La crisis económica en marcha ha alentado la aplicación de políticas proteccionistas, tanto por parte de países desarrollados como en desarrollo. En una suerte de tiempo circular, el comercio internacional parece regresar a las prácticas comerciales que resurgieron después de la Primera Guerra Mundial, particularmente a raíz de la Gran Recesión de 1929. Sin concluir si ello es bueno o malo, es claro que tales políticas responden a las reglas vigentes y a los intereses de cada país, más allá de los deseos y aspiraciones prescriptivas de ciertos economistas, burócratas y políticos. Por desgracia, la realidad es más necia que nuestros afanes y pretensiones.
Las ideas económicas en materia del proteccionismo y el librecambismo tienen muy vieja data, que se sistematizaron esencialmente a partir del mercantilismo y el librecambismo. El mercantilismo propugnaba por la acumulación de los metales protegiendo el comercio internacional y, por ende, la producción nacional. El mercantilismo asumía que con el libre comercio se alentaría la producción nacional, bajo el principio de la división internacional del trabajo.
El mercantilismo y la idea del librecambismo obviamente tuvieron su correlativa expresión nacional en lo que hemos llamado ahora el proteccionismo y el libre mercado. El mercantilismo imponía una amplia intervención del gobernante en la vida económica y el librecambismo asumía más la aplicación de la “ley natural” por lo que el gobierno no debería intervenir en la actividad productiva y de intercambio de la sociedad. Así, en el primer caso la concepción y preeminencia del estado-nación era un eje central de la vida económica y en el segundo el gobierno debería garantizar el libre juego de las fuerzas de la producción y el comercio.
Estas visiones en su expresión general han convivido y han sido tema de debate desde que la ciencia económica fuera reconocida como tal, a partir del filósofo Escocés, que no inglés, Adam Smith a mediados del siglo XVIII, más conocido por su obra la Riqueza de la Naciones que por su Teoría de los Sentimientos Morales. Con el surgimiento formal de la ciencia económica, las ideas liberales en materia económica se fueron convirtiendo en un ideal que debería ser alcanzado con prescripciones y recomendaciones de los economistas a los políticos y el gobierno.
Tal ideal ha llevado desde entonces a una confrontación entre el proteccionismo y el liberalismo del comercio internacional, al tiempo que las circunstancias prevalecientes han terminado, como en un péndulo permanente, por definir las políticas económicas de cada país y a escala global. De esta forma, el proteccionismo manifiesto después de la Gran Recesión, que Keynes describió en “El Final del Laissez-Faire” (1926), parece una vez más regresar. Así, después de haber vivido oficialmente un liberalismo económico globalizado, el proteccionismo comienza a tocar las puertas de las decisiones gubernamentales.
La verdadera globalización hasta hoy vivida se fue haciendo creciente desde mediados de los años 60’s del siglo pasado. Primero fue la aceptación de la operación financiera de los eurodólares, como un paso previo al abandono de los tipos de cambio fijos entre las monedas, particularmente por el excesivo endeudamiento del los Estados Unidos. Después se inició la desregulación del capital financiero, a la par que se dio paso a la desregulación del comercio internacional.
Posteriormente se aceptó casi de manera generalizada la liberación de la cuenta de capitales, para llegar a una profundización en la liberación del comercio abastecido por los países emergentes. Finalmente, con el surgimiento de la Unión Europea se culminó con la liberación de la fuerza de trabajo, para su movilización en el espacio geográfico del viejo continente.
Conforme se fue profundizando la liberalización a escala global, se fueron acumulando de manera sistemática desbalances económicos y financieros. Por el origen y el destino de los flujos, tales desbalances primero se dieron entre los países en desarrollo con los países desarrollados, después entre los países emergentes con los países ricos y en la actualidad a escala mundial. Hoy casi todos los países del orbe abultan reservas monetarias denominadas en dólares, en tanto mantienen déficit en sus cuentas de mercancías y corriente. Paradigmáticamente, países como China, India, Corea y Japón acumulan grandes reservas monetarias y mantienen un elevado superávit comercial.
Como en un proceso acumulativo, a cada agudización de los balances comerciales y financieros la prescripción casi siempre fue fortalecer la liberalización internacional y la liberalización económica interna de los países en problemas. De esta forma, con el desmantelamiento de la protección internacional, la desregulación interna y las privatizaciones de las empresas públicas fueron el quehacer por antonomasia de los gobiernos de los países emergentes.
Fue hasta la crisis económica del sudeste asiático, en 1997-1998, que las prescripciones económicas parecieron mostrar la impertinencia de sus resultados. Esto obligó en algunos casos, sorprendentemente y como claro anatema, a establecer el control de capitales, como medida lógica ante el embate de la especulación internacional de los mercados. Es posible decir que de allí arrancó el cuestionamiento más severo y tardío del llamado “Consenso de Washington” y de sus más evidentes grandes promotores: el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI).
Lo sorprendente es que el FMI, que fue creado después de la Segunda Guerra Mundial para atender y solucionar los desbalances comerciales y económicos entre los países, a cada nueva crisis aplicara recetas fallidas y llevara al mundo a mayores retos para la estabilidad económica global. Tan bien de manera extraordinaria, lo que ahora es indudable es que el recetario equivocado parece cebarse en las desgracias económicas y sociales de la UE.
En la actualidad, como el inicio del agotamiento histórico del proceso de globalización, las medidas proteccionistas en diversos lares comienzan a manifestarse. Tales medidas bañan desde la acciones contra las importaciones para la protección de la planta productiva nacional, hasta la defensa de industrias que se estiman estratégicas para el crecimiento económico en el siglo XXI.
