La versión teatral de “La casa de los espíritus” demuestra cómo escribir para un libro es muy diferente que escribir para la escena: las necesidades y los tiempos de la audiencia son distintos para cada medio y, por ningún motivo, se deben de confundir. Al no considerar esto, este montaje mexicano es un claro ejemplo de una adaptación fallida de la narrativa a la dramaturgia.
El valor de una novela radica en el lenguaje: los juegos de palabras, el manejo de figuras retóricas y, sobre todo, la posibilidad de construir una realidad mediante la abstracción. El lector administra su tiempo para acabar el libro en una tarde, dos semanas, años o nunca acabarlo. Con una obra de teatro no puedes valerte sólo de las palabras para generar interés y disponer de mucho tiempo para incrementarlo. Aquí se necesita la acción, los personajes y los diálogos.
Entiendo por qué los productores creyeron en la novela “La casa de los espíritus” de Isabel Allende como un material susceptible a ser un espectáculo teatral: fue un best-seller, la gente tiene cierta noción de la historia (aunque sea por cultura general) y la anécdota es empática con nuestra idiosincracia. Yo no soy fan de Isabel Allende y mucho menos de este trabajo porque siempre siento a la escritora al borde de la cursilería y a expensas de los últimos destellos de vida del realismo mágico de García Márquez.
Sin embargo, debo reconocer que Allende se arriesgó en escribir una novela con dimensiones épicas y personajes (particularmente femeninos) con una exquisita complejidad. La historia tiene como centro narrativo la vida de cuatro generaciones de la familia chilena de los Trueba para dibujar un árbol genealógico donde se entrelazan el amor, el sexismo y la lucha política en Latinoamérica de mitades del siglo XX.
El planteamiento de la autora nos lleva a la reflexión de la irremediable existencia de vicios emocionales sólo por pertenecer a cierta estructura familiar; los demonios de los padres son heredados a los hijos y los hijos se los reservan a sus hijos. Los muertos impactan en la vida de los familiares vivos y la posibilidad de encontrar redención depende de la búsqueda y sanación de heridas pasadas.
Hay un particular interés por mostrar el sometimiento de la mujer en un mundo de hombres y, a lo largo de estas cuatro generaciones, vemos a las mujeres Trueba reinterpretar la condición de lo femenino en cada momento histórico para romper con paradigmas asfixiantes. La adaptación teatral de Caridad Svich está lejos de mostrar la esencia de la novela porque se engolosina con varios pasajes narrativos y desperdicia grandes momentos a nivel teatral.
Al momento de hacer una adaptación con estas particularidades, se debe de violentar la estructura original para hacer funcionar la anécdota y los personajes en otro medio. Svich no logra efectividad dramática porque hay un respeto enfermizo al trabajo de Allende en lugar de un reacomodo de elementos con base en el lenguaje teatral. Hay personajes que sobran, algunas escenas son redundantes, los conflictos de los personajes tardan en desarrollarse y su respectiva resolución es precipitada.
Tal vez el aspecto más deficiente, a nivel de escritura, son todos los vínculos de los personajes con hechos históricos fehacientes. Si una persona del público no tiene mínima información sobre el golpe de Estado de los setenta en Chile no logra seguir las motivaciones y situaciones de los personajes. Sin la claridad en estas referencias, la historia se vuelve sosa, inverosímil y desconectada de la reflexión política de Isabel Allende.
La dirección de Artús Chávez es básica y superficial en las casi tres horas del espectáculo. La escenografía es poco funcional para el movimiento escénico, las dimensiones del foro y la poética de la novela original. El ritmo está logrado, las transiciones entre las escenas son efectivas y la energía de los actores está todo el tiempo en ascenso pero, al final, se percibe una sensación de incomodidad en escena.
El trabajo actoral está disparejo. Hay un serio problema de tono: cada actor está en una obra distinta y eso imposibilita mantener los pequeños momentos de complejidad escénica que le darían más vida a la obra. Los actores, por cierto, con un gran entrenamiento vocal, corporal y profesional, necesitan la orientación de una perspectiva macro de la historia. Veo un gran esfuerzo por parte de todos sin foco, sin meta.
Vale la pena mencionar el trabajo consistente y brillante de la extraordinaria Daniela Schmidt. La interpretación de Sonia Franco como la gran matriarca de los Trueba, Clara, muestra rasgos de una interesante propuesta que no llegan a explotar como deben por la falta de orientación actoral. Es una pena el desperdicio de Maya Zapata; su personaje funciona como una narradora durante todo el montaje con pequeñas intervenciones donde se relaciona directamente con la anécdota. Ella pudo haber sido aprovechada en mejores momentos y no al dar vueltas en escena a manera de testigo silencioso de todo el drama.
“La casa de los espíritus” está a medio cocer. La propuesta no alcanza a satisfacer las nuevas necesidades de la audiencia y todo el tiempo confunde el lenguaje teatral con el narrativo. Es una verdadera lástima porque se ve mucho dinero invertido. El espectáculo queda como una pirotecnia de recursos que no aterrizan en un espectáculo sólido en forma y fondo.
“La casa de los espíritus”
De: Caridad Svich
Basada en la novela de Isabel Allende
Director: Artús Chávez