“Julio fue el mes más caluroso registrado en el planeta en los últimos 140 años”, aseveró este jueves y registró en sus anales históricos la Administración Nacional de Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos (NOAA, por sus siglas en inglés).
Así de apocalíptico me suena este mensaje de una institución que, a falta de contrapartes científicas autorizadas, convierte todo en una especie de dogma climático. Esta convergencia científica se despliega –indudablemente– en una suerte de monopolio del conocimiento en sus definiciones sobre nuestra lucha diaria por “sobrevivir” en un planeta convulso, como consecuencia del Homo Sapiens, quien ejerce su poder contra su próximo ser sintiente-humano, forestal u animal.
Como ejemplo de ello, podríamos señalar las industrias contaminantes y explotadoras de los recursos naturales que se ven “impulsados” y “bendecidos” por el sistema para producir nuevos escenarios y generar con ello: empleos, incorporar las economías locales a la globalización económica y generar la reditualización capitalista de los procesos humano-laborales precedentes. Reportes de prensa –caso particular de France 24– lo mediatizan como un mantra en los últimos meses; después de la industria petrolera, la textil es el mayor contaminante del planeta. Al parecer, el enemigo número uno es “la creciente contaminación por plásticos”, lo cual, a mi parecer, pasa por procesos socioculturales de adhesión y desapego en nuestro trabajo contra nuestra mayor amenaza: el cambio climático, permitido y tolerado por sociedades indiferentes y gobiernos tolerantes del “libertinaje” en el que la sociedad ha construido sus “entornos” de ocio y pernoctabilidad.
Pareciera ser que el sol, estrella y centro de nuestro sistema solar, busca recordarnos a través de intensas temperaturas que hemos fallado históricamente en la defensa de todos aquellos grupos ecológicos humanos, animales y medioambientales a quien decimos representar y proteger. Estas fallas se ven reflejadas en tensiones socioemocionales proyectadas en la convivencia con “el otro”, el sufrimiento de depresiones que se adaptan al cambio climático y en las desesperanzas aprendidas del manejo resiliencia ante el embate de la naturaleza que “agobia” de manera amplia varias capas humanas.
No cabe duda de que el desafío se plantea de forma “monumental”, a fin de legitimar medidas tendenciosas y particularizadas para enfrentar dicho problema. Ahí tenemos el ejemplo “negacionista” del presidente Donald Trump (acostumbrado a la gestión empresarial, mas no a la dirección republicana, quien al parecer todo lo concibe en torno a formulas económicas y planeaciones arquitectónicas). No obstante, su contraparte que tiene como emblema a la “Ciudad Luz” (y aglomerada en el denominado Acuerdo de París), le “sugieren” no ignorar la situación en la que se encuentra nuestra plataforma común, llamada Tierra.
En definitiva, me parece que la afirmación del físico danés Niels Bohr en la que, “predecir es muy difícil, y sobre todo el futuro”, debe motivarnos a actuar desde nuestros propios espacios, con un componente transversal de protección contra la afectación medioambiental, debido a la gravedad del asunto. Tal es así que, el profesor Norman Myers, de la Universidad de Oxford, vaticinó desde 2005 unos doscientos millones de migrantes climáticos (también llamados refugiados ambientales) para 2050, como un agravante más a la vulnerabilidad y precariedad de los espacios humanos. Aunado a ello la presión sostenida de la emigración tradicional, las guerras que impulsan el desplazamiento de las personas y la indiferencia social en torno a la falta de oportunidades en lugares originarios. El Secretario General de Naciones Unidas, Antonio Guterres, lo señaló en un mensaje de finales de julio, y me parece necesario remarcarlo aquí, en el sentido de que, “estos elementos favorecen la trata de personas”.
P.D.: La NOAA asegura tener documentada la evolución calorífera del planeta tierra desde 1880, en base a la información desprendida desde sus centros nacionales de información medioambiental.