El tanque olímpico y otras perdurables señas del 68

En conmemoración de los 50 años del movimiento estudiantil del 68, dejo de lado el tema de la mente y cuerpo para compartir recuerdos y consideraciones de aquella tempestuosa jornada.

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Por convicción, querencia y edad participé apasionadamente en el movimiento estudiantil del 68. Ya no era estudiante de medicina, sino un joven investigador de la UNAM. Contaba con 25 años, estaba casado, tenía un hijo, otra en camino, e iniciaba en esa universidad una larga carrera de tiempo completo que continuará mientras tenga empuje. Ahora que se conmemoran 50 años de aquella gesta tan venturosa como aciaga, rememoro ese arrebatado periodo que marcó mi vida, pues sin duda pertenezco a la generación del 68. Como se sabe, el movimiento estudiantil y juvenil cundió por muchas latitudes y en aquel mayo ya hervía en París un caldo consanguíneo bajo la seña de “seamos realistas, pidamos lo imposible.”

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“El Che descarado”, foto tomada por José Luis Díaz Gómez en la Avenida Cuauhtémoc en el mes de septiembre de 1968.

Este breve repaso no sólo surge por un afán de refrescar la memoria, sino de compartir aquella experiencia en el marco de múltiples testimonios recientes de quienes vivimos el movimiento desde muchas ventanas y posiciones. Yo estuve en las tres grandes marchas y fui uno de los delegados de mi dependencia universitaria, el Instituto de Investigaciones Biomédicas, al Consejo Nacional de Huelga, al que asistí algunas ocasiones, más como un observador encandilado que como líder o protagonista. A diferencia de las Escuelas y Facultades de la UNAM que entraron en huelga en julio y agosto del 68, el Instituto siguió laborando, como el resto de las dependencias de investigación. Desde mi laboratorio escuchaba la trova latinoamericana que sonaba desde los altavoces de la Facultad de Química. Para informarse, compartir opiniones y debatir sobre la situación, el personal del Instituto se empezó a reunir en una espontánea asamblea de investigadores, estudiantes de grado y personal administrativo; algo inusitado. Participé de estas fervientes discusiones manifestando mi apoyo decidido a los estudiantes en lucha. La asamblea decidió enviar delegados al Consejo Nacional de Huelga (CNH) instaurado a principios de agosto, entre quienes me encontré elegido. El Consejo solía reunirse en el auditorio de la Facultad de Medicina que me quedaba a unos pasos. Las asambleas eran multitudinarias, pues participaban en ellas más de cien delegados electos de todas las facultades y escuelas de la UNAM, del Politécnico, de Chapingo y otras universidades. Vi en acción a célebres líderes del movimiento, entre quienes me impresionaban por su arrojo y firmeza Luis Cervantes Cabeza de Vaca, Marcelino Perelló, Gilberto Guevara, Luis González de Alba y Salvador Martínez de la Roca “El Pino”, que siguieron luego imprevisibles caminos. Las reuniones daban inicio cuando se congregaba una mesa de coordinadores y se abría un debate que se prolongaba hasta horas de la madrugada. Era la cúspide de una pirámide democrática en el sentido participativo que a veces alcanza esta palabra, pues cada dependencia sesionaba con estudiantes motivados y sus representantes llevaban las consultas a sus “bases” y traían los consensos al Consejo. De esta manera se integró el pliego petitorio del 4 de agosto, que ahora parece tan moderado, y se condujo el movimiento en un efímero concierto entre la dirigencia y la base que me pareció presenciar de nuevo unos años más tarde en un contexto muy distinto: los tequios comunitarios de algunos pueblos indígenas.

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“Líderes del movimiento haciendo la “V” de la victoria.” Tomada por José Luis Díaz Gómez en el Paseo de la Reforma el 13 de septiembre de 1968 durante la Manifestación Silenciosa.

De las manifestaciones, evoco primero la que encabezó el rector Barrios Sierra el 1 de agosto. Desde una plataforma en la explanada de la Rectoría, la figura vertical, recia y digna del rector exhortó a marchar por la autonomía universitaria, por el futuro de la educación superior y a resistir a los provocadores. Enfiló hacia Insurgentes hasta llegar a Félix Cuevas donde doblamos hacia la Avenida Universidad y de regreso. En el retorno se desbalagó la columna, pero se iniciaron los coros y el belicoso himno nacional adquirió un tono inesperado de expansiva y pacífica rebeldía. En la inmensa marcha del 27 de agosto que desde el Museo de Antropología fluía por Reforma, esperé en la esquina con Insurgentes para presenciar los contingentes, corear las consignas y sumarme eventualmente al tumultuoso río que dobló las campanas de la catedral. Tuve la sensación de que en la marcha nos apropiamos la “V” de la victoria que pronto identificó al movimiento estudiantil como seña y contraseña de avenencia y esperanza. Pero la manifestación que más recuerdo fue la del silencio el 13 de septiembre, pues me tocó su organización en el seno del CNH como réplica al informe del presidente Díaz Ordaz, quien presentó al movimiento como una asonada de vándalos promovida por fuerzas oscuras para desestabilizar a su legítimo gobierno. La muda consigna se adoptó para externar el orden, la contención, la no violencia y la decisión de perseverar. Nunca escuché un silencio más elocuente y clamoroso. Llenamos otra vez el Zócalo y luego de las soflamas salimos hacia todos los rumbos gritando “¡Mé-xi-co li-ber-tad!” en desahogo de una energía incontenible que a veces se atragantaba por una emoción de fraternidad y esperanza.

