El corazón somático, el corazón simbólico y la psicocardiología

En el tiempo de la Revolución Científica del siglo XVII, el médico inglés William Harvey (1578- 1657) descubrió y describió en 1628 la circulación de la sangre en su Exercitatio Anatomica de Motu Cordis et Sanguinis in Animali (Disquisición anatómica de los movimientos del corazón y la sangre en los animales). Al efectuar las primeras mediciones de flujos y volúmenes sanguíneos, Harvey corrigió errores que prevalecieron como dogmas desde Galeno. Puede resultar sorprendente que en este tratado pionero y certero de fisiología cardiaca, Harvey postulara a la sangre como sede del alma y describiera metafóricamente al corazón como el rey, el sol y el centro espiritual del cuerpo. Relacionar los datos naturales con nociones de orden metafórico y simbólico en el marco de la alquimia o del hermetismo tradicional fue una labor bastante típica del Barroco. Es así que, al lado de sus trascendentales descubrimientos físicos, Isaac Newton (1643-1727) acomodaba metáforas y símbolos de naturaleza hermética y esotérica.

Tratado-William Harvey
Portada del clásico Motu Cordis de William Harvey fechado en 1628. En este tratado pionero de la circulación de la sangre y los movimientos del corazón se atribuye a la sangre la sede del alma y al corazón el impulso para su flujo.

En la historia de la ciencia se suelen marginar o ignorar las elucubraciones simbólicas y mágicas de Harvey, Newton y otros pioneros de la ciencia para subrayar o recoger sus trascendentales aportaciones empíricas que forman parte de los cimientos de la ciencia actual. Desde este ángulo, la idea tradicional y popular de que las facultades mentales residen en el corazón, parece simplemente un error garrafal y primitivo que fue debidamente corregido por las ciencias al ubicar a estas facultades convincentemente en el cerebro. Ahora bien, aunque en su nivel más intrínseco, focal y reducido, la conciencia debe tener como fundamento una función cerebral cada vez más abordada, aunque aún obscura, es muy relevante reexaminar la tradicional y universal creencia del corazón como asiento del alma, pues el problema mente-cuerpo no sólo se refiere a un mecanismo neurofisiológico o psicofisiológico central difícil de esclarecer, sino que tiene otra dimensión a nivel de la persona viva en acción y aún otra más en términos de la relación del individuo con su nicho ambiental.

Es así que la relación mente-cuerpo plantea varios aspectos psicosomáticos relevantes en referencia a la economía corporal, como son las funciones sensitivo-motoras, es decir, la percepción acoplada a la conducta, o bien la intrincada relación de los órganos internos con el sistema nervioso. Estos integran los diversos procesos de percepción del propio cuerpo, debidamente llamados propioceptivos (percepción de postura, relación de partes y movimientos del cuerpo) e interoceptivos (percepción del interior, en especial de las vísceras) y que intervienen en procesos mentales diversos. Entre las funciones interoceptivas más prominentes está la forma en la que los sujetos sienten su corazón en el nicho del tórax, el pulso de sus arterias y la circulación de la sangre. Por esta razón psicofisiológica, en todas las épocas y culturas el corazón es el órgano del cuerpo más literario y el más metafórico.

Es probable que las múltiples y patentes ligas de las emociones con el pulso y la frecuencia cardiaca fueran suficientes en la antigüedad para asumir que los sentimientos residieran en el corazón, cuyo funcionamiento es conspicuo para las personas. Después de todo, el ritmo cardiaco no sólo es indicativo de estar vivo, sino una seña tan patente y confiable de activación emocional e instigación psicomotriz que los tiempos y ritmos de la música emulan la taquicardia de la excitación y la bradicardia de la calma, como bien lo establecieron Rameau y Charpentier, maestros del Barroco francés.

