El retrato oficial

Francisco de Goya fue un artista libertario, analista feroz de su sociedad, la retrató y juzgó en sus grabados Los Caprichos y en sus Disparates, la guerra adquirió otra dimensión en su serie de Los Desastres. En sus trabajos oficiales estaban los retratos de la corte, de un gobierno que él mismo deploraba y juzgaba con su obra clandestina.

El Retrato de la Familia de Carlos IV expuesto en el Museo del Prado de Madrid, muestra una reina sin pensamientos, manipulable, con mirada vacía, ausente. Carlos IV, que restituyó a la Santa Inquisición, que hundió a España en un oscurantismo tardío, tiene un rostro pusilánime, la boca hace un gesto necio, es un Borbón absolutista. Los retratos de los gobernantes son un doloroso dilema, alguien los tiene qué hacer. La ignominia del retratado se contagia al artista.

Santiago Carbonell es un excelente pintor, conocedor de su oficio, de una trayectoria muy seria. Él recibió y aceptó la comisión de hacer el retrato oficial de Felipe Calderón. El preció de la obra fue publicado y motivo para humillarlo. 754 mil pesos. Él reconoció que no es un encargo del que se sienta orgulloso. Es verdad, la obra no está realizada con todo su talento, es inferior a lo que él es capaz de hacer. Este precio es nada comparado con lo que el gobierno de Calderón invirtió, desde la gestión de Consuelo Sáizar, en convertir en estrella a Gabriel Orozco. Si se escandalizaron por el gasto, entonces cómo queda un artista que inflaron y llevaron a los museos más importantes del mundo con sus pelotas ponchadas y sin obra, que ni soñando podría pintar como Carbonell.

Carbonell no es responsable del nefasto gobierno de Calderón, pero aceptar pintar su retrato lo une, ante los ojos de la sociedad, a esa gestión perjudicando su carrera artística. En cambio Orozco, un artista sin obra, que si se encumbró con el favor de ese mismo gobierno, no vive el linchamiento mediático que recibió Carbonell.

El retrato de Calderón muestra a un tipo frívolo, que ríe con mirada altanera. Hay detalles dictados por Calderón al artista: la pretensión de medirse con la Historia y sus valores y colocarse al lado de José María Morelos. El hecho de que justifique su propia presencia a través de la efigie de un héroe habla de su vulnerabilidad, teme el juicio de la Historia y se adelanta, trata de que se le considere un héroe. Está rejuvenecido, más delgado, porque además quiere verse bien. Los colores de la obra son brillantes, su rostro iluminado de forma artificial, no hay fuente de luz: una gestión manchada por la violencia se pone bajo la luz que señala a su responsable.

La furia no dejó que observaran al cuadro, primer requisito para juzgar a una obra. Hay una enorme diferencia entre aceptar una comisión y ser artista del sistema, crear una estética que enaltezca un gobierno, como hizo Leni Riefenstahl con los nazis. De todas formas el retrato oficial de Calderón está en los 200 mil rostros de personas asesinadas, sin justicia. Esa es su imagen para la Historia.

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