A medio día del miércoles 31 de julio de 2013, Antonio Corbacho dejó el mundo terrenal y partió plaza hacia el infinito desde Madrid. El método de Antonio Corbacho para entrenar a sus toreros eran peculiares: “de todas las artes se puede aprender algo” me comentaba. Desde luego no era muy abierto para explicarlo, tal vez en México Arturo Macías, Nacho Garibay, Marcial Herce o El Cuate Enrique Espinoza, discípulos de él, pudieran ser más claros.
Él fue subalterno pero fue capaz de contribuir a forjar a un torero de época como lo es José Tomás o a una figura del toreo como Alejandro Talavante, por dar algunos nombres que prueban que su método de corte asceta funciona. Entiendo que su familia paterna lo sacó de la escuela para trabajar y sobrevivir, fue mensajero de oficina, pintor de brocha gorda y vendedor de cachitos de lotería en el Madrid de los sesenta.
Perlas de la historia de un hombre convencido de sus ideas para algunos hasta la necedad, pero que tenía algo que le ganaba el respeto, creía en lo que transmitía, en un mundo tan difícil como el toreo, como diría José Alfredo Jiménez “un mundo raro” eso que parece tan fácil, pocos tienen la congruencia con los que pensaba como la tuvo Antonio Corbacho.
Su visión para el toreo era rotunda; o el triunfo clamoroso o la enfermería lo cual es crudo y desde luego polémico, pero en eso creía y les hacía creer a los que preparaba para el futuro. A sus deudos, un abrazo nostálgico desde México a la memoria un hombre que aportó tanto al toreo y del que vamos a extrañar su presencia física.