-A Laura, mi esposa, porque con ella veo mejor-
Dice Levi-Strauss, que hay para el observador, en las ciencias sociales, dos situaciones que favorecen su desenvolvimiento; el cambio de entorno y el cambio de lenguaje. Durante poco mas de una semana pasee en condición de observador privilegiado, por ese país donde termina para nosotros occidentales el mundo, el extremo oriente y mas allá, la vieja Cipango, el Imperio del Japón.
En Tokio su capital, moderna en apariencia, sin personalidad arquitectónica definida donde coinciden templos antiquísimos y rascacielos hipermodernos, se goza de perspectivas interesantes cuando se la mira desde el ancho rio Sumida. La ciudad se hace distinta.
En sus barrios más populares como Shibuya, Chiyoda o Ginza, el comportamiento cobra un sentido profundamente animal y profundamente humano. Poco se diferencia la conducta de las hormigas que se afanan en tareas con una división del trabajo que los entomólogos nos han hecho cada vez mas clara, de la percepción de un cruce de calles donde no menos de dos o tres mil personas se las arreglan para, enfrentándose, no confrontar ni golpearse y mantener sus espacios vitales. La diferencia entre las afanosas hormigas y los inteligentes humanos es que las primeras comparten la equi-finalidad de un comportamiento de subsistencia, mientras que los segundos reducen el sentido de la acción compartida, a grupos pequeñísimos o individualidades. Cada programa es personal y sólo un certero (las mas de las veces) sentido de dirección, se comparte.
Percibí a sociedad nipona, quizá junto con la francesa, como una de las mas codificadas del planeta. Se sintetiza en el comportamiento de sus ciudadanos el decantado de mas de un milenio de pequeños saberes y actitudes que se reflejan en conductas que “la observación ingenua del observador sofisticado” como la llamaría Robert K. Merton, y el cambio de entorno desde donde nos ejercemos, evidencian.
Tres períodos formativos contribuyen para hacernos entender algo de la complejidad del país, el periodo Shogun, el tiempo de aislamiento o sakoku y la época imperial, una continuidad de sentido.
Poco a poco intento entender algunos códigos. El de la limpieza por ejemplo que se manifiesta en el cotidiano, el baño, el manejo de la basura, la ingesta de productos en la calle, el uso de guantes o de tapa bocas, quitarse los zapatos antes de entrar a una casa o a un templo… Los servicios sanitarios están en casi todos los casos impecablemente mantenidos en una suerte de compromiso entre usuarios, afanadores, administradores y propietarios de los espacios: al ingresar a un baño es común encontrar un mensaje del tipo “utilice de modo bonito (beautifully, traduce el ideograma) , este servicio” (función del personal de limpieza). Los escusados de marca toto, todos los que vi, están dotados de un sistema de calentamiento y de inyección de agua para la higiene íntima, que hace agradable la estancia (acuerdo general y provisión del propietario, cuyo mantenimiento observa el administrador), jabón en dispensador programado, agua fría y caliente en la mayoría de los establecimientos, papel, sólo el higiénico de los escusados, maquinas secadoras de manos, resultado: compromiso del usuario y pulcritud con bajo mantenimiento.
Es común que en las tiendas se ofrezcan algunas degustaciones de galletas, pasteles, té. El cliente entiende que, si acepta, debe ingerir el producto dentro de la tienda, no tomarlo y seguir adelante. La noción de “para llevar” es muy escasa. Las tiendas procuran no generar basura alguna. En algunos preciosos pueblos tradicionales como Gokayama Ainokura, uno encuentra letreros que solicitan al visitante llevarse por favor su basura.
Cuando vemos esos corrillos de turistas japoneses en las ciudades occidentales en América o Europa, con sus tapabocas, sus sombrillas, sus audífonos y guantes, he pensado en un higienismo ridículo. Ellos en cambio, los “otros” perciben distinto, en buena medida la función del tapabocas para protegerse de pólenes y polvos también se ejerce para proteger al otro para no estornudar y expandir una sepa infecciosa, el guante, generalmente blanco de los choferes, controladores, policías de tránsito es también parte de esta procuración de higiene.
En materia de espiritualidad percibí en el pueblo japonés una actitud devota en que se combinan sintoísmo, budismo y cristianismo principalmente. Puede aventurarse que el japonés nace bajo la protección sintoísta, se casa divertidamente por el ritual cristiano y muere para el ritual budista.
El Sintoísmo es una forma singular, -extraordinaria pienso-, de espiritualidad. Tiene sus orígenes en un animismo panteísta, una suerte de respeto por todo aquello que deriva energía, poder: los mayores, el gobierno, la autoridad la montaña, el camino… Roland Barthes habría gozado extender esa mitología hacia el cotidiano actual. Comparto un par de escenas percibidas.
El controlador del tren pasa a nuestro vagón, se inclina ritualmente, seriamente, convencido que alguien le mira, y siente que ese que lo observa es el espíritu del “pasaje” de “los respetables y honorables pasajeros”. Procede elegante y presente, implicado con cada uno de los viajeros, al ejercicio de estampar su sello, guantes blancos, gorra de plato, impecable actitud, un Samurái del control ferroviario. Termina su labor en el vagón y se inclina reverente ante el “pasaje” de nuevo, antes de salir hacia el siguiente carro. Eso es sintoísmo, reverenciar el espíritu de las cosas, del poder, de los ancestros, de la familia, del “otro” que significa.
