La vida es una aventura cuyo destino final (por cierto, imposible de evitar) es la muerte. Sí, esa palabra incómoda, embarazosa y difícil, que todos queremos evitar. Por lo mismo, antes de llegar a la tumba (como destino inevitable) debemos gozar al máximo lo que la vida nos da.
Y la vida en su sabia armonía nos da de todo, amores inconfesables, de esos que sólo tus neuronas en su función sináptica podrían dar fe, e incluso (y peor aún) desamores igualmente inconfesables. Éxitos y fracasos, errores y aciertos, decisiones y retracciones, subidas y bajadas, amigos leales y enemigos peores.
Por eso me gusta pensar que en la vida se trata de llegar al final con los zapatos desgastados de tanto caminar, de tanto recorrer caminos, mundos, lugares. Se trata de llegar con las manos callosas de tanto tocar, de tanto acariciar. Sí, creo que al final se trata de que mis manos hayan tocado todo, la tersa piel de un niño recién nacido, las caderas de esa mujer que te vuelve loco, o las arrugas del viejo, esas arrugas de mis padres que en sistema braille cuentan una historia inequívoca, una historia particular.
Al final, si pretendemos ser hombres y mujeres de bien, deberíamos siempre llegar con el corazón arrugado de tanto amar, de tanto dar, de tanto seducir. Llegar al final implica, necesariamente, llegar con la vista cansada de un viejo aventurero.
No obstante lo que creemos, no se trata de morir en paz, de hecho se trata de lo contrario, se trata de morir diciendo “a mí nadie me cuenta nada”. Se trata de que al alcanzarnos la muerte, hayamos vivido una vida ajetreada, atareada y plena, se trata de gozar eso que para algunos nos lo manda dios, o eso que para otros nos lo manda el azar, el perfecto caos del universo, la anarquía de la incertidumbre que sólo una vida plena te puede dar.
Y que conste, no me quiero morir, de hecho sólo deseo vivir; pero hacerlo en plenitud, lo que quiera que ello signifique para cada quién y para cada cual.
Gozar la vida es amar a quienes nos rodean, hijos, hermanos, esposa, amigos (y amigas, para que no se me critique por cuestiones de género), gozar la vida incluye, sin duda, amar al prójimo, incluidos los desconocidos. No olvidemos que vivir es aprender a gozar de igual forma en los desiertos que en los páramos, en las estepas que en las llanuras.
No pretendamos que todo esté bien. La vida nos provee de muchas cosas que están mal, precisamente para retarnos, para provocarnos, para descubrir nuestras capacidades, e incluso y aunque no nos agrade, para revelar nuestras limitantes que, si bien nos pueden parecer vergonzosas, no son tal, ya que sólo son muestra inequívoca de nuestra condición humana.
Es por eso que coincido con Hunter S. Thompson, lo verdaderamente valioso al final de la vida, de mi vida, es poder llegar derrapando, entre una densa nube de humo, completamente desgastado y poder proclamar “uffff, vaya viajecito que me aventé”. Esto es para mí vivir.
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