Para mi amigo Augusto Marzagão,
entre otras razones,
por los asteriscos y el punto.
Para un intelectual del siglo XXI, con afán de entender decimonónicamente el lenguaje en que se baña, América Latina es una provocación.
América está armada de una complexión de identidades y geografías menos dispersas de lo que aparentan y más en contacto de los que desde la distancia se sospecharía. Un navegante financiado por los Medici, con intereses comerciales e imbuido de intereses científicos, Américo Vespucio, da nombre al continente que recorre casi en su totalidad. No habría venido bien a América llamarse Colonia o Colombia, ni quedarse con el mote de quarta pars, con que se le designó durante mucho tiempo.
No es sino más de dos siglos después de la conquista, hasta el XVIII, que América se reconoce como tal. La latinidad de América, viene después, cuando había que distinguirla de la parte norte con las incursiones holandesa e inglesa que, aunque posteriores, hicieron vigente la necesidad de separar conceptualmente, el mundo anglo-sajón del mundo hispano, italo, franco y portugués; el mundo latino.
La idea nos es, para muchos nacidos en el continente, cómoda, cuando nos reconocemos y bañamos en la cultura latina amplia de estas latitudes, una identidad quizá mayor a la de un español o un italiano, tan fuerte como la del francés, los latinoamericanos nos sentimos confortados en nuestras variaciones lingüísticas, navegando entre una arquitectura colonial y barroca, una cocina del maíz y la papa, una pintura prehispánica, mural y contemporánea, en artes plásticas singulares y en modos sociales únicos, sobre todo en acentos, que, si prestamos atención, son todos comprensibles a nuestros oídos.
Un latinoamericano es aquella persona que no tiene miedo de navegar entre lenguas, que se reconoce en la diversidad de inflexiones angulares que solemos imitar con más sorna que soltura. Una persona, en síntesis, cuyo mestizaje también pasa quizá, sobre todo, por la latinidad.
Los latinoamericanos sentimos estar en casa en casi todo el continente. Ése es el diálogo que me gusta mantener con mis amigos en la Argentina, como Germán y Marita, como Cristian y Santiago, del Ecuador como Marcel y Camila, del Salvador como Fede y Juan Carlitos, en El Salvador, en Honduras con Sebastián y don José Rafael, en Costa Rica con René y Deborah, en Paraguay con Cucho y, desde luego, en Brasil, con Augusto, el grande Augusto Marzagao, a quien hoy pienso en su viaje a lo eterno con cariño especial y memoria sonriente.
Augusto Marzagao fue uno de los más grandes polemistas y conversadores de latinoamérica; periodista, funcionario público, emprendedor, bohemio, buen vendedor. El bossa nova le debe mucho a su promoción, la telenovela mexicana a su afanosa difusión, la política brasileira a sus magníficos dones conectivos.
Contaba Augusto con una sonrisa inquisidora que, en cierta ocasión y en su misión como asesor del presidente brasileño, Quadros, aunque lo fue también de Sarney y de Itamar Franco, le dijo:
―Vengo a presentar mi renuncia Señor Presidente.
―¿Por qué, Augusto? Estás haciendo las cosas muy bien, le respondió el Presidente.
―Porque me están llegando al precio Señor Presidente. Dijo Augusto…
Comenzaba siempre sus conversaciones con una broma. Tenía cientos en su repertorio y procuraba asociarlas al contenido de la conversación que habría de establecer.
Compartimos en sus casas en Nueva York, donde se gozaba de la obra de grandes maestros de la pintura latinoamericana, mexicanos como Cuevas, ecuatorianos como Oswaldo Guayasamín y chilenos como Mata, otros brasileños, entre muebles Biedermeier. Su piso en Río no podía estar mejor ubicado, en Copacabana, junto al hotel Palace, pasamos allí, muchas tardes tibias conversando el Brasil y la América entera.
Reímos mucho con Augusto, y nos invertimos incontables veces, con nuestro amigo Valentín Pimstein, chileno, en comprender toda la extensión de nuestro subcontinente en un perfecto y juguetón portuñol.
Esto marca la dimensión de este enorme espacio latinoamericano, que se baña todo en estas lenguas peninsulares que dominamos los coloniales criollos y mestizos con la enorme soltura de una lengua materna y con la libertad extensa de sus acentos e inflexiones.
Augusto era un hombre de Música y los festivales OTI le vivirán en deuda, lo mismo que el Festival Internacional de la Canción, en Brasil. También fue un gran promotor de la telenovela mexicana en Latinoamérica y particularmente en Brasil; en esta condición estableció una gran amistad con Emilio Azcárraga Milmo y con Valentín Pimstein (“el Maestrín”) otro gran latinoamericano recientemente fallecido en Santiago de Chile.
Ver artículo en El Semanario, 4 de Julio, 2017: https://elsemanario.com/colaboradores/gaston-melo/212267/pimstein-el-maestrin/
Hombre de relaciones, me introdujo, con objeto de invitarle a México a participar en los foros Espacio, con el Presidente Sarney, a quien vimos en su casa de Brasilia: Augusto le había asesorado primero y servido después en su gabinete de modo que la confianza se extendió con facilidad y el expresidente aceptó reunirse en México con jóvenes estudiantes, a quienes dirigió en Guadalajara primero y Ciudad de México después, un mensaje encendido a favor del español.
Como escritor, Augusto colaboró con La Folha de Sao Paulo, el Jornal do Rio, para la televisión asesoró a Silvio Santos en SBT y a los Marinho en La Rede Globo. Sus artículos y otras reflexiones quedan para la memoria colectiva publicados en su libro Memorial do Presente, publicado por Nova frontera.
Leila, su esposa radicada en Londres, una mujer preciosa por dentro y fuera, y sus hijos Marwan y Omar, acompañándole siempre, particularmente Omar con quien a menudo le vimos en crónicas digitales, de paseo en la promenade de Copacabana.
No fueron fáciles los últimos años de Augusto, disminuido por un Parkinson, tuvo episodios difíciles, aunque era un gusto verle feliz y positivo escuchando las tertulias poético-musicales de Omar, y sus amigos o paseando bajo el sol carioca.
Gracias Augusto, gracias por habernos entregado siempre, hasta el final, una sonrisa franca, una actitud positiva, una amistad sin límites y una enseñanza que sin fronteras reveló siempre el espíritu fraterno de este continente, de todos quienes deseamos un futuro incluyente, mestizo y próspero para Latinoamérica.