de su padre en la CDMX igualmente invitado. Fui bien recibido y estuve a la vez con mi primo Eduardo, su tío, con mis amigos de Ciudad de México y sus compañeros de la aventura política en que están invertidos. Colegas venidos de Chiapas de Guadalajara y San Luis se sentían de nuevo en mitin de partido. Jugué un papel de agente provocador y aunque salieron bien al-quite con garbo y convicción de valores, reconocieron, sin embargo, la flaqueza de sus candidatos, aquellos comensales panistas.

¡Vuelvo siempre a Yucatán! Regreso con más ahínco que a mi natal CDMX. Soy yucateco, veracruzano y algo parisino. Me gusta jugarla de local en estas entidades, pero entre todas prefiero Yucatán. Ése es mi origen del mundo, mi principio de las cosas, mi centro del universo.

Yucatán es otro país, no es una provincia mexicana y quien visita la entidad, debe verla así. Yucatán vivió otra conquista, a destiempo de la mexicana, su colonia fue otra, no formó parte del virreinato sino de una Capitanía General, calidad en que se mantuvo hasta la independencia. Montejo el adelantado, Montejo el Mozo y Montejo el sobrino, penaron antes de lograr fundar la villa de Mérida sobre las ruinas de la antigua Ichkanzihóo (T’hó), cuyos vestigios aparecen con más pena que gloria en diversos puntos de aquella ciudad del ma’ya’ab, lugar de los pocos, de los no muchos; espacio de la poca gente, de los escogidos.

Recientemente se han exhumado o extraído de cuevas profundas en Quintana Roo, cráneos que datan de hace 15 mil años y que revelan antigüedades geográficas insospechadas. Yucatán es uno de los territorios más antiguamente habitados de todo el continente.

El mestizaje de Yucatán es diferente al del resto de la república. Mayas y europeos se dieron a la tarea del mezclarse desde tiempos de Aguilar, aquél guerrero que se culturó y peleó estratégica y logradamente contra los primeros españoles conquistadores, entre otros contra Montejo el sobrino.

Los yucatecos se gustan entre sí, las damas europeas se visten con ternos que lucen entre encajes sevillanos y huipiles mayas, mientras las mayas gustan de llamarse mestizas. Se hablan con cariño y con sorna juguetona a veces.

Las vaquerías siguen siendo de alguna forma, las fiestas del encuentro, las manifestaciones en que a modo de corridos se cuentan gestas e historias y donde coinciden todos, patrones y peones, hacendados y políticos, huinics, (niños), tatiches, (jefes), dziridzes, (chiquito), chichíes, (abuelas) y nohoches (sabios/curanderos). Bailar una jarana es materia obligada del acceso a la yucataneidad.

La ciudad de Mérida debe entenderse a partir de sus entre-juegos. La Mérida austera del primer cuadro. Donde destacan los edificios de la catedral, la casa de Montejo, la iglesia jesuita de la tercera orden, los barrios de Santiago, Santa Ana, la Ermita y más ex-centrada la antigua estación de ferrocarril con su estilo japonés de arquitectura.

Casonas señoriales las hay en todo el primer cuadro y son en su estructura copias o símiles de la casa de Montejo, la cual es de las pocas que se ofrecen para hacer turismo, muchas las han comprado americanos, franceses, alemanes o canadienses, otras están abandonadas, algunas son hoteles boutique, otras, oficinas.

La visita a Mérida para el turista, pasa obligadamente por el Paseo de Montejo, dese la escultura de los próceres que le dan nombre, demasiado pequeña para el boulevard y hasta el monumento a la bandera a unos dos kilómetros adelante. Sobre Montejo, las casas, Cámara, Montes (visitable como museo), Arrigunaga, del Regil, Peón, se cuentan entre las más bellas. La avenida Colón tiene propiedades magníficas también y la calle 60, más discreta, cuenta con las mejores construcciones del tiempo aquél en que don Porfirio visitó con pompa esta región. El paseo arquitectónico debe hacerse acompañado, para visitar también fuera de los circuitos tradicionales, las quintas de Chuminópolis, la casa Fahler y el barrio de Itzimná, con sus nuevas galerías de arte y sus palacios.

Casa del Paseo Montejo.

 

Galería
Galería Lux Pepetua.

