Por fuerza de la costumbre, una mentira se puede convertir en verdad. La creencia colectiva es definitiva pero el poder de repetir y repetir hasta la náusea es el elemento más poderoso para cumplir una (falsa) profecía. En la inercia de la repetición es imposible ver si algo es auténtico o forzado, conveniente o inconveniente, certero o dañino.
Por eso, cuando en el teatro puedo ver y escuchar una obra donde se cuestiona una idea que se replica hasta el cansancio no dejo de emocionarme. Esto me ocurrió la semana pasada al estar en mi butaca frente al montaje de “El misántropo o el violento enamorado” de Molière.
¿Qué idea se debate? ¿Cuál creencia, sin el impulso de la repetición, se puede entender en su justa dimensión? La honestidad. La mayor tragedia de Alcestes, protagonista de la historia, es no encontrar la manera de expresar verdaderamente lo que piensa y siente; la cultura lo somete con las cadenas de la cortesía, la moral y los buenos modales para silenciar su voz.
Alcestes ha quebrado el ego de varias figuras importantísimas de la corte por su opinión desmedida; la justicia lo persigue por sus palabras incendiarias en contra de los mala poesía de su tiempo; es temido por no acoplarse a ningún molde de buen comportamiento. Y, para colmo de males, pretende a una mujer, Celimena, que huye de enfrentar sus pedimentos amorosos.
Este antihéroe trata de frenar al mundo y su compulsiva necesidad de repetirse que las buenas costumbres dan como resultado una mejor sociedad. Molière hace gala de su ingenio no sólo para mostrar una simulación constante (y, por consecuencia, el fracaso inevitable) de las relaciones humanas, sino también para señalar si el grupo social está diseñado para sostener la franqueza de todos.
Molière escribió “El misántropo” en 1666 y se adelantó para hablar de un tema que, hasta la fecha, nadie se atreve a encararlo con todas sus consecuencias: la sociedad está incapacitada para vivir en la mayor honestidad posible, de hecho, si se viviera de esta manera todas las instituciones y las estructuras se destruirían; sería imposible la cohesión colectiva.
Esta obra, bajo las luces de nuestro tiempo, es una bofetada. Vivimos en un mundo donde, de forma muy perversa, aplaude lo honesto en nuestras palabras y en nuestros actos. De hecho, se privilegia lo “auténtico”, de perseguirlo, de usar la libertad como un medio para llegar ahí.
Pero si logramos alejarnos de la fuerza de la costumbre, del poder de la repetición, nos daremos cuenta lo falaz del argumento. La honestidad nos lleva forzosamente a la confrontación y no hay rasgo más distintivo de este momento histórico que la falta de autocrítica.
Los Alcestes del mundo, con sutileza o extravagancia, son marginados del juego social. Pero la pregunta de Molière es más profunda: ¿quién sería capaz de vivir, bajo su propio riesgo, en el estado absoluto de lo honesto? ¿no sería mejor callar ciertas cosas para seguir en compañía? ¿no sería mejor mentir en otros asuntos para evitar la confrontación? ¿si yo soy brutalmente honesto, podría aguantar la brutal honestidad de los otros hacia mí? ¿la repetición de las mentiras, sin cuestionar nada, es la mejor forma de convivencia social?
David Olguín dirige “El misántropo” para hacer un espectáculo con referencias a la vida cotidiana actual y hacer contrapeso al lenguaje versificado de los diálogos. Propone una organización escénica donde todo sea sorpresivo y favorezca a la progresión energética. El ritmo y el tono son los adecuados para cumplir a cabalidad el género de la comedia y su respectiva crítica social.
La adaptación de Carmina Narro respeta la musicalidad de los versos y la construcción sintáctica permite ciertos momentos donde se puede hacer conexiones con el uso actual del lenguaje, lo cual ayuda a la comprensión de los diálogos y acostumbrar poco a poco al oído a este tipo de espectáculos sonoros.
El cuerpo actoral es vibrante en todo momento; su fuerza ayuda a encontrar los impulsos adecuados en los versos. David Hevia, quien da vida a Alcestes, hace uno de sus trabajos más sólidos y poderosos de toda su trayectoria. Su peso escénico y los particulares juegos corporales en la interpretación hacen una caracterización entrañable.
Silvia Navarro, como Celimena, muestra un sólido entrenamiento actoral y su indiscutible carisma con el público. Una mención especial es para Judith Inda, quien representa a Arsinoe, amiga de Celimena, por su trabajo fino en el manejo de los versos.
“El misántropo o el violento enamorado” de Moliére, de David Olguín, deja preguntas en el aire. Después de las risas, sólo puede existir, por parte del público, una toma de conciencia absoluta de la tragedia de Alcestes y, tal vez, de nuestra condena por pertenecer a esta sociedad y seguir, por la fuerza de la repetición , su doble moral: la honestidad es una buena intención pero, categóricamente, peligrosa y poco efectiva para llevarla a la práctica.
“El misántropo o el violento enamorado”
De: Molière
Adaptación: Carmina Narro
Dirección: David Olguín
Teatro Helénico (Avenida Revolución 1500, colonia Guadalupe Inn)
Viernes 20:30 hrs., sábados 18:00 y 20:30 hrs., domingos 18:00 hrs.