Cuando yo fui embrión

Ciertamente que no lo recuerdo y ciertamente que nadie lo recordamos, pero en algún momento de nuestras vidas, todos fuimos embriones y cuando yo fui embrión las cosas eran más fáciles.

Ese momento de nuestras vidas, que inicia con una frenética lucha espermática por alcanzar un óvulo, es una especie de triatlón en el que millones de espermatozoides compiten entre sí. No basta ser el más ágil, pues obstáculos hay muchos, ya que todos y cada uno de los espermatozoides que compiten tienen grabado en su ADN una única misión, encontrarse con un óvulo que, eventualmente, les permita alojarse en el mismo, eso es lo que podríamos llamar nuestro momento original.

Entonces, antes incluso de ser embrión, cuando mi cincuenta por ciento paterno luchaba por ser, debió enfrentarse a una carrera frenética, una carrera despiadada en la que sólo podía ganar el mejor, que no era otro que aquel que victoriosamente alcanzara al otro cincuenta por ciento de mi ser, es decir, al óvulo de mi madre.

Así, el inicio de la vida, en las épocas en que yo fui embrión, iniciaba con una lucha feroz entre millones de espermatozoides que competían entre sí, una lucha que hasta hace poco, tenía siempre sus orígenes en otro momento de frenesí, el sexo entre las personas, por tanto, todos éramos, necesariamente y hasta hace poco, producto de un vertiginoso momento de máxima excitación, es decir, un orgasmo.

fecundación, bioética

Como imaginarán y dados mis más de cincuenta años, yo fui concebido así, es decir, “a la antigüita”, en ese sentido, soy producto del azar, de una noche (o de un día, vaya usted a saber) de amor o de placer o de ambos, de mis padres. Lo verdaderamente interesante, es que, si bien estoy aquí, en un principio cuando fui embrión, estuve más cerca de la muerte que de la vida.

Efectivamente, en muchas ocasiones damos por sentada nuestra propia existencia, pero resulta que según ciertas estimaciones clínicas, en esos primeros momentos de la vida, nuestras posibilidades de ser y de existir son muy bajas, ya que una vez superada esa primer etapa denominada fecundación, es necesario que ese embrión se implante en el útero materno, y las posibilidades bajo esas circunstancias, no superan siquiera el veinte por ciento de éxito.

Así, cuando fui embrión, mis posibilidades de ser y de existir eran realmente bajas, ya que tenía un ochenta por ciento de posibilidades de no ser, de no existir, de no estar escribiendo lo que ahora escribo.

No obstante, digamos que me implanté, lo que dio origen a que mi madre quedara embarazada y a que, eventualmente naciera, fuera y existiera. Y digo eventualmente, porque no basta con que el óvulo sea fecundado y se implante, para que la historia se complete, falta superar todavía una serie de obstáculos presentes a lo largo de nueve meses de gestación.

Lo relevante entonces, es que la vida no es tan cierta como creemos, nuestras vidas se enfrentan desde el primer momento a múltiples obstáculos que debemos superar.  En el origen estamos, como ya lo adelanté, más cerca de la muerte, de la no existencia, que de la vida misma.

Ahora bien, el ser concebido a la antigüita (para efectos jurídicos), nos daba certeza, es por ello que los romanos tenían una máxima y decían: Mater semper certa est (“la madre siempre es cierta”), lo que mi abuela en una traducción libre, y muy relajada por cierto, del latín al español traducía como: “hijos de mis hijas mis nietos serán, hijos de mis hijos, en duda estarán”.

Hoy, sin embargo, las cosas pueden ser diferentes, en el caso de los embriones derivados, por ejemplo, de la fecundación in vitro, esos dos cincuenta por ciento de nuestro ser original, ya no tienen que luchar para lograr la fecundación, fueron elegidos por alguien, quien con criterios clínico-científicos, escogieron el mejor óvulo y el mejor espermatozoide, dando lugar así al mejor embrión posible, esto es lo que la técnica denomina como selección de gametos.

La fecundación in vitro tiene entonces, un sinfín de implicaciones que van desde la asignación de mi signo zodiacal, hasta la no certeza, ya no sólo de la paternidad y la maternidad, sino de la existencia misma. Efectivamente, aunque no creo en aquello de los signos zodiacales, yo fui tauro, y eso tuvo que ver con el momento en que mis padres me concibieron, lo que impactó en mi fecha de nacimiento y (según dicen) en la alineación de los astros al momento de nacer.

Pero más allá de la asignación zodiacal, hay otras implicaciones mucho más serias, aquella afirmación de mi abuela hoy se ve resquebrajada, aquel latinismo romano hoy queda en desuso. Si bien la paternidad históricamente era puesta en duda, hoy la maternidad también se puede cuestionar.

La fecundación in vitro trae aparejada múltiples alternativas e implicaciones, actualmente es posible, por ejemplo, congelar los embriones durante años, lo que en mi época, cuando yo era embrión, resultaba inimaginable.

En la actualidad, y particularmente en el caso de la fecundación in vitro, una vez que somos embriones, nuestro destino puede ser múltiple, amén de que podríamos quedar en un especie de limbo al ser congelados por años, los embriones de hoy derivados del uso de las biotecnologías, pueden por ejemplo, ser destinados a la investigación científica, ser objeto de experimentación, pueden ser donados para implantarse en el vientre de una tercera mujer y según las últimas noticias, ser intervenidos en su ADN.

Así, si hoy fuera embrión, mi destino final podría ser mucho más incierto que cuando lo fui, hoy podría como les sucede a miles de embriones, estar en un contenedor de nitrógeno líquido a menos 196 grados Celsius, esperando la decisión de alguien para ser implantado en un vientre (que como ya lo adelantamos, no necesariamente en el vientre de mi madre genética); yo podría ser, por ejemplo, el embrión fecundado in vitro emanado de Nicole y Pierre, pero ser implantado en María, casada con José.

Podría incluso, a tan temprano momento de mi existencia, ser objeto de un juicio, tal y como ha sucedido con los embriones de Sofía Vergara los que, bajo estas nuevas circunstancias biotecnológicas, esperan la decisión de un juez que determinará cuál es o puede ser su destino (y su signo zodiacal).

Así, desde la bioética y muy particularmente desde el bioderecho, la historia se complica, latinismos como el mencionado, Mater Semper certa est, ya no son suficientes para resolver cuestiones de maternidad/paternidad, estas máximas que operaron por milenios ya no nos sirven, están caducas y han perdido vigencia y sentido.

En fin, por razones de espacio no me extiendo aún más, pero es evidente que las formas de existir, de llegar a ser, de estar y gozar de la vida, han cambiado radicalmente desde aquella época en que yo fui embrión. Muchas más son las alternativas posibles, las que en su momento iremos abordando en este mismo espacio.

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Roberto chavez

Es una exelente afirmación de la necesidad de regular las tecnologías biológicas . Porque como menciona el autor cada día hay más avances pero que influencia y nuevas complicaciones tendrá esta forma de procrear o crear vidas humanas

Hector Mendoza

Así es estimado Roberto. El problema es que parece que a nuestros legisladores estos temas no les interesan. Saludos y gracias por tus comentarios.

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