El proteccionismo convencionalmente se puede identificar como el “Sistema de Política Comercial e industrial que establece el Gobierno, contrario al Libre Cambio, el cual procura la defensa de la producción nacional frente a la concurrencia extranjera. Éste puede tener varias formas: Aranceles, cuotas, Precios, Control de Cambios, leyes, sustituciones,” entre otras medidas. También se le identifica como la “Doctrina económica que concede sentido económico a las fronteras políticas de los Estados nacionales y se muestra partidaria de proteger las producciones nacionales de la competencia extranjera por medio de derechos de aduana y demás restricciones a las importaciones.”
También para el proteccionismo se han argumentado razones de seguridad nacional e independencia económica, el desarrollo industrial y la superación de desequilibrios crónicos de la balanza de pagos. Actualmente los argumentos para el proteccionismo van desde la manipulación del tipo de cambio, las prácticas comerciales desleales, la aplicación asimétrica de medidas impositivas, hasta el pago discriminatorio de la fuerza de trabajo, la explotación infantil, entre otras variadas razones.
Sin negar el entorno actual de cambio, aún en plena euforia de la globalización, buena parte de los países han aplicado medidas proteccionistas y asimétricas en su beneficio. Tales medidas han sido aplicadas e impuestas por países dominantes a escala hemisférica o regional, afectando a buen número de países, a pesar de que algunos legos traten de obviarlo o negarlo.
Los Estados Unidos (EU) y la UE han aplicado medidas de protección para su producción de alimentos a través de elevados subsidios, afectando la producción de los países pobres. De igual manera ha sucedido con las preferencias comerciales que tanto los EU como la UE aplican a ciertos productos de determinados países. Tales son los casos de la protección a las ex-colonias europeas del África en materia de exportación de frutas y de ciertos países del Caribe por los EU.
En nuestros días hay una deliberada y evidente oleada de proteccionismo surgida como consecuencia de la crisis económica que se enfrenta a escala global. En este contexto se inscribe la política de reindustrialización anunciada en febrero pasado en su “State of the Nation” del presidente Obama, así como también las medidas de supervisión y control contra las prácticas de comercio desleales por parte de China. Una acción más emprendida recientemente por los EU es el anuncio de la cancelación de los beneficios arancelarios a Argentina (El País, 28 de marzo, 2012).
El anuncio del gobierno italiano para blindar sus empresas estratégicas contra la inversión extranjera (El País, 27 de marzo, 2012) busca limitar el control de las empresas y restringir la libre movilización del capital de la UE. Aunque la disposición es menos restrictiva que la normativa aplicada desde 1994, la protección sobre el control extranjero será más severa, según se ha dicho, cuando se trate de empresas públicas que vayan a ser privatizadas.
Frente a estos hechos, no resulta nada extraña la presión de Brasil para imponer una limitación de sus importaciones mexicanas de autos (El Economista, Jueves, 29 de marzo de 2012). La limitación obtenida se logró con “la revisión […] del Acuerdo de Complementación Económica 55 (ACE 55) entre Brasil y México.” Esta revisión afectará drásticamente a las plantas automotrices instaladas en México y futuras inversiones programadas.
Sólo Nissan exportó en 2011 a Brasil 45,000 unidades, que representó 32% del total de exportaciones de vehículos ligeros desde México. Al inicio del presente año, la gigante japonesa anunció una gran inversión a realizar en el estado de Aguascalientes que podría verse afectada ante las perspectivas de las exportaciones mexicanas al país carioca. Lo mismo podría suceder con las inversiones programadas en México por parte de Mazda.
La revisión del ACE 55 tiene afectaciones adversas para México, que van más allá de la simple exportación de autos como bienes finales. La revisión significará un desplome de 37% contra lo registrado de exportaciones en 2011 y busca contener el déficit comercial de 1,170 millones de dólares con México en el 2011, tras un aumento de 70% en sus importaciones de autos mexicanos. Adicional al límite de las exportaciones, México deberá elevar el contenido regional de la zona Mercosur en sus autos desde 30% el primer año, hasta dejarlo en 40%.
La producción de autos tiene un carácter auténticamente motriz, desde el momento que encadena una gran cantidad de componentes y procesos. Por ello, para México la industria automotriz es gran generadora de producción y empleo. Su impacto es muy relevante sobre la mediana y pequeña industria. Dada la naturaleza y el objetivo de la revisión, es claro que la industria automotriz mexicana aventaja productivamente a la brasileña.
La disputa, especialmente por la amenaza de Brasil de repudiar el acuerdo original, demuestra tres realidades: i) a pesar de los acuerdos y tratados comerciales hay claras acciones proteccionistas en marcha, ii) cualquier país si así lo desea puede emprender acciones para proteger su planta productiva y empleo, iii) México carece de visión, voluntad y capacidad para negociar sus disputas comerciales en consideración a los intereses nacionales.
Finalmente, lo convenido con Brasil y los eventos proteccionistas en diferentes países demuestran que la invocada “globalización”, que llegó a ser asumida hasta sin la existencia de los Estados soberanos, ha existido en su expresión ideal más en la mente de unos cuantos economistas, burócratas y políticos que en la prevalente realidad. La realidad económica definitivamente se conforma de acuerdo a las reglas y la gobernanza establecidas. Hoy el cambio formal de éstas evidencia un cambio indiscutible del sistema económico global o al menos de las relaciones comerciales entre ciertos países y bloques económicos.
Mucho desearíamos que nuestras autoridades entendieran el presente económico, aunque se sigan olvidando del pasado y no logren prever el futuro. Pedirles hacer el futuro sería una vana pretensión; sea pues que al menos entiendan el presente.