Mérida crece exorbitantemente, las colonias del norte están sobre poblándose y los nuevos desarrollos dan vértigo por su magnitud y oferta de servicios. El viejo club campestre, aunque sigue siendo el recinto de los encuentros de lo más rancio de la sociedad yucatanense, como el “baile del 31”, ha quedado encerrado en la prolongación de Montejo, cuando fue hasta los años 60, el extremo de la ciudad. Hoy luce primoroso el Country Club, uno de los mejores golf en el país, perfectamente cuidado y atendido por “los tatiches” y la Ceiba I, el club de los huaches, (quienes vienen de CDMX, Monterrey, San Luis, Tamaulipas, Tabasco y otros sitios que expulsan migrantes calificados y profesionales, a Yucatán).

La mejor comida en la región es sin duda la yucateca, pero es difícil encontrar un buen lugar para disfrutarla. Sofisticada y revisitada se encuentra en Néctar, del fantástico Chef, Roberto Solís, o en Montejo, algo más pretencioso, pero no mejor, el Kuuk; en clásicos, Los Almendros y el Katún. Invito a evitar, la Chaya maya, pero propongo tomar el riesgo matinal de los mejores “franceses” (tortas) de lechón y tacos de cochinita en San Fernando.

Los yucatecos foodies se comen en Oliva (italiano), en una de las dos Recovas (argentino tropicalizado) en Siqueff; el único libanés correcto, en Trotters; para lo mediterráneo, internacional, en el muelle 8; para el buen pescado o en la Pigüa (campechano), también de mariscos y pescados, pero que ha caído bastante en los últimos tiempos. Panuchos y salbutes en la terracita del norte.

La vida cultural en Yucatán crece y se aprecia entre otras formas, a través el esfuerzo de la familia Patrón, con el trabajo de Adolfo y la guía de Margarita, quienes han dado a la Orquesta Sinfónica de Yucatán un impulso enorme. Los programas son exquisitos por su sencillez y sutil capacidad didáctica, sin restarle nada a lo significativo. Bajo la batuta del Maestro Lomónaco, la Orquesta no sin dificultades, logra convocar a artistas extraordinarios de todas latitudes. Recientemente gocé del concierto de Haydn para oboe y orquesta, con la magnífica Gordana Josifova, así como de la obra pianística mozartiana y de Villalobos con el joven virtuoso Leonardo Hilsdorf.

En lo pictórico, Gabriel Ramírez, Jaime Barrera, Jorge Patrón, Manuel May, están lanzados y ocupando una escena que crece en definición y personalidad. Lux æterna, la galería de itzimná, fantástica e improbable, en su lectura post-verdad y neonera, presenta las nuevas generaciones de artistas plásticos. Y en otros temas, Jorge Esma, el ineludible varón de la cultura regional, reina desde hace 20 años. Ahora lo hace instalado en su catedral del Museo del Mundo Maya, donde gobierna para todos los museos de la ciudad, creando episodios significativos algunos, esforzados otros, comprometidos los más, a través del festival de la cultura maya. Jorge Esma puede tener muchos defectos, pero son más sus virtudes, su constancia, elocuencia, visión y conocimiento del terreno, que marcan sin duda el tono de Yucatán en la cultura.

Ojalá y con el mismo entusiasmo que los Patrón o los Esma, se aplicara la administración de Rolando Zapata, más a la siembra y desarrollo de proyectos, con visión de porvenir, que pudieran ser un legado simbólico por encima de los proyectos mayores de este fin de régimen, que serán capitalizados por la federación como el Palacio de la Música o el Centro de Convenciones.

Así las cosas, de Mérida, por eso, ¡vamos! Te invito, lector, a Yucatán, volvamos, gocémosla, recorramos su retícula casi perfecta y fácil, sus mercados ricos, visitemos con reconocimiento y crítica sus haciendas fantásticas y terribles, disfrutemos el acento de su gente, escuchemos su música que acaricia y excita el alma, invirtámonos e invirtamos en la península y no sólo en la Riviera Maya. Yucatán, sus aluxes, la Xtabay, Chaac, Hunab ku, otras deidades y delicias y su imaginario moderno e industrioso nos están esperando siempre, con un queso relleno (a veces), con un choco-lomo, con escabeche de pavo oriental, frijol con puerco, pan de cazón; por épocas, con un Mukbil o tzic de venado; para rematar, pan de doña teté, torta de cielo, fudge cake, pata de queso, rosca brioche, dulce de nance o de papaya, y helados del Colón. Nos aguarda allá una jarana, un bolero, una canción romántica, un verso. Anda, Coge tu zabucan, vamos a Yucatán.

 

@gtmelo

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