Hoy, la palabra democracia ha adquirido un significado más amplio de aquél que tuvo en la Atenas del siglo V a. C. Si bien es cierto que sigue contemplándose, en parte, como el “gobierno del pueblo”, en la actualidad dicha forma de gobierno requiere de ciertos presupuestos, todos ellos enfocados al único objetivo que no puede ser otro más que el desarrollo del Estado.
Cuando hablo del desarrollo del Estado, me refiero a la preservación y progreso de cada uno de sus elementos tradicionales: población, territorio y gobierno, pero sobre todo al primero de ellos.
Son diversos valores que integran lo democrático; algunos de ellos son la tolerancia, la inclusión, la corresponsabilidad, la observancia a la ley y a las autoridades y, por supuesto, todo ello en un marco de respeto a los derechos humanos. Estos son sólo algunos presupuestos que permiten que una sociedad se conciba como verdaderamente democrática.
Sin embargo, la base de toda pretensión democrática indiscutiblemente es una educación de calidad. Una sociedad será verdaderamente democracia si, y sólo si, los miembros que la integran están lo suficientemente educados.
La educación es fundamental para, en un primer momento, reconocernos a nosotros mismos en todas nuestras imperfecciones y con ello las circunstancias en las que nos encontramos tanto física como intelectual y espiritualmente. Al tener esa capacidad de reconocimiento de nosotros mismos, estamos logrando, también, una liberación de conciencia.
Si logramos ser conscientes de nosotros mismos y de nuestras circunstancias, con toda seguridad lograremos, también, la comprensión de lo que sucede más allá de nuestro ser; lograremos, pues, la comprensión de lo social.
Pienso que el origen de todos los males se encuentra, precisamente, en la carencia de una educación de calidad, la cual forzosamente también tendría que ser universal sin distinción alguna. En resumen, la ignorancia es el principal mal; de ella se derivan todos los demás males, tanto en lo individual como en lo social.
Mantener a los pueblos en la ignorancia ha sido una práctica eterna de quienes ostentan el poder para perdurarse en él. Es el método más sofisticado y pacífico hasta ahora implementado para lograr la dominación. Un pueblo sumergido en la ignorancia y el fanatismo jamás se levantará en contra de su verdugo; y nunca lo hará porque ello significaría primero negarse así mismo como un ser apático y despreciable. ¿Cómo no ser esto último si hemos perdido la capacidad de hacernos responsables de nuestras vidas? Dejamos de ser responsables en el momento que permitimos a otros conducir nuestras vidas, sin darnos cuenta de que, con ello, estamos dejando de ser hombres y mujeres con capacidad de juicio y decisión propias.
Es común saber de políticos que recibieron dinero ilícito para financiar una campaña electoral; de otros que fueron detenidos con grandes fajos de billetes sin que se aclare su procedencia. A otras, señaladas por constituir asociaciones civiles y que recibieron millones de pesos del erario público como “donativos”, mismos que con posterioridad tuvieron un fin distinto al objeto de dicha asociación; y, actualmente, no son menores los casos de repartición de tarjetas con 500 y hasta 1,000 pesos, así como la entrega de despensas, bultos de cemento, tinacos, láminas, tortas con refrescos y cualquier otra dádiva en el marco de una elección.
Es también común la discriminación, ya sea por condiciones sociales, económicas y hasta por el color de piel. Recientemente, se hizo viral un video en el que se ve a una joven de color claro de piel (al parecer, modelo o actriz), ofender a otra chica por su tez morena; el caso se conoció como #LadyPrieta. Aunque al final se dijo que sólo fue una estrategia de marketing, lo cierto es que nuestra sociedad no está exenta de dichas prácticas discriminatorias. ¿Cuántas “ladys prieta” existen en nuestro país?…
Vemos constantemente políticos, autoridades y servidores públicos que hacen que trabajan y que aparentemente rigen su actuar bajo el marco de sus atribuciones legales y éticas; desde luego, también hay los muchos casos de ciudadanos que no respetan ley ni autoridad alguna.
A esta supuesta democracia nos la presentan como incuestionable; sin embargo, la realidad dista mucho de los presupuestos que ésta supone. Cabe preguntarnos, entonces, ¿qué democracia tenemos en México?, ¿qué democracia deseamos?, ¿realmente existe una verdadera democracia en nuestro país?, y si no existe actualmente, ¿algún día tendremos una verdadera?, o nos quedaremos con la idea de que ésta sólo es una aspiración.
@marcialmanuel3