El oficio más antiguo de las mujeres

Dicen que el oficio más antiguo de las mujeres es la prostitución. Pero no. Las mujeres han desempeñado desde tiempos inmemoriales el oficio más antiguo: el de cuidar las palabras.

En la historia de la humanidad millones de generaciones de mujeres han enseñado a hablar a sus hijos y han cuidado las historias. Los  hombres salían a cazar o a buscar aventuras más allá de la aldea, el río, el mar, el continente. Los acontecimientos que los hombres relataban a su regreso tal vez sucedieron, tal vez no, pero las historias han sido preservadas por las mujeres hasta nuestros días.

Los cuentos se gestaron en tiempos primitivos en torno a la hoguera: las narraciones mantenían despiertas a las mujeres encargadas de cuidar el fuego. Desde entonces las historias han ejercido un gran impacto en las civilizaciones. Junto a la chimenea del hogar las palabras continúan transmitiendo la pasión y la alegría de vivir. Las palabras siguen comunicando la información contenida en cada relato, la realidad escondida en cada cuento.

La gente sencilla del campo conserva un amor especial por las palabras, por el placer de contar historias. Comparten la puesta de sol con los vecinos para luego ir perdiendo poco a poco los rostros en la oscuridad, absortos en las voces que relatan pedacitos de vida de personas en otros tiempos, lugares y circunstancias.

Los cuentos, como las verdaderas obras de arte, poseen una riqueza y profundidad trascendentales. La tarea más importante y a la vez más difícil es ayudar al niño a encontrar el sentido de la vida. Las madres y abuelas desde tiempos remotos han sido narradoras excelentes. Sobre todo cuando su realidad es incierta, inquietante, el niño tiene necesidad de creer en la magia: personas y animales, plantas y objetos que palpitan en un ambiente inundado de una atmósfera de belleza y bondad: el lugar imaginario que transforma el dolor de la amarga y dura situación presente, y lo convierte en un himno de alegría y confianza en el Ser Supremo.

mujer con niño
Fuente: Pinterest.

El niño siempre ha gustado de historias que alimenten la imaginación y estimulen su fantasía. A través de los cuentos, de manera placentera imagina sus propios conceptos sobre el origen y la finalidad del mundo, los ideales sociales, los héroes justos, generosos e invencibles que él tratará de imitar.

El mundo subjetivo de los niños muchas veces está plagado de terror. Las explicaciones científicas a los problemas existenciales pocas veces logran clarificar sus temores y pueden, en cambio, abrumarlo con nuevas incertidumbres. Los egipcios, inclusive los faraones, temían la oscuridad del firmamento y la idea de un espacio ilimitado. Las sacerdotisas recurrieron a una historia para dispensar tranquilidad: ‘Nut’, el símbolo de una madre etérea y dulce que extiende su cálida transparencia en el firmamento solitario y frío, cubriendo serenamente a la Tierra y a todas sus criaturas para protegerlas.

Privar al niño de la seguridad que necesita en sus primeros años es impedir que se inicie el proceso de amor a la vida, indispensable para confiar posteriormente en sí mismo y en los demás. La vida, a pesar del conflicto, puede ser hermosa: imágenes, o semillas, depositadas tiernamente en la mente infantil, tienen el poder de transformación por excelencia, del terror a la alegría.

Las historias que cuentan las mujeres han sido llamadas regalos de amor porque lejos de exigir nada, dan seguridad y esperanza en el futuro, manteniendo la promesa de un final feliz. Hasta el más sencillo cuento, convertido en canción de cuna tiene un enorme valor terapéutico: “Wipsy Wipsy Araña / tejió su telaraña.  Vino la lluvia / y se la llevó.  Salió el sol / y secó la lluvia.  Y Wipsy Wipsy Araña / otra vez tejió”. Vencer dificultades y tener fe en un futuro luminoso puede aprenderse desde la cuna.

El oficio más antiguo de las mujeres no es el de la prostitución, sino el de contar historias. Aunque narrar cuentos es un oficio humilde, poco reconocido, y no remunerado, encierra en sí mismo un valor incalculable de socialización. Transmitir los valores universales de generación en generación ha sido una de las aportaciones más valiosas de la mujer a las civilizaciones desde el principio de los tiempos.

El hombre muy bien puede vivir sin casas de prostitución, pero no sin cuentos.

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