Desde la antigüedad ha ocurrido una múltiple expresión simbólica por la que los individuos integran la función cardiaca con las emociones y otros actos mentales. Como consecuencia de esto, los conceptos y las figuras del lenguaje constituyen uno de los factores psicocardiacos que mejor codifican y comunican estas percepciones e interpretaciones y que el escritor William Ospina ha revisado para la Revista Colombiana de Cardiología en 2009. Son numerosas las metáforas de la vida cotidiana en referencia a la función cardiaca como significativa de procesos emocionales. Menciono algunas: tener corazón es ser valiente o compasivo; no tener corazón es ser cobarde o cruel; tener un gran corazón es ser generoso o tener un corazón sencillo es ser humilde; la dureza del corazón es signo de insensibilidad y falta de empatía. El corazón como metáfora del amor es ubicuo en la canción popular de todo el mundo. Llevar o tener a alguien en el corazón es representarlo(a) apasionadamente en la mente, dar el corazón es entregar el amor, la ruptura del corazón es metáfora del desengaño amoroso o de la pérdida inesperada del objeto amado. También está profusamente presente en la iconografía popular reciente el corazón simbolizado por la forma bilobulada y en punta de color rojo que sobreabunda en el día del amor y la amistad como índice de los sentimientos amorosos y que a fuerza de repetirse ha perdido mucho sentido.

Sagrado Corazón de Jesús de Pompeo Batoni (1767).

Otro factor más es la sublimación y sacralización del corazón y su liga con las emociones espirituales y religiosas. En el Viejo Testamento hay centenas de referencias al corazón como el ser más profundo y esencial de la persona. En el cristianismo, el Sagrado Corazón de Jesús tomó importancia como símbolo de su amor por la humanidad y su figura ardiente vino a representar el poder transformador del amor divino. En el sufismo islámico, el corazón es el centro receptor de la divinidad y representa la vida espiritual y el contacto entre espíritu y materia. Se dice que el sufismo es la religión del corazón, tanto en su aspecto de recepción como de emisión del amor universal. Para esta gran tradición mística, el corazón es la eternidad, la luz y el centro de la conciencia. En la cultura mesoamericana el corazón (yólotl en náhuatl) no sólo era considerado la sede de la mente, sino de una de las tres almas del ser humano.

Dado que la función cardiaca interviene como parte de un sistema psicosomático y psicofisiológico se puede afirmar que el corazón de la metáfora, de la poesía, de la religión y del simbolismo representa el múltiple papel de este órgano en la experiencia emocional y cognoscitiva de los seres humanos. En la perspectiva más actual de la ciencia cognitiva conocida como situada o corporizada se toma a la mente como una capacidad extendida que involucra no sólo al cerebro y múltiples funciones corporales, sino a la relación dinámica del individuo con su entorno. Desde esta plataforma puede plantearse con verosimilitud que el corazón, la función cardiaca y la circulación de la sangre intervienen de diversas formas en el funcionamiento de la mente a través de una compleja relación funcional del cerebro con el corazón y la circulación.  En efecto: no sólo la frecuencia cardiaca, el flujo sanguíneo y la fuerza de contracción del miocardio responden a diversas situaciones emocionales, sino que los sujetos perciben estos cambios y los emplean de maneras más o menos conscientes para interpretar sus estados afectivos.

En la década de los cincuenta, los cardiólogos Meyer Friedman y Ray Rosenman denominaron comportamiento y personalidad “tipo A” a un cúmulo de rasgos competitivos, afán de logros, necesidad de control, hiperactividad, baja tolerancia a la frustración y hostilidad, como un factor de riesgo en la enfermedad coronaria. Si bien la psicocardiología derivada de estos y otros hallazgos investiga y trata los factores psicológicos que favorecen la aparición y el desarrollo de enfermedades cardiovasculares, el término debe abarcar las diversas relaciones entre el corazón y el cerebro que involucran a la mente.

Los contenidos de la columna Mente y Cuerpo forman parte del próximo libro del autor. Copyright © (Todos los Derechos Reservados).
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Reyna Paniagua Guerrero

¡Excelente artículo!

DDW

Siendo el cerebro el órgano mas “individualista” de los seres vivos, ¿podríamos decir que el corazón es el más “generoso y desinteresado”?

Nuestro corazón seguirá latiendo aún cuando todos los otros órganos se hayan “apagado”, de ahí que la muerte de un ser vivo se determina cuando el corazón deja de latir y no cuando la conciencia se apaga o queda aniquilada por la “muerte cerebral”.

¿Será entonces que, sin cuestionar la existencia del “alma”, pudiéramos concluir que en efecto reside en el corazón, que no en el cerebro?

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