Lo mismo ocurre en una tienda elegante, el valet acompaña a las ilustres compradoras hasta la puerta de la tienda, allí les entrega el embalaje de su adquisición, que toman y reverencian agradecidas. Se van ante la mirada del dependiente que las sigue unos 20 pasos hasta que han franqueado el umbral del establecimiento con otra edificación. El valet, sin que lo miren o espere siquiera la mirada de las honorables compradoras, se inclina de nuevo agradeciendo al espíritu de la compra. Sinto de nuevo.
El sintoísmo es cultura, por eso convive tan bien con el budismo que para algunos no es tampoco una religión sino una guía de vida. Diferenciar un santuario sintoísta de un templo budista es relativamente fácil. Los santuarios se caracterizan por el tradicional arco con doble transversal mientras el templo se acompaña de una gran campana y un badajo exterior de madera para percutirla.
El modo zen del budismo de origen hindú y vitalizado en China cobra sentido y vigencia en el Japón. El paso del pensamiento a la forma del modo mas simple es la tarea de esta práctica que se refleja en los modos minimalistas de la vida, que se expresan claramente cuando se pisa un tatami o se duerme en un Ryokan o se participa de la ceremonia del té en un tazón trabajado en la perfecta imperfección Wabi-Sabi. Menos zen y profundamente budista nos marcó la visita al templo Sanyūsangen-dō en Kioto, de influencia hindú, con una magnífica y monumental representación de Buda, un grupo de 13 guardianes y mil esculturas de deidades todas distintas y en buen grados de conservación pese a su antigüedad de nueve siglos.
Son conocidas las marcas japonesas que establecen tendencias de moda en el mundo, tanto de productos de belleza, cuidado de la piel e higiene, como de prendas de vestir: Miyake, Yamamoto, Kenzo, , entre decenas de otras que mi incultura me hace ignorar pero que percibo en esas figuras humanas, que se ponen en escena con singular libertad con sus rubores en las mejillas, sus peinados entre geishas y muñecas kokeshi, crinolinas, lazos, bolsos lustrosos y brillantes que parecen juguetes y lo son de algún modo. En Ginza o Shibuya es frecuente toparse con personajes que pudieran ser animaciones emergidas de una caja de cristal en algún aparador o en las imágenes de algún Manga.
Y a todo esto agreguemos la tecnología, Mitsubishi, Toyota, Nissan, Yamaha o Sony, Panasonic, Nintendo, Mazda o la alimentación, Yakult, el famoso macha té y el numero de palabras japonesas que en el lenguaje culinario del mundo es ya considerable. En estos intensos días pude conjugar con fruición, en restaurantes e Izakayas, los verbos sushi, témpura, sashimi, tepanyaki, yakitori, soba, ramen y shabushabu aunque por falta de presupuesto el kobe no lo pudimos declinar, con la fortuna de olvidarlo a base de buenos sakes como el sekitobu o el kanchachi de Oita. Cuanto sin embargo me gustaría conocer el nombre de la enorme variedad de leguminosas, algas hongos y formas de procesar el tofu que pude conocer en estos días extraordinarios.
En otra materia, venerables jardineros se ocupan a detalle de las ramificaciones y el mantenimiento de sus parques, con variedades de árboles, flores, cursos de agua y rocas exquisitamente dispuestas y de una belleza estudiada para cada temporada y estación, expresando siempre la alta identidad nipona, así lo vimos en el hermosísimo jardín Kenroku-en, de Kanazawa.
Son mas de mil las empresas japonesas instaladas en México, nos explicó el embajador Carlos Almada, que amable y profesional como siempre, hizo el favor de recibirnos en la amplia, práctica y digna residencia oficial, adyacente a la cancillería.
Mucho podemos aprender de las industrias japonesas y no sólo en materia de tecnología, de higiene o de alimentación, sino de actitud, de cultura, de respeto, de compromiso en la acción. Mas allá de la imitación extra-lógica, la motivación natural va en el sentido de encontrar en el crisol de la mexicanidad, la amalgama de ese potencial de sentido que intuimos como una fuerza oculta en el ser profundo y algo dormido de nuestra identidad.
En materia de geishas, los japoneses prefieren –me parece- evitar este tema porque consideran al occidental -ojos de perro- poco apto para entender esta profesión que frisa los deleites de la carne. La ciencia y el arte conjugados, para dar placer viven en esta tradición.
Los barrios, principalmente en Kioto y Kanazawa donde en las noche se desarrollan estos rituales de vida intensa, se visitan por el turista generalmente durante el día. Los departamentos permanecen cerrados en las horas de luz. Deambulando sin embargo por esos sitios en horas oscuras, sorprenden a veces escenas extraordinarias donde el kimono, el maquillaje, la peluca, la esencia perfumada, el abanico, la sombrilla, la daga escondida en una peineta, el obi colorido, la sandalia, la media, están allí para significar, para hacerse mirar, para dar gusto a los sentidos. La geisha, canta, baila, dice poemas, sirve, conversa… En la cotidianidad y en las mangas, en toda mujer japonesa vive una geisha y en todo caballero suele refugiarse el espíritu de un Samurái digno y ávido.
Mi esposa y mis hijos me ayudaron a decodificar esta experiencia en detalles que no habría percibido solo. La cultura de los juegos pokemones y nintendos, de las muñecas, de la cerámica, las lacas y la moda, de la estética en la cocina, cobraron dimensión con el diálogo entre nosotros.
Mirar el mundo desde la complicidad familiar es sin duda un privilegio que permite pensar en voz alta.