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“Contingente con tapabocas.” Tomada por José Luis Díaz Gómez en el Paseo de la Reforma el 13 de septiembre de 1968 durante la Manifestación Silenciosa.“Contingente con tapabocas.” Tomada por José Luis Díaz Gómez en el Paseo de la Reforma el 13 de septiembre de 1968 durante la Manifestación Silenciosa.

Luego de este apogeo, y con la aproximación inminente de la XIX Olimpiada en México, el movimiento fue atacado con saña. El 18 de septiembre en la noche el ejército tomó Ciudad Universitaria y el CNH tuvo que dispersarse y sesionar en la clandestinidad. Algunos nos refugiamos en casa de familiares y los varones dejamos crecer las barbas y el pelo como otra seña generacional. Fotografié la mordaz pinta de un tanque olímpico en las inmediaciones de CU.

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“Tanque olímpico” fotografiado en una barda de la Avenida Universidad cerca de la Avenida Copilco en el mes de septiembre de 1968. Foto de José Luis Díaz Gómez.

El mitin programado en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco para el 2 de octubre me pareció riesgoso para todos y no acudí. Fue la fecha de la masacre orquestada que reveló la disposición homicida del ejecutivo y cambió el destino del país. Increíblemente, no se mencionó el hecho en los noticieros televisivos controlados por el régimen y, como única señal de indignación y protesta, en el periódico Excélsior del 3 de octubre, el arrojado caricaturista Abel Quezada publicó un cuadro negro con la leyenda “¿Por qué?”. Unos días después nos regocijamos porque Díaz Ordaz fue sonora y largamente abucheado al inaugurar la Olimpiada y porque el Tibio Muñoz ganó la medalla de oro en 200 metros, nado de pecho. Como un himno, Hey Jude de los Beatles resonaba por doquier: “Toma una canción triste y mejórala, recuerda admitirla en tu corazón y podrás entonces comenzar a enriquecerla.”

El movimiento del 68 forjó sentimientos sociales y políticos perdurables, algunos de ellos se revaloraron, pero su impulso y fuerza fueron decisivos. Uno de ellos fue el antiautoritario, canalizado contra el dictatorial, mendaz y corrupto partido de estado. Otro sentimiento afín fue libertario, la esperanza de una democracia idealizada, ejercida desde abajo y de cierta inspiración ácrata. En este sentido, para mi y otros participantes del movimiento, el régimen soviético y el cubano evidenciaron su autoritarismo y dogmatismo en La Primavera de Praga de ese mismo año, pues el intento de reforma hacia un “socialismo de rostro humano” fue rápidamente aplastado por los tanques soviéticos con la aprobación del régimen cubano, cuya revolución había difundido la esperanza de una izquierda propia y distinta. El socialismo estatal quedó en entredicho.

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“Libertad” Tomada por José Luis Díaz Gómez en el Paseo de la Reforma el 13 de septiembre de 1968 durante la Manifestación Silenciosa.

Entre pérdidas y decepciones, rescato aquel impulso juvenil, iluso, empático y expansivo de pugnar por un país más justo y digno. Éramos principiantes y creímos sembrar una cultura diferente al arrojar a los cuatro vientos semillas de feminismo, ecologismo, tolerancia, transparencia y toma de conciencia. Algunas germinaron. A medio siglo de aquellos sucesos, es claro que no veremos plenamente realizado el sueño de hermandad y justicia, tan afín al de Martin Luther King asesinado el 4 de abril de aquel año permanente. Con triste gozo invoco y resucito el eco imaginario de aquellos clamores y silencios callejeros que proclamaron la atronadora y patética ilusión de exigir lo imposible…

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Francisco Núñez

Dr. Gómez, muchos gracias por su material gráfico y escrito. Yo tenía 14 años en el 68, apenas en secundaria, pero siempre protesté con mis papás la brutalidad de la represión. Es muy raro ver fotos a color del movimiento y menos tan bien tomadas. ¿Tiene más material? Yo tengo una novela que me gustaría obsequiarle, Los años rotos que hablan, entre otras cosas, del movimiento del 68, del sismo de 85 y de las elecciones del . ¿Cómo se lo puedo hacer llegar? Y si tiene más material fotográfica me encantaría concoerlo. Le envío un cordial abrazo desde Cholula. ¡Ah! también soy médico e hice mi internado en el Hospital Juárez, que desde 1979, se daño y tuvo que haberse demolido, perooo.

José Luis Díaz Gómez

Muchas gracias por sus conceptos, Dr. Núñez. Me puede localizar por mi página http://www.joseluisdiaz.org. o en el email. Tengo algunas transparencias más del movimiento. Saludos cordiales.

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